Cartel publicitario de la naviera propietaria del Cap Polonio anunciando los viajes al Río de la Plata. El de la imagen es otro buque de la compañía: el Cap Trafalgar.
“En noviembre de 1928, a causa de una apuesta con Maurice Ravel, Armando de Troeye viajó a Buenos Aires para componer un tango. A los cuarenta y tres años, el autor de los Nocturnos y Pasodoble para don Quijote se encontraba en la cima de su carrera, y todas las revistas ilustradas españolas publicaron su fotografía en el puerto de Cádiz, acodado junto a su bella esposa en la borda del transatlántico Cap Polonio, de la Hamburg-Südamerikanische…”
Ésta es una fotografía nocturna, tomada en esa época y en el puerto de Montevideo (me la envían unos amigos uruguayos, que no han logrado establecer la procedencia), del Cap Polonio: el transatlántico de bandera alemana a bordo del cual viajan a Buenos Aires el compositor Armando de Troeye y su mujer, Mecha Inzunza. El joven Max Costa, que en esa época tiene 25 años, trabaja en el barco como bailarín mundano —acompañante de señoras y jovencitas para bailes de moda incluidos en la diversión a bordo— del salón de primera clase; y allí es donde los tres se conocerán. En 1928, este buque tenía capacidad para 356 pasajeros de primera clase, 250 de segunda y 949 de tercera. Empezó a hacer la línea del Río de la Plata seis años antes, y era de los más lujosos de la compañía. El músico argentino Francisco Lomuto, cuya orquesta tocó durante cierto tiempo a bordo de este transatlántico, compuso un tango llamado precisamente Cap Polonio.
Una escena prevista. Dándole vueltas. Buscando momento. Lugar. Los dos bailan sin música. En silencio. Peligrosa si me sale mal. Necesidad de hacerla creíble. Si no, papelera. Busco un lugar adecuado para situarlos en el Cap Polonio, sin hallarlo. Al fin, foto del Blanco y Negro (1928) me da la solución. Creo. El salón de palmeras del barco. Un espacio discreto, ajardinado, con sillones de mimbre. Perfecto. No sé exactamente dónde estaba situado en el Cap Polonio, pero da lo mismo. Sitúo en un plano de un transatlántico francés de estructura parecida el lugar donde estaría ese salón. Luego trazo el recorrido que harían los dos desde la cubierta de paseo en la que conversan al principio de la escena. Es posible. Sí. Llegarían paseando en cinco minutos. Puede valer. Ahora sólo falta que el lector, cuando lea, oiga la música que no se oye pero que ellos oyen. Los vea evolucionar en el silencio.
Todo empieza ahí, entre Lisboa y Buenos Aires. Una apuesta entre dos músicos amigos, un viaje. Tango contra bolero, Maurice Ravel contra Armando de Troeye. Cada cual se compromete a componer uno. El premio para el ganador es una cena en Lhardy. Una esposa (la de Troeye) y un bailarín profesional de tangos son los puntos de partida, a bordo. El primero de los tres encuentros: Música, espionaje, ajedrez. Necesitaba un escenario adecuado. Un transatlántico del año 28. Solvente. Moverme por él como por mi casa. En Paris veo a Michele Polak, vieja amiga, librera anticuaria de viajes y marina (su ayuda fue decisiva para Cabo Trafalgar). Ella me proporciona un libro fundamental, hermoso y muy raro: Arts décoratifs a bord des paquebots français. Una joya. Lo tiene todo: planos, fotografías, cubiertas, pasajeros, ocio, etc. Con él puedo mover a mis personajes (moverme yo mismo) con soltura. También veo varias películas en blanco y negro de la época, relacionadas con transatlánticos de lujo. Lo completo entre otras cosas con tres títulos más, también grandes libros ilustrados. Liners es uno de ellos. Otro: Transatlantici, l’etá d’oro. Y como gracias a unas páginas de Blanco y Negro del año 1928 compruebo que el Cap Polonio hacía la ruta de Buenos Aires, elijo ese barco. Era alemán, así que me hago con German Ocean Liners of the 20th Century. Lo trufo todo de pegatinas de colores y lleno un cuaderno de notas. Entonces me pongo a escribir.