Anotaciones sobre una novela de Arturo Pérez-Reverte http://novelaenconstruccion.com Este cuaderno no es una novela en marcha ni la novela de una novela. Sólo recoge anotaciones sobre el trabajo en curso. Wed, 02 Apr 2014 22:33:42 +0000 es-ES hourly 1 https://wordpress.org/?v=4.7.28 Sobre libros, cine y televisión http://novelaenconstruccion.com/2014/04/03/sobre-libros-cine-y-television/ Wed, 02 Apr 2014 22:31:33 +0000 http://novelaenconstruccion.com/?p=687 Entrevista realizada por Rogorn, del foro Capitán Alatriste. 2011 

A mediados   de enero, Arturo habló con nosotros sobre el próximo estreno de ‘La Reina del   Sur’, sobre las adaptaciones de sus otras obras y sobre cine en general.   Parte de la entrevista apareció en la revista ‘Acción’ del mes pasado (número   1103). Gracias a los foreros que contribuyeron con sus preguntas. Y gracias   obviamente a Arturo por dedicarnos su tiempo.

-¿Ha visto algo de ‘La Reina del Sur’?
-No, todavía no he visto nada. He visto algunas secuencias que me han   enseñado y las promos que han hecho. Es una telenovela, y quien espere una   película quedará decepcionado. Es una telenovela clásica, con el estilo, el   tono, el tipo de guión y de rodaje de una telenovela. Muy cuidada, eso sí,   con mucha producción. Han metido mucho dinero en ella, por lo que se ve, pero   es una telenovela y hay que entenderla como tal.

-¿Ha leído todos los guiones?
-Todos no, porque son setenta episodios, que son muchos. Leí los siete   primeros y me parecieron bastante buenos, insisto que para ser telenovela, y   sobre todo tiene una cosa que me interesaba mucho: que respetan bastante bien   el espíritu de mi historia. Ahora, es evidente que al ser setenta episodios,   han tenido que dilatarlos. Han tenido que meter algún personaje y situaciones   más y escenas que no estaban en la novela. Pero debo decir que lo que he   visto hasta ahora de todo ello, a pesar de que los guionistas han aportado   algunas tramas suplementarias para engordar la historia y prolongarla a   setenta episodios, coincide en el espíritu y en el tono de la novela y sus   personajes. Digamos que está la novela entera, con añadidos. No han cambiado,   sino que han añadido, y eso me ha parecido muy bien.

-¿Sale el Pote Gálvez, o se lo han comido también?
-Al contrario, el Pote Gálvez fue mi condición expresa que debía estar, a   diferencia de otro proyecto de película que iban a hacer y que todavía por   ahí está, donde el Pote Gálvez desaparecía, cosa que no me gustaba nada. En   ésta no sólo aparece sino que tiene un papel fundamental junto a Teresa   Mendoza, como lo tiene en la novela. Además, es un actor mexicano que lo hace   muy bien, es muy sinaloense. He quedado muy satisfecho de que hayan   respetado, enriquecido y cuidado a este personaje, que era de mis favoritos.

-Ha dicho que va a ser una telenovela. ¿Va a ser un culebrón, en el sentido   negativo de la palabra?
-El culebrón no tiene mal sentido de la palabra. El culebrón es el culebrón.   Es el teatro griego y latino y el folletín del siglo XIX aplicado a un   público televisivo de hoy en día. Es la transformación de los relatos   populares de la antigüedad y del siglo XIX. En ese sentido puede ser tan   digno como cualquier otra cosa. Se le llama «culebrón» porque es   muy largo, nada más, pero los hay infames y los hay dignos. Las trazas son de   que será un culebrón digno, pero no puedo asegurarlo hasta que lo vea. Sin   embargo, todos los elementos que se dan cita en él hacen pensar que será un   digno culebrón. Pero vamos, desde el momento en que yo acepté que se hiciera,   acepté que sería un culebrón, por una razón fundamental además, y es que ‘La   Reina del Sur’ es una historia que nace en cierto modo en el mundo del   culebrón. Teresa Mendoza es la típica espectadora analfabeta de culebrones   que hay en América Latina. Ella misma es un personaje de culebrón a la que le   pasan cosas. Entonces, hay una justicia literaria en el hecho de que a ella   se le haga una telenovela de este género. Por otra parte, algo para mí   fundamental es que una telenovela es algo que tiene una difusión enorme,   masiva, y llega a capas sociales donde nunca llegan los libros. Gracias a   ella, yo sé que mi historia va a llegar gente que nunca leería ‘La Reina del   Sur’, ni ningún libro, mío o de nadie.

-¿Se extenderá la serie más capítulos y más temporadas si tiene éxito?
-No, termina como termina la novela. Serán setenta capítulos y ya está. No   voy a permitir que continúen con cosas que yo no haya escrito. La historia es   la que yo he contado, y se ha hecho una adaptación narrativa para el medio de   la televisión, pero manteniéndose siempre en los márgenes y en los límites de   lo que yo he escrito. No han ido ni a mejorarla ni a transformarla ni a   manipularla ni a cambiarla.

-¿Y cómo es eso de que se van a emitir 14 capítulos en España y 70 en   Latinoamérica?
-En España, como la cultura, digamos, televisiva del culebrón diario está   menos arraigada que en América, lo que me han dicho que van a hacer, que no   sé si al final será lo que se haga o no, es emitir una versión más comprimida   de la historia, que estará más cerca de la mentalidad del espectador español,   emitiendo un capítulo semanal durante de trece a dieciocho semanas.

-¿Y el proyecto aquel de película que había con Eva Mendes?
-Está paralizada porque el director se echó atrás por preocupaciones de   seguridad, se complicó, y bueno, Hollywood es un lugar muy complicado, y   justamente yo cuando vi que la película iba lenta, al haberme reservado los   derechos de televisión, decidí que esto era más rápido y más concreto, así   que preferí darle la opción inmediata a la gente de Telemundo, que vinieron   muy entusiasmados y con muchas ganas de hacerlo. Por cierto, debo decir que   en las imágenes que he visto, he visto a actores mexicanos haciendo de   mexicanos y a españoles haciendo de españoles, porque esa fue mi condición   también. No quería que esto fuera una pura salsa televisiva hispanoamericana.   Dijeron «de acuerdo», y han cumplido su palabra. Y he visto   fragmentos de un trabajo espléndido, tanto el que hace del Güero Dávila en   México como el que hace de Santiago Fisterra en España, o el policía, o sobre   todo Cristina Urgel, que hace de Patricia O’Farrell, o Kate del Castillo como   Teresa. Cristina Urgel creo que va a ser el gran descubrimiento haciendo de   lesbiana amiga de buena familia de Jerez de Teresa.

-En las páginas web de periódicos mexicanos se leen comentarios de lectores   disgustados con que se haga una teleserie cuya protagonista es una   narcotraficante, porque dicen que los glorifica en un momento muy tenso para   el país ahora.
-Entonces lo que no les gustará será la novela.

-Supongo que les parecerá mal que se haga de ella una serie, porque significa   darle más importancia.
-Yo puedo decir que la novela se sigue vendiendo muy bien en México,   doscientos mil ejemplares, y sigue estando viva en las librerías. No sé si   será bueno o malo, pero a los lectores les interesa, y si les interesa la   novela también les interesará la telenovela, supongo.

-Entonces, ¿no hubo ningún tipo de preocupación durante el rodaje por   reacciones así?
-En absoluto. Normalmente, quien dice eso suele ser que no ha leído la novela,   porque no es un elogio del narcotráfico ni siquiera de su heroína. Estamos   hablando de una mujer de vida difícil a la que la existencia la pone en el   mundo del narcotráfico, pero no se valora eso, sino que se describe el mundo   del narcotráfico como una realidad que está ahí, y en la cual se mueve ella.   No hay aspectos morales discutibles, ni en la novela ni en la telenovela. Es   como si dijéramos que no se hagan películas que transcurran durante una   guerra porque la guerra es algo moralmente condenable, donde hay violencia y   muerte, o una telenovela con violencia contra las mujeres porque es un asunto   desagradable y malo. Es una realidad que en México es así, y esta novela   cuenta una parte de esa realidad. No se trata de elogiar a una narcotraficante,   sino de narrar la vida de una mujer cuya existencia la lleva por el mundo del   narcotráfico. En cualquier caso, han rodado allí sin el menor problema. Ni yo   los he tenido nunca cuando he ido a México, donde he hablado de esta novela   desde que salió, y que todo el mundo me saca a relucir continuamente. El año   pasado estuvimos en la Feria de Guadalajara con Los Tigres del Norte dando   una conferencia, y hasta cantamos allí y todo, y nadie ha hecho la menor   crítica moral. Viene todo de gente que le suena sin haberla leído, pero la   novela es, al contrario, una lección moral en ese sentido.

-¿Algo más que añadir sobre la serie?
-Creo que ya te lo he dicho todo. Terminaron de rodarla hace dos días…

-¿Entera, los 70?
-Toda, entera. Están en la fase de postproducción, y supongo que se estrenará   a finales de febrero.

-¿No sabe la fecha exacta, no?
-No, pero Antena 3 ya la está promocionando.

-¿Por qué no se anima a intervenir un poco más en sus adaptaciones, como   hacen otros autores? Eso podría beneficiarlas mucho.
-Yo, como siempre, hago una cosa muy sana, que es que cuando todo está en   marcha -ya tengo práctica- la experiencia me dice que lo mejor es que una vez   que has colaborado todo lo que has podido y sobre todo has trazado las líneas   rojas de lo que quieres y no quieres que hagan con tu historia, el autor debe   desaparecer, porque molesta e incordia más que ayuda. Después de poner todo   esto en marcha desaparecí y ya no me mezclé en nada. Lo único es que cuando   me han traído algo lo he visto, pero no estoy en contacto con ellos ni   pendiente de ello, y mi vida transcurre por otro sitio. Si sale bien,   aplaudiré, y si no, me quitaré de en medio. Estar pendiente de eso significa   muchas zozobras, muchas desilusiones y desazones que no me apetecen.

-Pasamos a hablar del resto de las series y películas que se han basado en   sus obras. ¿Sabe cuántas se han hecho?
-Alguna vez las cuento para saberlo, pero luego para otra vez se me olvida.   Seguro que lo sabes tú mejor que yo.

-Bueno, porque lo he mirado. Son ocho películas y tres series. Hay guionistas   profesionales que soñarían con un currículum así, ¿no?
-Bueno, nunca lo he buscado, la verdad. Han ido viniendo desde aquella   primera vez en que vinieron Antonio Cardenal y Pedro Olea para ‘El maestro   del esgrima’, y también ha habido muchas otras veces que he dicho que no,   ¿eh? Muchísimas. Pero cuando al menos sobre el papel es un proyecto serio,   solvente, bien preparado y estructurado, como cuando vino Roman Polanski para   ‘El club Dumas’, digo que sí. Luego el resultado ya depende de los directores   y de muchos factores. Por ejemplo, para ‘El pintor de batallas’, me han   venido tanto en teatro como en cine, y he dicho que no a todas, porque me   parece una novela muy compleja y para mí muy querida, y no me apetecía que le   metieran mano. También me han pedido ‘Alatriste’ para televisión muchas   veces, y he dicho que de momento serie de televisión nada. Pero no lo busco;   yo soy un escritor, escribo mis novelas, me vienen, y atiendo a la gente que   viene. El cine hecho de mis historias para mí es un aspecto secundario de mi   trabajo. Podría vivir sin él perfectamente y no le doy más importancia de la   que tiene. Está bien, es halagador, y como he dicho antes, así llegan mis   historias a gente a quien de otra forma igual no le llegarían los libros,   pero es un apéndice, una parte tangencial de mi trabajo. No me quita el   sueño, vamos.

-Lo de ‘Alatriste’ en serie de televisión lo había mencionado en Twitter.   ¿Hay algo ahí o no?
-Bueno, lo de ‘Alatriste’ en serie siempre está ahí, ¿no? Es algo que me   piden con frecuencia, pero si no sale una cosa muy seria, nada. Y de momento   no se está haciendo nada.

-La pregunta típica sería qué películas son sus favoritas y cuáles son las   que menos le gustan de las que le han hecho.
-La favorita hay una que lo es, que casualmente es la primera, ‘El maestro de   esgrima’, a la que tengo especial cariño por muchas razones. Creo que respeta   muy bien la historia, está muy bien hecha y Olea lo hizo estupendamente, con   gran sensibilidad. Cuando hablo de cine satisfactorio es en la que siempre   pienso primero, aunque haya algunas más. Y en cuanto a peor, sin duda ‘La   tabla de Flandes’. Infame, absolutamente grotesca, aunque Kate Beckinsale,   que ahí se estrenaba como protagonista, se salva, porque estaba estupendísima   haciendo de Julia. Pero fuera de ella, lo demás no me gustó nada. En cuanto a   series, me gusta mucho ‘Camino de Santiago’, que no era novela, sino un texto   mío directo para televisión con el que quedé muy contento. Estaba Anthony   Quinn, Charlton Heston, Anne Archer, el que fue marido de Natalie Wood,   Robert Wagner… Hace poco la volví a ver, que me mandaron el deuvedé, y está   muy bien, muy entretenida y muy clásica de televisión. Lo pasé muy bien con   ella, mientras que la que hicieron con ‘La piel del tambor’, que se llamaba   ‘Quart, el hombre de Roma’, aunque estaba fenomenal Roberto Enríquez, que es   un actor magnífico, era infumable. Hay de todo, y por eso es mejor no   implicarse.

-Hay mucha gente que igual no sabe que tiene usted un premio Goya, por el   guión adaptado de ‘El maestro de esgrima’.
-Es verdad. Lo que pasa es que no lo digo, pero sí lo tengo, sí, como   coguionista. Fue una satisfacción enorme, claro. Es la única vez que he   trabajado en serio, de verdad de verdad, en un guión. ‘Gitano’ fue otra cosa.

-Por ‘Gitano’ tiene otra nominación, a canción original.
-Sí, bueno, la canción es muy bonita, y la única que he hecho en mi vida. Me   gusta mucho, estoy muy contento con ella, y además me hace mucha gracia,   porque cada año la SGAE me paga puntualmente derechos de autor por ella, como   un compositor profesional, por las veces que se haya emitido en televisión o   radio, y es un recordatorio de esa historia. La película fue maltratada   injustamente por la crítica, porque Joaquín Cortés estaba muy bien, pero hubo   otros factores, como que Laetitia Casta estaba fatal. Sobre todo, estaba   fatalmente doblada, y eso fue un error de producción que repercutió mucho en   el resultado. Cuando la oías hablar con ese acento andaluz no te la podías   creer. Y luego, hubo un rollo de las revistas del corazón con Joaquín y   Laetitia. Fueron a masacrarlos a los dos, y antes de que la película se   estrenara ya la estaban poniendo a parir. Cuando la ves después de un tiempo,   te das cuenta de que la película tenía muchas virtudes, y Joaquín está   sorprendentemente bien. Hubiera merecido mejor crítica de la que tuvo.

-¿La estatuilla del Goya dónde la tiene puesta?
-No la tengo puesta. Se la regalé a un amigo.

-Sus libros salen habitualmente con Alfaguara, sus películas las produce   Antonio Cardenal…
-No todas, pero la mayoría sí. Es amigo mío, justamente desde ‘El maestro de   esgrima’, y es como el tío soltero de la familia. Cenamos juntos todos los   viernes, y de hecho lo utilicé como modelo para el primo Toño de ‘El asedio’.   Es como mi hermano, y cuando hay cine, lo pongo en sus manos y me   desentiendo.

-…y sus series también salen siempre con la misma cadena, Antena 3.
-Eso es pura casualidad. No hay ningún tipo de vinculación especial con   Antena 3. Hubo intentos de hacer algo mío en Televisión Española y Tele5,   pero al final no llegaron a hacerlas.

-Los guionistas a menudo le cambian los finales de las historias. ¿Cómo lleva   eso?
-Insisto en que el cine es el cine, y yo no me meto. ‘La novena puerta’, que   es una película entretenida -Johnny Depp está estupendo, otros no están tan   bien-, tenía un guión muy sólido, hecho por Enrique Urbizu, y justamente lo   que no le gustó a la gente, ni a mí, fue el final, porque Polanski lo cambió   para adaptarlo más a su mujer, Emmanuelle Seigner, y porque lo quería   diabólico y tal, y para mi gusto lo estropeó. Pero vamos, que si Polanski   quiere cambiarlo que lo haga. Al fin y al cabo, es su película. Yo se lo   dije, además. Él me dijo: «Oye, quisiera eliminar todo lo de la parte de   Dumas y quedarme con lo del diablo» y tal, y yo le dije: «Es tu   película. No es mi novela, es tu película. La gente va a ver tu película, no   mi novela, con lo cual no me voy a hacer responsable de ella. Haz lo que   creas conveniente». Lo mismo le dije a Tano [Díaz Yanes]: es el   ‘Alatriste’ de Díaz Yanes, no de Pérez-Reverte. El mío está en mis novelas.   Yo siempre mantengo esa distancia saludable con los directores y los   guionistas. Yo les permito hacer un trabajo, lo hacen, y les doy la confianza   para que hagan lo que crean conveniente. Después, si me gusta, aplaudo, y si   no me gusta, me callo, ayudo en lo que pueda, o intento no perjudicar la   película.

-¿Y en ‘La carta esférica’? ¿Cree que era tan necesario cambiar el final?
-Sin destripar el final para posibles lectores, diré que me pidió permiso el   director, Imanol Uribe. Pero tenía razón, realmente. No es un mal final.   Además, tenía razón en una cosa: como quien ya ha leído la novela sabe el   final, así se sorprende al lector. Es una pirueta, digamos, para sorprender a   quien ya conoce la historia. Me pareció buena idea. Es un final simpático y   bien llevado. Es más blando que el mío, evidentemente, pero era la película   de Imanol. Es la visión que un lector llamado Imanol Uribe tiene y transmite   al espectador. Quien quiera leer ‘La carta esférica’ de verdad que se lea la   novela, claro, que sigue ahí intacta.

-Pero es que es precisamente eso lo que enfada a los lectores, que te cambien   los finales y cosas así.
-¿Pero por qué se van a enfadar? El cine es el cine. Eso es muy ingenuo.   Desde que el cine es cine han cambiado los finales, y los principios, y los   personajes. Hay novelas estupendas que nada tienen que ver con lo que han   hecho en la pantalla, como ‘El sueño eterno’. Lo que pasa en que en el cine   eso no se ve hasta que está ya hecho, y hasta que no ves el resultado final   no sabes cómo va a quedar, e igual te sorprende para bien que para mal. Hay   magníficas historias, muy bien trazadas y guionizadas, y después la película   no funciona, y hay guiones o historias flojos que después en la pantalla   quedan como obras maestras. Ése es el problema. Me dicen: «¿Y por qué   deja usted…?» Es que hasta que no veo la película hecha, no sé cuál es   el resultado. Es un riesgo que corres o no corres. Yo lo corro con algunas, y   con otras no los he querido correr. Con ‘El pintor de batallas’ no lo he   hecho, y con ‘Alatriste’ tardé mucho en hacerlo. Si como autor cobras,   permites y autorizas, ellos tienen la libertad de hacer eso. ¿Que se podía   mantener la novela intacta? Bueno, es que nadie obliga al lector a ir al   cine. El espectador debe saber a qué va. Debe saber que el cine es una visión   limitada, vista por un lector que se llama Roman Polanski, Imanol Uribe, Jim   McBride o Agustín Díaz Yanes, que a veces no coincide con la obra original o   la lectura de otro lector. Una película enriquece, da una versión distinta,   es divertida, plantea nuevos enfoques u horizontes, pero lo que no hay que   perder de vista es que el libro siempre es el libro.

-¿Qué importancia ha tenido el cine para usted, como niño, joven, adulto,   reportero y escritor?
-Yo la televisión la conocí con doce años. Lo que vi fue mucho cine de   pequeño: de guerra, del oeste, de aventuras, románticas, todo el melodrama   americano tuvo una gran influencia visual en mi vida, naturalmente. Añádele   el hecho de que era lector precoz, y resultaba que muchas de esas películas   importantes que veía las leía también: ‘Ben-hur’, o ‘Beau Geste’, o ‘Un   capitán de quince años’, o ‘De la Tierra a la luna’. Tenía esa doble entrada   de información: la visual de la película, y la literaria. Así, tenía   historias muy sólidamente amarradas que me crearon un tejido, una trama   narrativa y visual que condicionó mi vida como periodista y luego escritor.   Le estaba poniendo rostro a ‘Las cuatro plumas’, y a Mesala, y en un niño con   imaginación eso produce unos efectos muy interesantes e intensos. Ese cine y   esa literatura marcaron mi vida de una forma muy profunda. Cualquier lector y   espectador atento detecta en mis libros, en mis artículos y en mi   conversación ecos continuos de todo aquello.

-¿Cuando escribe se imagina la escena desde dentro o proyectada en una   pantalla, digamos?
-No, no, yo cuando escribo no veo pantallas. La palabra «cine» está   absolutamente ausente de mi trabajo. Yo trabajo todos los días ocho horas,   día tras día durante un año o dos para cada novela, y para mí es una   inmersión en un mundo narrativo visual mío, pero mío de mi cabeza. Me muevo   con mis personajes, los veo, los oigo, los siento, los huelo, pero las palabras   «pantalla, imagen, proyección, película» están completamente fuera   de mi territorio. Es más, si lo hiciera supongo que se estropearía la   historia, porque son dos códigos, lenguajes y planteamientos distintos. Sería   muy peligroso hacer una novela pensando en su posibilidad de llevarla al   cine. Iría en contra de todo lo que he dicho antes. El cine es un apéndice,   una cosa que está ahí, secundaria, de la que podría prescindir perfectamente,   y a veces prescindo perfectamente, pero no tiene nada que ver. Cuando yo   trabajo en una novela, estoy metido en la novela, en la historia narrativa   literaria. Solamente ha habido una vez en la vida que pensé una historia para   hacerla en el cine. Un amigo me la pidió, y la hice, pero aún así, mientras   la escribía me olvidé que era para el cine. La veía, como hago siempre, como   una historia que estoy escribiendo. Lo otro es hacer guiones de cine, y ése   no es mi trabajo, y además los haría muy mal.

-¿Alguna vez imagina rostros de actores en el papel de sus personajes?
-No, no. Hombre, un «no» radical quizá no sea cierto. Hay veces que   no puedes evitar un personaje, un movimiento, un gesto… Quien ha visto   tanto cine como yo toda la vida desde niño, pues quieras que no, te han   quedado imágenes y rostros. Pero por lo general no. Lo que hago para darle   más credibilidad a mis personajes es darles rostros de personas reales a las   que conozco directamente: amigos, gente con la que me relaciono, mujeres,   porque así me es mucho más fácil observarlas para extraer de ellas los elementos   que necesito para describirlas con más justeza y eficacia.

-¿Cuáles son los actores que más se han parecido a tus personajes?
-Viggo Mortensen es bastante Alatriste, pero es que fue él quien se adaptó a   Alatriste. Hizo un mimetismo con el personaje, y por eso se parecen bastante.   Pero se parece Viggo a Alatriste, no al revés. Él procuró parecerse, y eso me   gustó mucho. Y más así… Carmelo Gómez no hizo un mal Manuel Coy. No es él,   pero podría haber sido él.

-¿Omero Antonutti?
-No, no era físicamente el maestro de esgrima para nada, pero lo hizo muy   bien, no estoy quejoso en absoluto. Iba a hacerlo Giancarlo Giannini, pero   por razones de fechas no pudo ser. Ése sí que era físicamente Astarloa, el   maestro de esgrima.

-He leído por ahí que se quería a Sean Connery. ¿Es verdad?
-No, hubo un proyecto para un remake rodado en inglés, pero al final no pudo   hacerse porque estaba ya muy mayor.

-¿Y los personajes femeninos? ¿Hay alguno que se haya parecido? Lo primero   que hacen es cambiarle el pelo a todas sus rubias.
-Desde luego, en ‘Alatriste’ no se parece ni uno solo, y fue una de las cosas   que no me gustaron de ella. Ni la niña, ni la mayor, ni nada. Kate Beckinsale   en ‘La tabla de Flandes’ sí se parece mucho a Julia, la restauradora.   Emmanuelle Seigner no tenía nada que ver con la Irene Adler de ‘El club   Dumas’, aunque Johnny Depp sí era un Corso bastante aceptable. Jorge   Perugorría sí que físicamente era bastante el camionero Manolo de ‘Un asunto   de honor’. Sancho Gracia estuvo genial como el portugués Almeida. Los tres   malvados eran lo mejor de ‘Cachito’, como se llamó en el cine, y esos sí que   están más o menos como yo los imaginaba. En la serie ‘Camino de Santiago’   casi todos casaban muy bien con mi idea, porque como era un guión para serie   de televisón algunos de los personajes ya los hice pensando en los actores   que iban a interpretarlos, pero ese fue un caso excepcional. Y en ‘Territorio   comanche’ es evidente que Carmelo Gómez no es físicamente Márquez, pero es   extraordinario. Al final terminas creyendo que Márquez es él. Es de las   mejores interpretaciones de personajes míos, aparte de Viggo y Omero, que   están muy bien. El cámara de televisión que hizo te lo crees completamente, y   todos los compañeros se lo creyeron. Carmelo Gómez tiene una mención especial   en mi olimpo de actores, aunque no tiene nada que ver físicamente con   Márquez, que es bajito, rubio y de ojos azules, pero estaba soberbio en esa   película.

-Cuando toca hacer promoción de alguna película o serie, ¿dice lo que opina o   ha de cortarse un poco alguna vez?
-Si me gusta lo digo, y si no me gusta soy prudente. Ahí nunca eres sincero   del todo, digamos, porque una película es algo muy complicado. Nunca miento,   pero como ya he dicho, si me gusta aplaudo, y si no, soy prudente. Sería la   mejor definición. Primero, porque yo puedo estar equivocado. Y en segundo   lugar, una película es algo en lo que hay gente que ha puesto mucho dinero,   mucho trabajo, mucha ilusión, y hay mucha gente implicada, muchos actores,   maquilladores, atrezzistas, figurinistas, directores de arte, productores,   etcétera, que han hecho un esfuerzo en torno a una historia que era mía.   Entonces, en agradecimiento a ese esfuerzo y respeto a ese trabajo, lo mínimo   es prudencia. En casos como los de ‘La tabla de Flandes’ o ‘Quart’ no hago   elogios, pero mantengo la prudencia. A veces no me ha gustado toda la   película, pero procuro hablar de la parte que sí me ha gustado, como en   ‘Alatriste’ o ‘Territorio comanche’.

-¿Hay algún guión que te habría gustado haber escrito?
-No, eso no es cosa mía. Cada uno debe hacer aquello para lo que sirve. Hay   guionistas estupendos que hacen un gran trabajo. El de ‘El maestro de   esgrima’ lo hice a medias con Antonio Larreta, y esa experiencia, muy   curiosa, fue suficiente. Lo más frecuente, como ocurrió con ‘La reina del   sur’ o ‘Alatriste’, es que me llamen con algún problema de alguna escena que   no encaja, o qué podría decir Teresa, o qué diría Alatriste en este caso… Y   entonces, como yo conozco mejor que nadie al personaje, digo: «Pues   diría esto, o lo otro». Ese tipo de valoración sí la hago más. Hay un   caso concreto, en ‘Alatriste’, en la batalla de Rocroi, al final. Tano me   preguntó: «¿Qué diría Alatriste cuando vienen los franceses a pedirle   una tregua?» Pues «gracias por sus palabras, pero esto es un tercio   español». Eso se lo dije yo, y es mi única aportación al guión en sí. Es   una escena, por cierto, que me gusta mucho y me conmueve mucho cuando la veo.

-En ‘El maestro de esgrima’ aparecen cuatro guionistas en los créditos.
-Bueno, sin entrar en tantos detalles, lo escribimos entre Antonio Larreta y   yo.

-‘El maestro de esgrima’ está considerada, no sólo por usted, como la mejor   película hecha sobre una obra suya, y fue la primera, o sea que ninguna la ha   mejorado después. ¿Eso es preocupante?
-Hombre, vamos a ver, ‘Alatriste’ es más película que ‘El maestro de   esgrima’, sin duda, y ‘La carta esférica’. La fotografía de Javier   Aguirresarobe es extraordinaria, bellísima. Lo que pasa es que como   satisfacción personal de historia que sale redonda, con esos secundarios como   Alberto Closas y José Luis López Vázquez, y Assumpta Serna, que está   estupenda en la escena final, y en todas, tiene una serie de factores que   hacen que sea satisfactoria en muchos aspectos: actores, guión, resultado,   narración, montaje, música, todo. El conjunto es más satisfactorio, aunque ha   habido grandes detalles en otras películas, como el rodaje en Sarajevo en   ‘Territorio comanche’, mostrando una guerra rodada en una ciudad aún en   guerra, con decorado natural. Brillantísimo. O la producción tan   impresionante de ‘Alatriste’. Es esa extraña aritmética que tienen las   películas hasta que están terminadas la que hace que ‘El maestro de esgrima’   sea la que mejor sabor de boca me dejó a mí, y a mucha gente. Además, que fue   un rodaje muy divertido.

-‘Cachito’ empezó en parte como relato corto por entregas en ‘El País’.   ¿Publicaría algo más de esa forma?
-Pues nunca se sabe. Quizá, no sé. Si tuviera ganas y tiempo y ocasión. Era   otro momento de mi vida. Venía de un reportaje sobre la guerra, y tenía unos   meses tranquilos en Madrid, y podía hacer esas cosas. Ahora no lo sé. Fue una   experiencia divertida, como ‘La sombra del águila’.

-Con ‘Territorio comanche’ se convirtió usted en personaje de cine. ¿Se   reconoce en él?
-No.

-¿Nada de nada?
-Hombre, sí, lleva gafas, y está en los hoteles que estaba yo, y es compañero   de Márquez. Pero no se mueve como yo. Digamos que no me reconozco mucho. A   Imanol Arias lo veía nervioso, y yo siempre se lo decía: «Se supone que   llevas en la guerra muchos años». Se sobresaltaba con los tiros, y hacía   gestos así, y tal. Lo acusaba mucho. Si yo hubiera sido así de nervioso en la   guerra, me habrían matado. Entonces, digamos que en ese sentido no me sentía   muy representado, ¿no? En lo físico, llevaba las gafas como yo, y procuraba   adaptarse, porque al fin y al cabo estaba haciendo de mí, pero yo no era tan   nervioso, era mucho más tranquilo. Uno lo ve en la pantalla moverse y dice: «Este   chico lleva poco tiempo en la guerra». Y yo llevaba ya veinte años.

-En ‘Camino de Santiago’ aparece su nombre como «idea de», y luego   otros guionistas.
-Yo no hice el guión, hice la historia. Yo escribí la historia base, los   personajes, la trama policiaca, el juego de la oca, lugares geográficos, fui   al Camino de Santiago, dividí la historia por episodios, dónde cortaba uno y   empezaba el siguiente, y cuando ya estaba todo eso en bloques trazados,   estructurados y escritos, vinieron guionistas profesionales, bastante   brillantes por cierto, y la transformaron en guión televisivo. Pero ahí ya no   participé yo.

-¿Habrá alguna adaptación de ‘El club Dumas’ que respete un poco más las dos   partes de la novela?
-No lo sé. Es difícil. No sabría decir. No lo tengo previsto, desde luego.

-¿Tiene previsto escribir algún guión original más para cine?
-No de momento. Bastante tengo con mis novelas.

-¿Considera los guiones de ‘Camino de Santiago’ y ‘Gitano’ parte de su   producción literaria?
-No, es diferente. No los considero parte de mi producción literaria, no. Los   pongo en el grupo del cine: trabajos que he hecho, divertidos, interesantes,   bien pagados, pero están fuera de lo que es mi ámbito habitual. Son   excepciones, digamos. En mi currículum como autor eso figuraría como nota a   pie de página.

-¿De no haber sido guiones podrían haber sido novelas?
-Sí. De hecho, ‘Camino de Santiago’ era una novela que tenía previsto   escribir, basada en el juego de la oca como clave de una serie de asesinatos   en el Camino de Santiago. Vino un productor gallego a pedirme una historia   que tuviera que ver con el Camino, y le dije que solamente tenía una, para   una novela. Se la conté, y me dijo que le gustaba y la quería como historia   para la tele. Al principio me resistí, porque no quería fastidiar la novela,   que iba a tener otro título que tenía que ver con lo esotérico. Pero una vez   hecha en televisión, ya no tenía sentido escribirla. Ya la había vivido a   través de la serie, y una vez que una historia está hecha, está muerta para   el autor.

-‘La tabla de Flandes’ fue una decepción, ‘La novena puerta’ cambió muchas   cosas y para ‘Alatriste’ hubo un intento de guión hecho por estadounidenses   que era horrible. ¿Cree que el mundo anglosajón de alguna manera no entiende   bien sus historias?
-No lo sé. A todos les pasará que habrá guionistas más sutiles y más   groseros. Pero hay una cosa que es cierta en mis novelas: yo soy un autor   europeo, formado en una cultura europea, aunque tengo una cultura visual y   novelística norteamericana de la que uso técnicas narrativas y visuales a   veces. Pero hasta mis novelas de más acción tienen un componente cultural   europeo intenso, mediterráneo. También se iba a hacer una película en Estados   Unidos sobre ‘La piel del tambor’, pero al final no se hizo, aunque sí se   escribió el guión y me lo pasaron. Esta novela es una historia muy europea de   iglesias, religión, consuelo, siglos de tradición, vieja Europa, el   Mediterráneo, la latinidad medieval, el Renacimiento, y todo ese cogollo   cultural pasó por unos guionistas americanos que acabaron haciendo una   película de acción donde Tom Cruise iba a hacer del padre Quart. Iba a ser   persecuciones, hostias, golpes, aviones incendiados, caídas, peripecias,   asesinatos, y toda la densidad que espero que tengan mis novelas, y que el   lector puede buscar y reconocer en ellas, desaparecía. También ese otro guión   para ‘Alatriste’, u otro para ‘La reina del sur’, quedaban despojados de esa   europeidad de la que yo estoy razonablemente orgulloso y que espero que se   note en mis novelas. Y supongo que eso hace que las películas queden más   ligeras, que es lo que pasó con la película de Polanski también, aunque él es   europeo. Creo que esa americanización perjudico a la historia de ‘El club   Dumas’.

-¿Va mucho al cine, a salas de cine?
-No, no voy mucho. Ten en cuenta que yo veo dos películas diarias en mi casa,   desde hace ya muchísimos años, una por la tarde y otra por la noche. No veo   televisión, y los telediarios una vez cada cuatro o cinco días. Compro mucho   cine en deuvedé, y tengo una buena colección en casa. No voy mucho al cine,   una vez al mes quizá. La última que fui a ver fue ‘El americano’, debe hacer   ya como dos meses. Me gustó bastante, a pesar de algunos fallos y cosas poco   creíbles. Es bastante decente y visualmente muy bonita.

-‘El pequeño hoplita’ quedaría muy bien como cortometraje animado.
-(Se ríe) Nadie me lo ha dicho todavía. Si me lo dicen, ya te lo contaré. Es   la primera noticia que tengo. Quizá quedase bien, sí, dependiendo del talento   y el dinero de quien lo haga.

-¿Qué le pareció la BSO de Roque Baños para ‘Alatriste’?
-Muy buena, magnífica, me gustó mucho. La tengo en cedé y de vez en cuando la   pongo. Me pareció brillante.

-¿Escribiría algo de ciencia ficción?
-No. Pero no por desprecio, sino porque soy muy poco lector de ese género. Yo   siempre he leído más de aventuras y viajes. De ciencia ficción leí me parece   ‘Dune’ y ‘1984’ y alguna más así suelta. Pero no lo domino ni me siento   capacitado. Aunque nunca se sabe, ¿no? Pero no tengo nada previsto de ciencia   ficción. A mis años hay que elegir, y no se puede estar en misa y repicando.   Al elegir, elegí otras cosas.

-¿Ha visto ‘Águila Roja’?
-Un episodio casi completo.

-¿Y qué le pareció?
-Entretenido, parece. Pero no es la idea que yo tendría para una serie sobre   ‘Alatriste’.

-¿Hay planes para adaptar alguna de sus obras de época napoleónica?
-Siempre hay, pero es que planes hay muchos. La vida de un escritor está   llena de planes y propuestas, pero hasta que esa propuesta se materializa pueden   pasar años. ‘Alatriste’ tardó ocho años. Propuestas hay varias, pero ninguna   de la que pueda hablar ahora mismo con seriedad.

-¿Le gustaría que le dirigiera una película Clint Eastwood?
-Antes he hablado de la europeidad de mis historias, y Clint Eastwood es un   autor absoluta y rotunda y eficacísimamente americano. Entonces, dudo que una   de mis novelas le interesase. Pero sería muy divertido ver un Alatriste a   través de los ojos de Clint Eastwood.

-¿Aceptaría entonces adaptaciones hollywoodienses, con todos sus medios y   dinero, y en inglés?
-Si es solvente, seria y rigurosa, siempre estoy dispuesto a aceptarla. No   tengo nada contra las productoras americanas.

 

]]>
Arte y estupidez humana http://novelaenconstruccion.com/2014/03/05/arte-y-estupidez-humana/ Tue, 04 Mar 2014 23:18:38 +0000 http://novelaenconstruccion.com/?p=680 Élmer Mendoza – El Universal de México  04/03/2014

“El único arte posible tiene que ver con la estupidez humana”, afirma Sniper, el misterioso grafitero buscado por Lex Varela, una crítica de arte que se convierte en sagaz investigadora en ‘El francotirador paciente’, la novela de Arturo Pérez-Reverte, publicada por Alfaguara en octubre de 2013, que aborda el sorprendente universo del grafiti, esa poderosa manifestación de arte callejero presente en todas las ciudades y pueblos del mundo.

El grafiti es cultura, y las personas que lo practican son como sombras que dejan su huella sin aspirar a demasiado. No me extrañará que en cualquier año por venir, y sólo por joder, me cuenten o vea un placazo con el nombre de Arturo, que ha escrito una novela de respeto, apelando a toda su maestría, en que funcionan al menos dos canales que impresionan: el universo del grafiti con sus claras razones y su relación con el arte formal y los espacios tradicionales de exhibición: galerías, museos, programas de grafiti municipal, y el sentido de novela negra con que Varela sigue la pista de un personaje que se escabulle constantemente después de dejar su marca.

Todo lo que un aerosol tiene de paraíso esta aquí. Arturo Pérez-Reverte, que nació en Cartagena, Murcia, España, en 1951, nos comparte un universo asombroso, no sólo por la aplicación invasiva de varias capas de pintura en lugares inesperados, sino por el sustento estético de un arte agresivo, con sentido político y social y sobre todo, como una forma de tomar los puntos prohibidos de una ciudad para manifestarse. Lex Varela, contratada por una editorial de arte, experta en arte callejero, recorre varias estaciones en búsqueda de Sniper, un artista de más de cuarenta años, a quién sigue una legión de jóvenes que se arriesgan no sólo a caer presos, sino a perder la vida por el sitio elegido para su intervención en algún muro, azotea, tren, metro o estatua emblemática de cualquier ciudad. Las calaveras de Posada están presentes como elemento de transgresión.

En su recorrido por España, Portugal e Italia, Lex Varela no va sola. Biscarrués, un poderoso hombre de negocios, busca también a Sniper, lo culpa de la muerte de su hijo que se desplomó de un alto edificio donde ponía su marca y quiere venganza. Dos personas la siguen. Varela las enfrenta, incluso acepta una invitación del millonario a cenar pero no está de acuerdo con denunciar al artista. Ella quiere fotografiar su obra para publicarla en un gran libro de arte y que Sniper lo apruebe y acepte exponer en famosas ciudades. Todos los grafiteros que conoce en el trayecto le advierten que es una locura, que el grafitero mayor no se rendirá ante la idea de comercializar sus creaciones, pero Lex es terca, y si eso es así quiere que se lo diga el mismo Sniper, que piensa que “El arte sólo sirve cuando tiene que ver con la vida”; y además afirma: “Si soy un artista y estoy en la calle, cualquier cosa que haga o incite a hacer será arte. El arte no es un producto, sino una actividad. Un paseo por la calle es más excitante que cualquier obra maestra”. Como se nota, hay una rebeldía desbocada pero tiene sentido. Los grafiteros también se llaman escritores y sus mensajes tienen el candor de la vida junto al sentido estético de una intervención que enriquece una pared o un costado del metro. La voz de los aerosoles es fuerte: “Somos pocos pero somos locos”, escriben los cholos mexicanos; “El que pecho abarca, loco aprieta”, los paraguayos.

Lex Varela es lesbiana. Su relación con el mundo del grafiti se enriqueció cuando investigaba para hacer su tesis de grado y conoció a una dulce chica que le gustaba la adrenalina de pintar la cortina de una tienda con la policía pisándole los talones. Una noche no alcanzó a escapar. En este recorrido la recuerda de vez en cuando y entiende que: “La excitación intelectual, la tensión física, el desafío a tu propia seguridad, el miedo dominado por la voluntad, el control de sensaciones y emociones, la inmensa euforia de moverse en la noche, en el peligro, transgrediendo cuanto de ordenado el mundo establecía, o pretendía establecer.” Es la esencia de este arte transgresivo y de las personas que lo crean; queda claro que: “Si es legal, no es grafiti.”

Arturo es un escritor fascinado por el placer de narrar, sabe lo que significan horas y horas de trabajo y conoce el sabor de la incertidumbre; por eso trata todos los temas. Es un autor que sólo se compromete consigo mismo y con sus lectores, entre los que están aquellos que les gusta que les cuenten historias. Y si la historia implica investigación policiaca, el buen rato está garantizado, como en ‘El francotirador paciente’.

]]>
El contador de historias http://novelaenconstruccion.com/2014/02/07/el-contador-de-historias/ Thu, 06 Feb 2014 22:27:46 +0000 http://novelaenconstruccion.com/?p=672 Entrevista con Silvana Boschi – Revista Ñ (Diario Clarín de Buenos Aires) 31/01/2014

Contar historias en las que pasan cosas. Haber sido durante 21 años
reportero de guerra. Escribir ocho horas por día. Meterse entre los
personajes reales que después van a ser los personajes de sus novelas.
Salir a navegar. Leer. Buscar nuevas historias. Esas son las cosas que
dice que ha hecho Arturo Pérez-Reverte para convertirse en quien es: un
escritor español que lleva escritas unas 30 obras, nueve de las cuales
fueron llevadas al cine, y que ha sido traducido a 41 idiomas.

Nacido en Cartagena (España) en 1951, Pérez-Reverte comenzó a escribir
libros a los 38 años, y su nueva profesión convivió con la de periodista
algún tiempo, hasta que el éxito de ‘La tabla de Flandes’ y cierta
decepción con su carrera lo llevaron a volcarse totalmente a la
escritura. Miembro de la Real Academia Española, es autor –entre otras–
de ‘Las aventuras del capitán Alatriste’, ‘El maestro de esgrima’, ‘La
piel del tambor’, ‘La carta esférica’, ‘La Reina del Sur’ (sobre la que
se hizo una telenovela), ‘El pintor de batallas’, ‘El tango de la
Guardia Vieja’ y ‘El francotirador paciente’, editada recientemente por
Alfaguara.

Esta última novela es una historia ágil y callejera, que revela el
submundo de los pintores de grafitis, esos “lobos nocturnos, cazadores
clandestinos de muros y superficies”, obsesionados por dejar su nombre o
una frase estampada en una pared de Madrid, Lisboa, Verona o Nápoles.
Sobre esta última obra y sobre otros temas, como los héroes cansados y
escépticos o la potencia de las series de TV como estructuras
narrativas, Pérez-Reverte dialogó telefónicamente con ‘Ñ’ desde Madrid.

–Usted dijo que ‘El francotirador paciente’ se inspiró en razones personales. ¿Puede contar cuáles fueron?

–Bueno, estaba en Verona viendo el balcón de Julieta y se me ocurrió una
parte de la trama que luego, viajando en tren a Roma, desarrollé viendo
grafitis en las estaciones. Pero en realidad una novela siempre es un
punto de estallido de un mundo que uno lleva consigo. Uno va acumulando
cosas, recuerdos, lecturas, ideas, vivencias, y un día hay algo, una
frase, una palabra, una música, una persona, una sensación, que dispara y
aglutina ese mundo que uno lleva consigo. Y eso ocurrió esta vez.

–Cuando se habla de los grafiteros y de la obsesión por dejar su firma,
también se podría pensar en los periodistas o escritores. ¿El grafitero
es alguien que quiere ser leído de prepo?

–Ellos se llaman a sí mismos escritores, lo cual no es nada casual. Hay
muchos tipos de grafitis, y es muy complejo ese mundo. Va desde lo que
es la mera firma, el «tag», como lo llaman ellos, hasta la obra
pictórica más compleja, que se mete en el terreno del arte urbano. Pero
el grafitero puro y duro es aquel que se limita a poner su nombre, su
firma, desarrollada de una forma más o menos compleja pero su firma. Es
una forma de afirmarse. Yo he hablado con muchos de ellos, y la mayor
parte me dice que no pretende ser artista ni mucho menos: “Yo sólo
quiero firmar, poner mi nombre, afirmarme”. Uno de ellos, que no lee
libros, me dijo “escribo y existo”, es una visión casi filosófica de la
vida intuitiva: escriben para ser. Gente a menudo sin fama, sin nombre,
sin trabajo, sin otras perspectivas, poniendo su nombre, ganándose el
respeto de los que como ellos escriben en paredes, multiplicando su
firma en trenes, en metros. En ese sentido, hay una conexión con lo que
es el escritor, que también pretende afirmar en cierta forma su
personalidad. O esa firma en primera página que todos perseguimos cuando
éramos jóvenes, y que el día que la conseguíamos era un gran éxito,
claro.

–¿Vincula de alguna forma la actividad de estos jóvenes grafiteros con
la imposibilidad de llegar a ser alguien por medio del esfuerzo? ¿Tiene
que ver con una percepción pesimista de la sociedad o no tiene nada que
ver?

–Insisto en que el grafiti es muy complejo y en el curso del trabajo de
investigación para esta novela he encontrado muchos tipos de grafiteros
diferentes. Desde el vándalo que va a hacer daño, por el placer de
destruir o de marcar, hasta el tipo tímido que poniendo su nombre
realiza sueños de proyección, o el que quiere ser artista y empieza por
ahí. Hay un montón de motivaciones diferentes, es imposible manejar un
modelo común. Pero el que más me interesa es aquel que a través de su
actividad grafitera grita de alguna manera, afirma de alguna manera y
combate de alguna manera. He encontrado un tipo de grafitero que hace
una especie de guerrilla urbana, hecha de adrenalina, de transgresión,
de provocación, de lealtad entre compañeros, un grupo marginal con
códigos y reglas internas. Y ahí es donde me he movido, es lo que más me
ha interesado. Porque eso entra en el tema que trato en mi novela, esa
ética, esa estética asumida como épica. Eso es justamente lo que me
fascinó del grafiti, y he movido mi novela por ese sector específico.

–Usted habla de guerrilla urbana, pero parecería que toda esa
organización de los grafiteros, -salir de noche, correr si llega la
policía, vestirse de negro-, es una puesta en escena bastante
clandestina para un hecho que, de ser descubierto, provocaría sólo una
multa.

–Por eso seduce mucho a los jóvenes, entre otras cosas. El grafitero
suele empezar muy joven y lo deja pronto, entre los 15 y los 20 años,
que es el momento de más actividad, y es por eso precisamente. Yo cuando
he estado con ellos, -en España, en Portugal y en Italia, intentando
reunir material para contar ese mundo-, he descubierto con asombro cosas
casi militares. Me ha recordado, -en inocuo, en no tan peligroso, por
supuesto, pero sí en cuanto a las maneras-, escenas de mi vida como
reportero, cuando uno estaba en territorio enemigo, «territorio
comanche», como yo digo. Toda esa parafernalia que es casi militar,
adrenalina, tensión, peligro, crea un mundo que a los jóvenes, que no
tienen otras cosas ni otras emociones ni otras adrenalinas, los seduce
bastante.

–Una actividad algo más emocionante que subir un mensaje a Twitter.

–Sí, uno de ellos me dijo: “Hay imbéciles que se tiran de un barranco o
con una cuerda, o se tiran con unas alas por un desfiladero. Pues yo
hago esto: yo pinto trenes de noche y me juego mi libertad y mi dinero, o
el dinero que no tengo”. Es es una motivación tan buena como
cualquiera.

–En ‘La tabla de Flandes’ y ‘El pintor de batallas’ aparece la discusión sobre qué es arte. ¿Retomó ahora ese tema?

–A mí el asunto del arte me interesa desde hace mucho tiempo. De hecho,
mi segunda novela, ‘La tabla de Flandes’, hablaba de esto, así como ‘El
pintor de batallas’ y algunos otros trabajos míos. El tema del arte
moderno y antiguo me interesa bastante. Y siempre he sentido mucha
curiosidad, como espectador, mirando tanto el arte clásico como el arte
urbano, como el arte callejero, como aquel punto en el cual el grafiti
linda con el arte callejero. Bueno, pues ahí hay varias preguntas que
esta novela me permitía plantear. Quiero dejar en claro que yo no
apruebo el grafiti, me parece vandalismo, y no estoy de acuerdo con él.
Lo que pasa es que me fascina el mundo que hay abajo y ahí es donde he
movido mis personajes. Dicho lo cual, debo decirle que hay algunas cosas
que comprendo que no están desprovistas de sentido, cuando uno de ellos
me decía: “Un político puede llenar las calles con carteles con su
cara, una marca comercial puede llenar las calles con carteles de coches
o de sujetadores de mujeres, y yo no puedo poner mi nombre. ¿Por qué un
político es legal y yo soy ilegal?”. Bueno, no es una guerra que
pretenda ganar, no es un combate por una victoria social, es una manera
de desahogar, de volcar, de gritar, sin ningún objetivo concreto, porque
el grafitero no quiere cambiar el mundo, quiere gritar “yo soy, yo
estoy, yo existo”. Entonces, eso ofrece posibilidades muy interesantes
para analizar lo que es el arte moderno, tan capturado, tan domesticado,
tan secuestrado por marchantes sin escrúpulos, por galeristas esnobs y
por artistas mediocres amparados por el sistema. Encontrarse con ellos,
entonces, con la actividad dura, violenta del grafitero en la calle,
crea unos contrastes muy interesantes que quería explotar con esta
novela.

-‘El francotirador paciente’ le llevó menos tiempo que otras obras. ¿Es porque ya conocía los escenarios?

-Sí, hay novelas más complejas. Por ejemplo, ‘La Reina del Sur’, una
novela sobre narcotráfico. Pasé dos años con narcotraficantes en México,
en la frontera, en el sur, en el estrecho de Gibraltar, en Marruecos.
Requería un trabajo de documentación previa muy complejo. Pero esta
novela urbana, actual, corta, casi policíaca, tenía unas características
que me permitieron resolverla con más rapidez. Me puse con ella y fue
saliendo, fue saliendo… Y vi que la terminaba antes de lo previsto.

–Usted dijo que todas las obras de arte cuentan historias. ¿Un cuadro
hiperabstracto también o hay obras cargadas de significado y otras que
no?

–Bueno, hay un arte moderno absolutamente ficticio. En el arte moderno
hay cosas muy buenas, evidentemente, pero el sistema tiene sacralizadas
una serie de mediocridades a las que hace multimillonarias. Y le pongo
un ejemplo concreto, el caso de Damien Hirst. Incluso entre los
grafiteros, a artistas como Banksy lo consideran estafadores de
categoría, desprecian profundamente a ese tipo de artista. Entonces,
frente a todo eso, digamos que la actividad del grafitero que no
persigue éxitos, ni exponer, ni galerías, que se conforma con salir a la
calle, hacer su tapia y volver a su casa con los amigos a tomar unas
cervezas, tiene unos aspectos casi románticos, digamos, dentro del
vandalismo general, que lo hacen singularmente atractivo. Entonces,
claro, uno debe aprobar la vaca muerta de Damien Hirst pero debe
criticar a un chico que hace una pared maravillosamente bien hecha en la
cual está volcando un montón de cosas que si uno mira las ve; no sé qué
decirle. Por eso, para esta novela me planteaba una serie de preguntas
que no intento responder sino plantear, porque al fin y al cabo yo sólo
soy un novelista, cuento historias, no soy un artista, ni un sociólogo,
mando una serie de preguntas e interrogantes.

–¿Cómo fue su decisión de abandonar la carrera de periodista?

–Fue después de la guerra de los Balcanes. Justo ahora han hecho 20 años
que dejé de ser reportero. Fui reportero durante 21 años, trabajé en
países en guerra, habitualmente, incluida la guerra de las Malvinas.
Después de los Balcanes, mis novelas ya funcionaban bien, me daban
libertad, me hacían económicamente independiente, y podía navegar con mi
propio barco, que es lo que realmente me gusta. Así que decidí hace 20
años dejar el periodismo y dedicarme nada más que a escribir.

–¿Cómo funcionaba su creatividad cuando era escritor y periodista? ¿Hubo
efectivamente un salto de calidad o productividad cuando se dedicó sólo
a escribir, o la doble tarea funcionaba como un motor interesante?

–Bueno, yo era reportero de guerra, yo no estaba en una redacción
habitualmente. Yo me iba a una guerra, estaba meses, volvía, estaba
meses en Madrid, y volvía a otra guerra. Es decir, que entre guerra y
guerra escribía. No tenía el contacto directo, diario, con la redacción,
lo cual me permitía esa especie de esquizofrenia de dos vidas
diferentes que fui compaginando sin ningún problema hasta que, bueno, un
día decidí que ya no iba a hacerlo más. De todas formas, yo soy un
escritor tardío -empecé a escribir con 38 años-, así que digamos que mi
vida como escritor y periodista al mismo tiempo no fue demasiado larga.
De todas formas, en mis novelas lo que hago es contar bajo el punto de
vista, contar con la mirada –al fin y al cabo un escritor no es más que
una mirada– con la mirada que me dejó mi vida como reportero. Mi sello,
mis personajes, mis conflictos en todas mis novelas se nutren de la vida
que durante esos 21 años llevé como reportero, lo que viví, lo que
tengo en la memoria, mi álbum de fotos personales. Esta novela, ‘El
francotirador paciente’, es en cierta forma una novela de guerra.

–Usted habló también de su decepción por la demanda de los medios, en la
última guerra que cubrió, de difundir fotografías sensacionalistas,
como si se tratara de un espectáculo.

–Sí, de hecho, hay dos libros que marcan eso. Uno es ‘Territorio
comanche’, que es autobiográfico, es el libro con el cual me despido en
el año 93 del periodismo, y ‘El pintor de batallas’, escrito diez años
después, en el cual hago una especie de recorrido por la guerra a través
del arte, o del arte a través de la guerra. Quizá sea mi libro más
complejo, más amargo y más triste. Y ahí están también los motivos por
los que dejé el periodismo. Yo era un reportero, un cazador de imágenes,
un mercenario altamente cualificado, vivía bien, pero todo eso, por una
parte, me iba causando una serie de estragos personales y, por otra
parte, me iba causando una serie de decepciones sociales. Y a raíz de la
guerra del Golfo, me refiero a la primera guerra del Golfo, y a la
manipulación a la cual asistí, viví, sufrí y protagonicé en primera
persona, como todos mis compañeros, y después a raíz de la guerra de
Yugoslavia, fueron tres años en los cuales murieron 52 compañeros,
algunos de los cuales eran amigos míos, y eso no valía absolutamente
para nada. Occidente seguía mirando la televisión, el fútbol, y haciendo
zapping entre el fútbol y los programas del corazón y del sexo, y los
Balcanes eran un tema secundario. A raíz de todo eso comprendí que el
oficio que había hecho no valía para nada, que ya tenía edad para hacer
cosas mías, y navegar, y ser independiente, y que ningún espectador
merecía que a mí me mataran en Sarajevo, y decidí que no me interesaba
la profesión, que había perdido para mí toda razón de ser, que la
aventura ya la había vivido y que la misión humanitaria o ética de un
periodista no tenia ningún sentido en el mundo absurdo y puerco en el
cual vivía. Así que, dije: «Dejo todo eso y me dedico a navegar y a
escribir».

–¿Hubo algún detonante, alguna situación especial que aceleró la decisión?

–Yo desde el año 73 hasta el 94 viví todas las guerras, prácticamente
todas las que hubo en ese período. Digamos que fue la acumulación, la
transformación de esos años de vida, hasta que decidí que ya no era el
chico que salía al mundo con una mochila, sino que era un veterano con
cicatrices y mirada cansada, y que ya no creía en lo que estaba
haciendo, y que contando novelas a lo mejor podía rentabilizar de alguna
forma personal lo que esa vida me había dejado. Pero yo soy un escritor
accidental, yo nunca quise ser novelista. Yo era lector, nací en una
casa con una biblioteca grande, viajé a mi primera guerra con la mochila
llena de libros, cuando vi Beirut o vi Sarajevo había leído bastante
para reconocer ahí Troya, o sea que los libros que leí me sirvieron para
interpretar el mundo en el que vivía. Era un reportero de guerra
ilustrado, por decirlo de alguna forma. Y eso me dio un hilo, me dio un
sustrato, un territorio hacia el cual me pude replegar después.

–Usted habla de héroes cansados, escépticos y marginales. ¿Es ése el tipo de héroe que cree que existe ahora?

–No sé si es el que existe o es el que a mí me interesa. Quizá por la
vida que he llevado, porque yo también me siento cansado, no mucho más
feliz que Héctor o Aquiles. El héroe de corazón puro, el clásico héroe
inocente y bondadoso y bueno, y en el lado del bien luminoso de las
historias clásicas, ya no funciona, ni en la realidad ni en la ficción.
El hombre actual ha perdido su inocencia, su corazón es oscuro, es
Ulises a la vuelta de Troya, con sangre en las uñas, en fin. Es un
hombre que vaga buscando una Itaca que es muy difícil de encontrar,
donde la mujer envejece, es decir, hay un montón de factores… Solamente
lo reconoce su perro, y ese es el héroe que me interesa, quizá porque yo
me siento más cerca de este héroe que del otro. Yo creo que el único
héroe creíble es ese héroe cansado, Y dentro de ese héroe cansado
precisamente está la mujer. En mis novelas, sobre todo en las últimas,
gana importancia cada vez más el personaje femenino como protagonista,
como voz conductora, porque quizás el hombre está muy agotado como guía
narrativa, hay lugares a donde el hombre ya no puede llegar como
protagonista, como punto de vista narrativo. Pero la mujer, que está
haciendo frente a un mundo nuevo, que está enfrentada a desafíos nuevos,
que ahora tiene una mirada nueva y fresca porque ha cambiado su viejo
rol social y ahora hace otro, y se enfrenta a conflictos terribles,
crudísimos y dificilísimos de resolver, la mujer proporciona una mirada,
un recorrido narrativo, para llegar allí donde con el hombre no se
puede llegar.

–¿Qué opinión tiene del auge de las series, de la relación entre las series actuales y los textos narrativos?

–Bueno, yo no veo televisión ni veo informativos, uso la televisión para
ver películas y series, soy realmente un adicto a las series de TV. Mi
tiempo libre, cuando no estoy navegando o escribiendo, estoy leyendo y
viendo series o cine. En ese sentido, debo decir que yo creo que el
talento creativo en este momento se está refugiando más que en la
literatura en las series de TV. Yo creo que las series son, en este
momento, el artefacto narrativo más interesante que existe en la cultura
de la sociedad occidental. Series como ‘House of Cards’, ‘Homeland’,
‘Los Soprano’, ‘Mad Men’ o todas éstas, tienen tal cantidad de talento,
de creatividad, de eficacia narrativa que de alguna forma desplazan el
interés. Si es cierto que la literatura escrita en forma de novela está
en cierta forma sentenciada por el mundo en que vivimos, yo creo que
habrá grandes transformaciones en ese sentido y no para bien. Lo
resumiría diciendo que si yo fuera un joven escritor con ambiciones me
dedicaría a escribir historias para series de televisión más que novelas
para ser publicadas en papel.

]]>
Víspera de la batalla http://novelaenconstruccion.com/2014/01/09/vispera-de-la-batalla/ Wed, 08 Jan 2014 23:21:00 +0000 http://novelaenconstruccion.com/?p=667  Joé Belmonte Serrano. Suplemento cultural de La Verdad de Murcia. 21-12-13

Los héroes -dejó   escrito Pérez-Reverte en uno de sus artículos periodísticos -pasan por   nuestro lado sin que reparemos en ellos. Se sientan en la terraza de un bar,   se sujetan a la barra del metro o hacen la cola del paro, como todos.

No son, pues, héroes   clásicos. A la manera de Homero. O Virgilio. Sino héroes que se ocultan del   sol del mediodía. Que trabajan agazapados entre las sombras. Con talento,   desde luego. Con una inteligencia fuera de lo común. Pero que prefieren   mantenerse al margen, seguir siendo, a toda costa, héroes cansados. Sniper,   el protagonista de esta nueva novela de Arturo Pérez-Reverte, es uno de   ellos. Basta con atender a su descripción, a las certeras palabras con las   que se le define: uno de esos tipos que en una revolución miran por el   balcón, salen a la calle, organizan a los vecinos y acaban siendo los jefes.   Luego, sin embargo, en cuanto la revolución triunfa y toma cuerpo,   desaparecen. Sin más.

Sniper sale de su   escondrijo, por fin, bien avanzada la novela. El acierto del autor de estas   páginas es, sin duda, el modo de construir al personaje a partir de cierta   información que «la chica», Alejandra Varela, va obteniendo de cuantos lo han   conocido. Es como ir al encuentro de un sueño insistente y repetido con el   temor de no encontrarte con lo que tanto has deseado. ‘El francotirador   paciente’, vuelve, en cuanto al número de páginas, a ‘El pintor de batallas’,   después de la experiencia de dos novelas ciertamente voluminosas, de muy   largo recorrido, con otra cadencia y un tono diferente, ‘El asedio’, con más   de setecientas páginas, y ‘El tango de la guardia vieja’, con casi   quinientas. Con ‘El pintor de batallas’ existe un mayor lazo de unión que   este simple detalle anecdótico. De nuevo, con temple, con sabiduría y   experiencia, ese deseado equilibrio entre acción y reflexión. A veces, es el   propio lector quien detiene el ritmo para hacer un alto en el camino,   detenerse en una perla en forma de frase -tan breve como profunda y   compleja-, marca de la casa, frecuentes en la mayoría de sus novelas: «Sólo   eres joven en la víspera de la batalla. Luego, ganes o pierdas, has   envejecido». Reverte afina más que nunca. Con un par de pinceladas logra ese   efecto que otros escritores, contemporáneos suyos, no saben plasmar ni en   varias páginas de sus libros. Así describe los efectos de la crisis, cuando   se fija en una tienda de la ciudad «con folletos publicitarios que se   amontonan en el polvo del suelo al otro lado de cierres metálicos». Alejandra   Varela, la encargada de dar con el paradero del grafitero más buscado de   Europa, para hacerle una tentadora oferta y algo más, se inscribe en la línea   de los mejores personajes femeninos creados por Reverte: desde la ya lejana e   inolvidable Julia de ‘La tabla de Flandes’ hasta la Teresa Mendoza de ‘La   reina del sur’, pasando por Adela de Otero (‘El maestro de esgrima’) y   Macarena Bruner (‘La piel del tambor’). Y a su alrededor, secundarios que   cobran enorme fuerza a lo largo del relato, que se hacen un hueco en la   trama, que, en plan unamuniano, demandan de su creador, un espacio vital,   unas líneas para poder expresar sus sentimientos.

Adentrarse en el   mundo del grafiti no era tarea fácil. Y mucho más si ese mundo es analizado   en clave artística y humana. Un mundo, casi de corte militar, hecho también   de códigos, de reglas no escritas. Son como soldados antes de un combate   nocturno. Es la guerrilla del arte. La obra de arte más honrada, porque quien   la hace no la disfruta. Esta afirmación da pie a otro de los elementos más atractivos   de esta novela. Pérez-Reverte no tiene inconveniente alguno -como ya hizo en   ‘El club Dumas’, donde desvela que el éxito o el fracaso de un libro no se   sustenta en la calidad del mismo, sino en una gran mentira: en el capricho de   un influyente y desalmado crítico- en airear, por boca de sus personajes,   que: «La auténtica obra de arte está por encima de las leyes sociales y   morales de su tiempo». De ahí que se llegue a afirmar que «el arte actual es   un fraude gigantesco»» Y que son los medios y los críticos influyentes   los que pueden encumbrar a cualquiera. O destruirlo.

La búsqueda de   Sniper por parte de Alejandra tiene razones de mayor calado. En ello reside,   de algún modo, la esencia y la sorpresa final de esta obra. Reverte, no lo   olvidemos, toma con frecuencia elementos de la novela negra, y sabe manejar   la intriga, en su justa dosis, como pocos. La sensación final no es otra que   la de estar ante una obra bien construida estructuralmente, con un lenguaje   sin alarde alguno, sin preciosismo de ninguna clase, con una deliberada   sencillez que no impide, sin embargo, que su autor nos ofrezca espléndidas   descripciones de rincones de la ciudad de Nápoles, último escenario de la   obra tras su paso por Madrid, Lisboa, Verona y Roma. La sombra del periodista   aparece de vez en cuando, sacude al lector, le pone los pies sobre la tierra.   En definitiva, un producto revertiano un tanto raro, hay que reconocerlo,   nada habitual, al menos en cuanto al tema elegido, pero, al mismo tiempo, un   documento que nada tiene de ajeno a sus anteriores entregas, con su deseo   siempre de sacar a la luz y poner sobre el tapete, sus libros, sus cuadros   favoritos, sus películas predilectas… Y una música muy especial: la del viejo   Chet Baker, con la que pone banda sonora a su obra: «The wonderful girl for   me/ oh, what a fantasy…».

 

]]>
Escribir dudas como bombas http://novelaenconstruccion.com/2014/01/01/escribir-dudas-como-bombas/ Wed, 01 Jan 2014 17:21:47 +0000 http://novelaenconstruccion.com/?p=664

Por Juan Cruz. La Nación (Argentina) 27-12-13

Hasta Enric González, excelente periodista que siempre tiene preguntas nuevas, le hizo a Arturo Pérez-Reverte (Jot Down, 1 de junio de 2012) la vieja pregunta: «¿Nunca tienes un aguijón de nostalgia por el periodismo?» El veterano periodista, que jugó un papel fundamental en el reporterismo español, de guerra y de paz, a principios de los años noventa, respondió a su estilo: «Tengo el impulso. Ocurre como cuando has sido torero o cura. Hay oficios que marcan». Fue periodista; jamás dejó de ser novelista, ni antes ni ahora. Y ahora ha escrito una novela en la que en ocasiones deja un lugar para que mire, con la sabiduría de la experiencia propia, un periodista al que él le entrega por entero la lente de la narrativa.Y tanto, y tanto que marcan ciertos oficios: no se van nunca, son como un grafiti indeleble, es como una bomba que cae sobre uno. De hecho, desde que una noche decidió abandonar el periodismo, harto de la burocracia que se mascaba en su lugar de trabajo, Televisión Española, y aún antes de hacerlo, no hay una sola novela de Arturo Pérez-Reverte, y todas son muchas ya y además todas han estado en las listas de más vendidos en España y en el mundo, en la que ese impulso que él dice tener no se cumpla. Pero ahora aquel periodista está en la lejanía del impulso: el pulso es desde hace rato el de un novelista.

Como en El francotirador paciente. En La piel del tambor, por ejemplo, el novelista se adentra, con los materiales de inspección del periodismo, en las capacidades que tiene Internet para complicar los asuntos de la Iglesia; en La Reina del Sur es imprescindible su olfato de ojeador para saber qué pasa en el profundo sur del narcotráfico mexicano; en El pintor de batallas es consustancial el cansancio del narrador tranquilo para interpretar el tono (bellísimo) de esa reflexión melancólica; y en El tango de la Guardia Vieja está Pérez-Reverte buscando en tres o cuatro lugares (La Riviera, el barco, Buenos Aires, Sorrento) el destino del alma ajena en función de los sitios que frecuenta. Un escritor de novelas que jamás abandonó el impulso de periodista. Un periodista que dejó el oficio para ser, enteramente, como ahora, un novelista. En El francotirador paciente está ese narrador que fue periodista en estado puro, simulando el oficio para que el interrogante, el diálogo, tenga ese aire hemingwayano en el que a veces incurre, para ensalzar el género narrativo, el novelista Pérez-Reverte; y no sólo está él (o su trasunto) sino también la pura metáfora del oficio, y por tanto el periodista que fue como resultado de su impulso y de su historia, o de la historia de su impulso. En el lenguaje, en el diálogo, en ese cierto cinismo que tienen (que tenemos) los periodistas por dar acabada una historia para pasar a otra, está también el oficio de escribir en las paredes, que es la esencia del grafitero: su falta de solemnidad absoluta, su disponibilidad para poner bombas allí donde otros ponen tan sólo dudas. El grafitero escribe de noche, mayormente, como solemos hacerlo los periodistas, a la peligrosa hora del cierre. Para escribir un libro así tienes que tener alma de grafitero, o de periodista, y, como Hemingway, tienes que haber tenido el atrevimiento de haber dejado a tiempo el oficio. Así, teniendo todos los puntos de vista, está escrita esta novela, El francotirador paciente.

Yo al menos he leído así el libro, como si Pérez-Reverte usara dos elementos, el grafitero que se esconde, que evade la ley porque su oficio es burlarla, y la mujer (que domina la novela) que lo busca por todas partes para saber dónde está, en qué basa su gloria y cuál es su estado de miseria, qué se aloja en el alma artística que tanto mueve y que tanto conmueve. Qué es, al fin, ese personaje.

Pero no se engañen, esa metáfora es la que extrae este lector, porque la novela no trata exactamente de eso. Es tan suculenta esta escritura veloz, sorprendida de sí misma, está tan impregnada de la vida del grafitero (y de los grafiteros); es tan vívida la calidad nocturna de su pesquisa, tan notable el uso gramatical del verbo de los ilegales que escriben en las paredes, que es obvio que para llegar a estas conclusiones narrativas que vierte en El francotirador paciente, el propio Pérez-Reverte ha tenido que hacer periodismo, envolverse en ese mundo hasta mancharse, por decirlo con las palabras del viejo poeta Gabriel Celaya. Pérez-Reverte ha escrito un thriller cuya sustancia va por ahí, por la búsqueda de un personaje (el francotirador que dibuja su disgusto ante la sociedad en las paredes de las ciudades) al que algunos acusan de haber causado muertes en el ejercicio de su oficio clandestino; la mujer que lo persigue ha recibido un encargo editorial que quiere convertir a ese fugado que sigue escribiendo en las paredes un contrato para que sea más que Picasso. En medio se suceden historias paralelas que le dan a la narrativa el sustento propio de las novelas de suspense; como hizo en El tango de la Guardia Vieja, el novelista que es usa al periodista que fue para utilizar la información como manera de retener al lector hasta hacerlo caer en la cuenta de que está ante un thriller.

Las frases cortas son suyas, los eslóganes que suelta el francotirador son suyos, los diálogos o las peleas son sus dibujos; pero él mismo ya se ha situado al margen de la historia para contarla mejor. No lo voy a contar, pero ese distanciamiento está en la raíz misma del resultado final de la pesquisa que acomete Lex, la mujer que busca al francotirador grafitero para hacerlo grande. La paradoja que encierra ese final es, quizá, lo que la faltaba a la historia para que fuera un juicio metafórico del periodismo del que viene Pérez-Reverte. No sé cuántos dirán que esta novela es un homenaje al periodismo, pero yo me atrevo, porque sólo uno que fue buen periodista hubiera dibujado así la vida entera bajo la luz de la oscuridad, aquella luz que, por otra parte, perseguía Lewis Carroll cuando estaban apagadas las velas del día. Escribir en la calle, dice el grafitero, es «escribir dudas como bombas». Aquí están, explotan, abren nuevas dudas, es una pared infinita en la que Pérez-Reverte ha escrito un manifiesto narrativo..

]]>
Sonate a trois temps http://novelaenconstruccion.com/2013/12/10/sonate-a-trois-temps/ Tue, 10 Dec 2013 00:04:04 +0000 http://novelaenconstruccion.com/?p=661 LE TANGO DE LA VIEILLE GARDE d’Arturo Pérez-Reverte. Traduit l’espagnol par François Maspero Éditions du Seuil, 536 p., 22 €

Bruno Frappat. La Croix. 5-12-13

Qu’il ne soit pas nécessaire de s’identifier aux héros d’un roman pour être entraîné dans la danse, le dernier livre de l’écrivain espagnol Arturo Pérez-Reverte en fournit la magistrale démonstration. Bien malin qui dénicherait dans la panoplie de personnages qui circulent dans les pages de cet épais roman des gens sympathiques, fréquentables, à citer en modèles aux jeunes filles de bonne famille.

La morale et la littérature, une fois de plus, attestent de leur divorce structurel. Dans le domaine des lettres, l’eau de rose a fait long feu. Le temps est aux cyniques, aux obsédé(e)s, aux manigances désespérées de la tragédie qui se résume souvent à une quête de l’impossible amour. Une quête faite de violences, de hasards impossibles, de destins se croisant et recroisant au gré de circonstances que nul ne maîtrise.

Tout autre que le talentueux Pérez-Reverte, maître du roman de cape et d’épée modernisé, nous perdrait aisément dans le fouillis des anecdotes et de la temporalité chahutée de son œuvre. Mais on retrouve dans ce gros roman la maestria phénoménale d’un des meilleurs raconteurs d’histoires de la littérature européenne. Un as du rebondissement, de l’énigme policière, des déroutantes sinuosités des amours et des haines qui agitent les esprits cabossés de son humanité sans repères ni, donc, entraves.

Esprits étroits, s’abstenir. Il y a dans ce livre des scènes choquantes, d’une brutalité, y compris sexuelle, qui pourraient relever de la pathologie la plus extravagante. Mais ce n’est pas pour cela qu’il faudrait fuir cette lecture, ni, au demeurant, y adhérer. C’est surtout la construction de l’histoire par un façonnier de récits qui constitue la plus belle surprise de l’œuvre d’un écrivain qui nous a déjà habitués aux virevoltes de ses héros.

De ses héros et de ses paysages. Car on change beaucoup d’horizons dans ce livre : des faubourgs de Buenos-Aires dans les années vingt à la baie de Sorrente dans les années soixante ou à celle de Nice à la fin des années trente. Des lieux, des drames pour les deux personnages principaux. L’un est un danseur mondain, payé pour sa beauté afin d’entraîner les dames qui s’ennuient dans les linéaments de tangos somptueux, sur les transatlantiques des années trente ou dans les cabarets, y compris parisiens, des temps d’après.

L’autre personnage principal, une dame bien sûr, mariée à un compositeur, tombe dans ses rets. Max et Mencha, lui célibataire, elle mariée (plusieurs fois) vont se fuir et se retrouver, de décennie en décennie, comme constamment renvoyés à leur inaugural amour fou. La construction de cette histoire repose sur le passage incessant d’une période à l’autre. Parfois le lecteur est perdu : où en sommes-nous, là ? Avant la guerre ? Après ?

Les allers et retours temporels et spatiaux, loin de déterminer une envie de passer à une autre lecture, sont constitutifs de la fascination qu’exerce ce fort roman. Et ce, en dépit du faible intérêt existentiel que l’on pourrait accorder aux faits et gestes d’un truand de grands hôtels et d’une femme riche et belle qui passe sa vie, obsédée par des amours coupables, à attirer sa proie et à la rejeter.

On passera sur les épisodes policiers ou de roman d’espionnage qui, d’une ville à l’autre, finissent par donner le tournis. Sauf pour dire qu’ils sont, chacun, tricotés avec un professionnalisme d’auteur de romans de cape et d’épée qui sait ce que sont un suspense, une surprise, des crimes et des violences ponctuant le destin d’êtres égarés par leurs passions, soit de l’amour, soit de l’argent.

Les époques traversées voient se succéder des aventures liées aux débuts de la guerre d’Espagne et à la montée du fascisme ou à la persistance de la guerre froide. On retrouve là le journaliste Pérez-Reverte (ce fut son métier que d’être reporter avant qu’il ne s’oriente avec un immense succès vers l’écriture de romans). Hors de la morale commune, «nos héros», comme on dit, ne sont pas hors du temps. Légèrement à côté, mais pas très loin.

À qui recommander cette lecture d’un ouvrage ne méritant pas le prix Montyon, qui récompense des œuvres édifiantes à confier à toutes les mains ? Uniquement à ceux des fous de romans qui peuvent mettre de la distance entre ce qu’ils lisent et ce qu’ils veulent vivre. Et savent que ce n’est point pécher contre l’esprit que se distraire en lisant des récits de vies imaginaires dont il n’y a rien à tirer sur un plan pratique. Une lecture gratuite, en quelque sorte, où les trois temps d’une sonate, mi-humaine mi-inhumaine, nous font tournoyer sous plusieurs cieux en compagnie d’amoureux fous qui se cherchent. Et ne se trouvent que pour se perdre. à temps, à contretemps, trop tard.

]]>
El grafiti es sólo el envoltorio http://novelaenconstruccion.com/2013/12/06/el-grafiti-es-solo-el-envoltorio/ Fri, 06 Dec 2013 10:32:34 +0000 http://novelaenconstruccion.com/?p=658 Escrito por Burnel. Foro Icorso. 4-12-13

     Si no te gusta el grafiti, no te importe.
El grafiti sólo es el envoltorio. Es como cuando esperas un regalo y el
envoltorio es de Er Gome con sus triangulitos dorados y viene con esos
lazos cruzados imposibles, como  garantizando su calidad.
Sería lo mismo que se llamara Sniper y fuera jugador de batallas  on
line del Call of Duty ghosts. El mejor jugador. El que empezó con un
nivel 80, esa fiel infantería que explota bombas, o evitan que salga un
vuelo, o se cargue de un tirón a diez enemigos moracos, y avanzan poco a
poco de nivel, bombarderos sin piedad enganchados a su pantalla de
ordenador, con el micrófono en la oreja –consolador a veces para las
madres- hablando un inglés de mascar chicles y tú preguntas, sigilosa:
-¿Pero nene, con quién juegas?
– Ahí, con un chaval de Silver City
– ¿Siver qué?
– Calla mamá, que me matan
Cierras la puerta y te dices, -no entiendo nada-.
Pues eso es El Francotirador Paciente. Territorio Reverte. Territorio
Reverte puro y duro. El de siempre. El de La Tabla de Flandes, El club
Dumas o El Maestro de Esgrima. El de Teresa Mendoza y La Reina del Sur.
Incluso, quizá, el de El Pintor de Batallas.
Códigos y reglas para la banda del aerosol. Pero nada nuevo para los
viejos del lugar. Lex Varela no inventó nada que ya no hubiera inventado
Lucas Corso.
Comprendo que tira para atrás un Reverte maduro, que después de ese
tangazo inolvidable, te venga con sprays, tags y grafos en muros
imposibles. Empiezas el libro y de repente, aparece Mauricio Bosque y te
dices, ¿pero a quién me recuerda este hombre? Es Mauricio, claro,  pero
podría ser Boris Balkan. Y de pronto, Paco Montegrifo, representante de
la casa de subastas Claymore. Uff, respiras hondo y te dices: “estoy en
casa”. Incluso cuando llegas a Pachón y piensas aquí está Casimiro
Feijoo o Rogelio Tizón. Tranquilidad.
Es como la garantía a seguir leyendo. Y entonces, empieza el ritmo. La
trepidante y vertiginosa lectura que no te deja parar hasta llegar al
final. Un libro como los de antes, rápidos, cortos, plaf-plaf-plaf.  No
hay una parte más profunda, ni más farragosa, ni de más difícil
comprensión. Al contrario, empieza una carrera donde te pones tus
deportivas air max, tu sudadera oscura de felpa y corres por sus páginas
como si un foco de luz  alumbrara a tu espalda a lo largo de un túnel
de metro, dispuesto a meterte entre rejas.
“Chicos duros, con pocas esperanzas, que emitían en su
propia longitud de onda. Carcoma despiadada del mundo viejo, cabeza de
playa de una Europa mestiza, bronca diferente. Sin vuelta atrás”.
Ésos, pienso,  son los destinatarios de este libro. Y de esta idea de
grafiti y arte urbano. Los mismos códigos, las mismas reglas, la misma
fiel infantería, la misma honestidad, las certezas, en definitiva, las
virtudes de revertilandia. Gente lúcida pero que no saben lo que aún
son, porque hablamos de la Segunda Generación de Lectores Revertianos.
Por eso pienso que el grafiti es el envoltorio. Daba igual, el andamiaje
es el mismo, pero había que hacérselo atractivo a ese nuevo lector
joven, que se pasa horas delante del Call of Duty – o lo que sea-  que
no le mola la esgrima ni el tráfico de libros de viejo.
Atractivo para ellos. Y para nosotros. Quizá por su frescura. Por esas
noches de mochila a la espalda, palpitaciones en las sienes, felpas con
capucha e incursiones en Entrevías. Esa nueva adrenalina nos ha venido
bien a todos, a APR que, a buen seguro, se lo habrá pasado de lujo en el
trabajo de campo, a nosotros, los viejos del lugar, que no ha hecho ver
un poco de luz en este territorio hostil del que empezamos a estar
hartos por los años que llevamos en ellos.
Es como una vuelta a Sinaloa, a Teresita Mendoza y a “Sonó el teléfono y
supo que la iban a matar”. Ya nos dimos cuenta en ETdlGV que íbamos,
inevitablemente, camino del héroe nostálgico y esto ha sido como un para
y corre. “En realidad la melancolía no siempre es un lamento”.
Sin embargo, no hay gallego ni un tanguero que te enamore. Hay una sutil
y fina línea de amor, de un amor dulce y a la vez doloroso, que te va
dejando a mijititas, poquito a poco, comprendes al héroe cansado que es
Lex Varela pero ¿y Lita?. ¿Qué fue de Lita y sus dulces silencios?.
“Aquella mirada rojiza traslucía una extraña felicidad absorta,
ensimismada, que yo conocía bien: la había visto en sus ojos cuando nos
mirábamos muy de cerca, piel con piel, recobrando el aliento en mitad de
un abrazo íntimo. En cuanto a la sonrisa, ésta era inconfundible, muy
propia de Lita: abstraída, ingenua, casi inocente. Como la de un niño
que mirase atrás en mitad de un juego complicado o difícil, quizá
peligroso, en busca de la aprobación de los adultos que observan.
Esperando un elogio o una caricia”.
Vas sospechando, tirando de una finísima hebra de hilo hasta que te das
de bruces con la historia. Inesperada. Repentina. Insospechada. Y
entonces, comprendes que los códigos son los mismos, que podrían
fundirse en Diego, Adela, Teresa, Manuel, Menchu, Felipe… en realidad,
son todos y es solo uno. Lo que no me queda claro es si ahora,
quisiéramos para sí que, llegado el caso que vomiten sobre nuestro sucio
corazón, alguien nos quisiera con la misma frialdad y la misma lealtad
que demuestra Lex, que es, en realidad, la Francotiradora Paciente.
“Y yo sentí ese reproche de soledad verde, instintiva, más intenso
inolvidable que un grito desgarrado, una imprecación o un insulto, fijo
en mi espalda incluso cuando me alejé de allí”.

]]>
Ritos, novelas, guerras http://novelaenconstruccion.com/2013/12/04/ritos-novelas-guerras/ Tue, 03 Dec 2013 23:52:14 +0000 http://novelaenconstruccion.com/?p=655

Jose Carlos Llop. Diario de Mallorca. 1-12-13

A principios de verano, Arturo Pérez-Reverte estuvo de visita en Mallorca. Como en otras ocasiones, paseamos por la ciudad y charlamos. Creo que fue delante de La Lonja „él tenía el barco atracado en el Club Náutico„ cuando me habló de Verona y de cómo allí, ante una torre medieval (inciso y broma shakespeariana entre ambos), se le ocurrió su siguiente novela. Ya había anochecido. «De repente la vi», me dijo. «Vi toda la novela como en una serie de secuencias cinematográficas y se la conté a quien iba conmigo. Ahora ya la estoy terminando». Protesté. Aún no había leído El tango de la Guardia Vieja „me disponía a hacerlo durante las vacaciones„ y me anunciaba otra novela para el otoño. Se rió: «Tú sabrás, hermano, cada uno lee y escribe a su ritmo». Hace diez días me llegó El francotirador paciente y lo abrí por la página 167. En ella la narradora desembarca en Nápoles y toma un taxi que le deja frente al hotel en página y media absolutamente impecables. Entre Eric Ambler y Hergé con el inconfundible sello Pérez-Reverte.

Uno puede ver un relato, pensé aquella noche. Uno puede ver un poema en el momento en que el poema cristaliza en la mente. Pero ver una novela entera encierra algo que se escapa a la misma mecánica narrativa, una mecánica que suele consistir, también, en adentrarse en territorio desconocido. Pero uno no ha estado en la guerra, que es la ventaja con la que juega Arturo siempre. Ha leído a Conrad „otros lo hemos hecho también„, pero él lo ha vivido. Lo ha respirado. Lo ha visto. Y entonces, sobre un muro de Verona, ve la novela entera, su novela, y sabe que la ha atrapado y que es cuestión de escribirla para que ya no pueda escapar jamás. Para poder adentrarse después en otra novela „o verla sobre otro muro, en la superficie del mar, o allá en el horizonte„, como si cada una de ellas fuera el rayo verde o la ballena blanca y al final estuviera la salvación del que cree que poco o nada es lo que se salva.

Pero he citado a Conrad, que está siendo muy citado por la crítica al referirse a El francotirador paciente. Conrad estuvo en El húsar, la primera novela de Pérez-Reverte, cuando a todos les parecía el juego de un periodista que quiere algo más. Estaba, también, en la segunda, El maestro de esgrima, cuando empezaron a pensar „antes del estallido de La tabla de Flandes y su aplastante acogida„ que la cosa iba en serio. Y tan en serio, que iba. Pero eso ya lo sabía el autor al escribir El húsar. Ahora los sables y floretes han sido sustituidos por los sprays de pintura urbana. Como el ajedrez de La tabla de Flandes volvía a aparecer en El tango de la Guardia Vieja con el hijo de Mecha Inzúa, su gran protagonista. Era un ajedrez moderno, heredero de Fischer y Spassky y Kasparov y alejado de la pintura flamenca, pero al mismo tiempo era el ajedrez de siempre, como la vida y la muerte, como Conrad y la guerra y Kurtz y Sniper, el pintor oculto y guerrillero „a lo Bansky„ de El francotirador paciente. (La pintura „ese otro asunto revertiano„ que reaparecía en El pintor de batallas, también oculto y retirado del mundo).

Pero además del ajedrez, en El tango de la Guardia Vieja, estaba el tango y su combate amoroso y estaba „vertebrando toda la novela„ algo que es muy difícil de hacer: el reencuentro entre dos antiguos enamorados que son, a su vez, viejos enamorados (en la creencia de que el deseo pueda ser una forma de amor) y cuando digo viejos, digo mayores. Eso es, repito, muy difícil de hacer y en El tango? está muy bien hecho. Hay allí un cansancio vital que se vuelve moralista, salpicado de sentencias aquí y allá y poblado por un humor seco que también es marca de la casa. Un humor tan desengañado como misericordioso, si es necesario: no hay por qué devolverle al mundo la misma hostilidad que regala; no siempre, al menos. Y donde hubo amor es obligado el agradecimiento.

El joven reportero „el de las páginas de Territorio comanche, el que nos contó Los Balcanes y Eritrea y El Golfo„ se ha ido diluyendo en las páginas del escritor maduro: ese que tiene algo de viejo mosquetero de Dumas, pero también de Alatriste y de marino de Trafalgar y de capitán de artillería en el Madrid del 2 de mayo y de artillero francés en el asedio de Cádiz. El mismo que bebe tequila entre narcocorridos; o viaja disfrazado de bailarín en los transatlánticos de los años 30, cuando viajar era un lujo; o se encierra en una torre junto al mar y pinta y recuerda que todas las guerras están en El triunfo de la muerte, de Brueghel y en ese libro „El pintor de batallas, repito„ encontramos una de las dos o tres mejores novelas españolas de lo que va de siglo.

A principios de verano, ya dije, Arturo Pérez-Reverte y yo charlamos como solemos hacer siempre. El mundo queda entonces al margen y sólo regresa cuando brindamos con las palabras de Joseph Roth: «¡Quiero ver a mi emperador!». La bahía, al revés que el país, no tenía nada de austrohúngaro: más bien parecía un paisaje de Suave es la noche. Al cabo de unas semanas leí El tango de la Guardia Vieja y ahora, con la llegada del frío, acudo a El francotirador paciente, fiel a la cita prometida en Verona, fiel a las palabras de su autor en una noche palmesana de principios de este verano, que tanto ha tardado en marcharse.

]]>
La condición humana http://novelaenconstruccion.com/2013/12/03/la-condicion-humana/ Tue, 03 Dec 2013 09:06:05 +0000 http://novelaenconstruccion.com/?p=650 Santos SANZ VILLANUEVA | El Cultural  29/11/2013 |

Se dice coloquialmente que un autor siempre escribe el mismo libro. Con mayor rebuscamiento, los medios académicos hablan de visión del mundo unitaria. Se diga como se diga, se reconoce el sólido fondo de inquietudes que mueve a un escritor y el puñado de principios que sustenta una obra. A partir de ahí, podrá ésta tomar rumbos muy diferentes y aun parecer sus piezas de padres distintos, pero siempre responderá a ese rasgo de los buenos autores. A un lector epidérmico puede causarle Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) la engañosa impresión de novelista disperso a causa de la variedad de formas y de anécdotas de sus libros. Sin embargo, el cartagenero viene reescribiendo, desde El húsar, el magistral relato corto que le dio a conocer, el mismo texto, lo encarne donde lo encarne, incluido el popular Alatriste: esa escritura homogénea consiste siempre en la exposición de un conflicto de valores. Solo un año después de uno de sus mejores libros, El tango de la Guardia Vieja, publica El francotirador paciente. Salvo por el gusto de hacerles recorrer a los personajes una dispersa geografía, en nada se parecen las pretensiones, en aquél, de un galán humillado por gente poderosa y la marginalidad antisistema de los grafiteros recreada en éste. Pero ambos dan una nueva vuelta de tuerca al mismo problema básico: el peso de una conciencia recta en el comportamiento humano.
El “francotirador paciente” del título es un misterioso grafitero, Sniper, al que siguen con fe ciega legión de jóvenes a quienes impulsa a correr máximos riesgos en sus pintadas de intencionalidad subversiva. Una experta en arte urbano, Lex, recibe el encargo de localizarlo y negociar su consagración como artista. Esta línea se empareja con el análisis de las pasiones que justifican una existencia. Las vicisitudes del argumento, bastante accidentado en sus detalles menudos, constituyen el armazón de un thriller que evoluciona a un western. Al final, Lex y Sniper saldan cuentas en un encuentro a muerte.
Esta trama sostiene un asunto esencial relativo a una incompatibilidad ética, y en eso se detiene el autor con un rico aparato psicológico y especulativo. Aunque ello sea el sostén último de la novela, ésta es en primera instancia un texto narrativo que interesa por cuanto en él sucede, por la intriga con que se desarrolla la persecución casi policial del grafitero, por los perfiles humanos atractivos que rodean a los protagonistas y por las noticias interesantes y curiosas sobre las entretelas del negocio del arte. Esta materia anecdótica se ensambla en un relato de suspense tramado con la destreza, oficio e instinto novelescos habituales en Pérez-Reverte. La acción va acompañada, según lo habitual en el autor, de la discusión de ideas, ahora una vivaz polémica sobre el arte moderno y sus imposturas, y sobre la función social del artista. Además, el desenlace encierra una razón insospechada que, aparte de ser una estrategia narrativa brillante, proporciona a las aventuras el espesor moral que justifica la mismísima novela. En efecto, Pérez-Reverte cuenta esta historia en virtud del motivo inconfeso que mueve a Lex -que no debo desvelar- y no por ofrecernos un entretenido y gustoso pasatiempo, que tampoco es una cualidad menospreciable. Estamos de nuevo en el asunto central del autor: la jerarquía de los valores.
En buena medida, El francotirador paciente es una metáfora animada de la condición humana. Por una parte muestra la negativa vertiente que junta impostura, deshonestidad, egoísmo, violencia insensible…, en suma, maldad. Por otra, tenemos la honestidad que nos permite mirarnos la cara en el espejo (el espejo es un dato verista y un símbolo frecuente en el libro). Ambos mundos enfrentados se encarnan en personajes auténticos por su complejidad anímica, aunque mantengan un grado de tipos representativos. Dichas pulsiones se incorporan a una peripecia absorbente y se encajan dentro de un marco general abundante en ideas. El aliciente de hondos dilemas morales servidos en la copa de un relato de acción genera una excelente historia, amena a la vez que seria, dura y cargada de sentimientos.

]]>
A tiros: Pérez-Reverte http://novelaenconstruccion.com/2013/12/02/a-tiros-perez-reverte/ Mon, 02 Dec 2013 13:52:03 +0000 http://novelaenconstruccion.com/?p=648
Por Marga Nelken El Mundo 

‘Noir’ que no es ‘noir’. El ‘nonoir’. ¡Diossss, cómo me ponen a mí estos autores que te la meten doblada, sin que enteres, y repiten a los dos años, con una novela aparentemente distinta, para romperte de nuevo la cintura! Afirmé lo mismo, o algo parecido -una empieza a estar mayor-,  sobre «El mapa y el territorio», de Houellebecq, y me quedé tan ancha. Escribí algo parecido sobre «Mantenca colorá», de Montero Glez, y me reafirmo en todo ello. Y es que hay tipos que no necesitan ceñirse al género para escribir en negropolicial cien por cien con cama de ala de cuervo.

Y Arturo Pérez-Reverte, en ‘El francotirador paciente’, vuelve a fundir a negro. Nos obliga a salirnos, otra vez, de la dirección obligatoria para rociarnos esta vez con el negrísimo espray de un grafitero y hacer que veamos -o leamos- lo que muy pocos críticos han advertido. Esta última novela suya es un ‘thriller’. De hecho, Arturo Pérez-Reverte es eso básicamente: un autor de ‘thrillers’ que trascienden los propios ‘thrillers’. Un tipo que enmascara sus argumentos poniéndolos boca abajo y sacándolos del género, de cualquier género que se precie. Venía de lo que venía, de ese tango de la guardia vieja que le había quedado redondo. Pero aquí ha salido ese Pérez-Reverte negro negrísimo que, por lo menos a mí, tanto me gusta.

Lo confieso. Soy rebelde porque el mundo me ha hecho así. Y ya desde mi más tiernísima adolescencia -cuando mis dos coletas pelirrojas me hicieron ganarme el apodo de Pippi Calzaslargas- me llevaron a su terreno los autores que nunca sabes realmente lo que son. Y Arturo Pérez-Reverte es uno de ellos. Y conserva una, como un tesoro, un ejemplar de ‘El Víbora’ (aquella fenecida revista comiquera sólo para adultos que costaba 225 pesetas IVA incluido), un ‘Especial Crimen’, fechado en el 86, en el que, entre algunos grandes del cómic patrio como Mediavilla, Martí, Willem, Magnus o Pons, aparecía un tal Pérez como guionista de una historia ilustrada por Antonio Medina cuyo título era ‘Alias ‘Ruinas». Ese Pérez resultó ser Arturo Pérez-Reverte y os puedo asegurar que su historia, que ocupaba 15 páginas de rotundas viñetas, era de lo mejor del número.

Acierta Arturo Pérez-Reverte de pleno otra vez. Y escribiendo sobre el aquí y el ahora, con dos cojones. Entreverando entre sus párrafos ese olor a pólvora que únicamente deja la buena novela actual, original y punzante que, lo que es yo, sólo he visto hacer a tipos como Houellebecq.

Nos pasea Arturo por ciudades repletas de cheques sin fondo y paredes ‘grafiteadas’. Nos pone a perseguir a Sniper, una especie de Banksy mucho más peligroso, y nos hace sentir francotiradores de un francotirador. La novela se lee de un trago, como una de esas cañas frescas que a veces necesitamos para seguir tirando. La vida es la muerte, y el reto, grafitis. Y hay firmas de nuevos artistas ensangrentando las paredes de toda ciudad.

Siempre he pensado, o soñado, o imaginado, lo bien que le quedaría a Arturo Pérez-Reverte ser el padre putativo de una saga del tipo Pepe Carvalho. Sería algo digno de leerse. Pero sé que le sobra con su Alatriste. De hecho, si lo pensamos bien, hasta Alatriste tiene algo de ‘huelebraguetas’ desencantado de los del tipo Chandler. Querámoslo o no, Arturo Pérez-Reverte es nuestro Ellroy, nuestro Indridason, nuestro Bunker, nuestro McBain, nuestro Leonard, aunque sin etiquetas ni ‘Planetas’ amañados porque ya él mismo es su propia constelación. O sea, lo que tiene que ser, por derecho, todo novelista que se precie de serlo.

Y acabo con una pregunta de lo más académica: Estimado señor Blecua, ¿cuándo acabarán metiendo, a cuchillo, el término ‘perezrevertear’ en el diccionario de la RAE? Para mí que ya están tardando.

]]>