Joé Belmonte Serrano. Suplemento cultural de La Verdad de Murcia. 21-12-13
Los héroes -dejó escrito Pérez-Reverte en uno de sus artículos periodísticos -pasan por nuestro lado sin que reparemos en ellos. Se sientan en la terraza de un bar, se sujetan a la barra del metro o hacen la cola del paro, como todos. No son, pues, héroes clásicos. A la manera de Homero. O Virgilio. Sino héroes que se ocultan del sol del mediodía. Que trabajan agazapados entre las sombras. Con talento, desde luego. Con una inteligencia fuera de lo común. Pero que prefieren mantenerse al margen, seguir siendo, a toda costa, héroes cansados. Sniper, el protagonista de esta nueva novela de Arturo Pérez-Reverte, es uno de ellos. Basta con atender a su descripción, a las certeras palabras con las que se le define: uno de esos tipos que en una revolución miran por el balcón, salen a la calle, organizan a los vecinos y acaban siendo los jefes. Luego, sin embargo, en cuanto la revolución triunfa y toma cuerpo, desaparecen. Sin más. Sniper sale de su escondrijo, por fin, bien avanzada la novela. El acierto del autor de estas páginas es, sin duda, el modo de construir al personaje a partir de cierta información que «la chica», Alejandra Varela, va obteniendo de cuantos lo han conocido. Es como ir al encuentro de un sueño insistente y repetido con el temor de no encontrarte con lo que tanto has deseado. ‘El francotirador paciente’, vuelve, en cuanto al número de páginas, a ‘El pintor de batallas’, después de la experiencia de dos novelas ciertamente voluminosas, de muy largo recorrido, con otra cadencia y un tono diferente, ‘El asedio’, con más de setecientas páginas, y ‘El tango de la guardia vieja’, con casi quinientas. Con ‘El pintor de batallas’ existe un mayor lazo de unión que este simple detalle anecdótico. De nuevo, con temple, con sabiduría y experiencia, ese deseado equilibrio entre acción y reflexión. A veces, es el propio lector quien detiene el ritmo para hacer un alto en el camino, detenerse en una perla en forma de frase -tan breve como profunda y compleja-, marca de la casa, frecuentes en la mayoría de sus novelas: «Sólo eres joven en la víspera de la batalla. Luego, ganes o pierdas, has envejecido». Reverte afina más que nunca. Con un par de pinceladas logra ese efecto que otros escritores, contemporáneos suyos, no saben plasmar ni en varias páginas de sus libros. Así describe los efectos de la crisis, cuando se fija en una tienda de la ciudad «con folletos publicitarios que se amontonan en el polvo del suelo al otro lado de cierres metálicos». Alejandra Varela, la encargada de dar con el paradero del grafitero más buscado de Europa, para hacerle una tentadora oferta y algo más, se inscribe en la línea de los mejores personajes femeninos creados por Reverte: desde la ya lejana e inolvidable Julia de ‘La tabla de Flandes’ hasta la Teresa Mendoza de ‘La reina del sur’, pasando por Adela de Otero (‘El maestro de esgrima’) y Macarena Bruner (‘La piel del tambor’). Y a su alrededor, secundarios que cobran enorme fuerza a lo largo del relato, que se hacen un hueco en la trama, que, en plan unamuniano, demandan de su creador, un espacio vital, unas líneas para poder expresar sus sentimientos. Adentrarse en el mundo del grafiti no era tarea fácil. Y mucho más si ese mundo es analizado en clave artística y humana. Un mundo, casi de corte militar, hecho también de códigos, de reglas no escritas. Son como soldados antes de un combate nocturno. Es la guerrilla del arte. La obra de arte más honrada, porque quien la hace no la disfruta. Esta afirmación da pie a otro de los elementos más atractivos de esta novela. Pérez-Reverte no tiene inconveniente alguno -como ya hizo en ‘El club Dumas’, donde desvela que el éxito o el fracaso de un libro no se sustenta en la calidad del mismo, sino en una gran mentira: en el capricho de un influyente y desalmado crítico- en airear, por boca de sus personajes, que: «La auténtica obra de arte está por encima de las leyes sociales y morales de su tiempo». De ahí que se llegue a afirmar que «el arte actual es un fraude gigantesco»» Y que son los medios y los críticos influyentes los que pueden encumbrar a cualquiera. O destruirlo. La búsqueda de Sniper por parte de Alejandra tiene razones de mayor calado. En ello reside, de algún modo, la esencia y la sorpresa final de esta obra. Reverte, no lo olvidemos, toma con frecuencia elementos de la novela negra, y sabe manejar la intriga, en su justa dosis, como pocos. La sensación final no es otra que la de estar ante una obra bien construida estructuralmente, con un lenguaje sin alarde alguno, sin preciosismo de ninguna clase, con una deliberada sencillez que no impide, sin embargo, que su autor nos ofrezca espléndidas descripciones de rincones de la ciudad de Nápoles, último escenario de la obra tras su paso por Madrid, Lisboa, Verona y Roma. La sombra del periodista aparece de vez en cuando, sacude al lector, le pone los pies sobre la tierra. En definitiva, un producto revertiano un tanto raro, hay que reconocerlo, nada habitual, al menos en cuanto al tema elegido, pero, al mismo tiempo, un documento que nada tiene de ajeno a sus anteriores entregas, con su deseo siempre de sacar a la luz y poner sobre el tapete, sus libros, sus cuadros favoritos, sus películas predilectas… Y una música muy especial: la del viejo Chet Baker, con la que pone banda sonora a su obra: «The wonderful girl for me/ oh, what a fantasy…». |