Arte y estupidez humana

Élmer Mendoza – El Universal de México  04/03/2014

“El único arte posible tiene que ver con la estupidez humana”, afirma Sniper, el misterioso grafitero buscado por Lex Varela, una crítica de arte que se convierte en sagaz investigadora en ‘El francotirador paciente’, la novela de Arturo Pérez-Reverte, publicada por Alfaguara en octubre de 2013, que aborda el sorprendente universo del grafiti, esa poderosa manifestación de arte callejero presente en todas las ciudades y pueblos del mundo.

El grafiti es cultura, y las personas que lo practican son como sombras que dejan su huella sin aspirar a demasiado. No me extrañará que en cualquier año por venir, y sólo por joder, me cuenten o vea un placazo con el nombre de Arturo, que ha escrito una novela de respeto, apelando a toda su maestría, en que funcionan al menos dos canales que impresionan: el universo del grafiti con sus claras razones y su relación con el arte formal y los espacios tradicionales de exhibición: galerías, museos, programas de grafiti municipal, y el sentido de novela negra con que Varela sigue la pista de un personaje que se escabulle constantemente después de dejar su marca.

Todo lo que un aerosol tiene de paraíso esta aquí. Arturo Pérez-Reverte, que nació en Cartagena, Murcia, España, en 1951, nos comparte un universo asombroso, no sólo por la aplicación invasiva de varias capas de pintura en lugares inesperados, sino por el sustento estético de un arte agresivo, con sentido político y social y sobre todo, como una forma de tomar los puntos prohibidos de una ciudad para manifestarse. Lex Varela, contratada por una editorial de arte, experta en arte callejero, recorre varias estaciones en búsqueda de Sniper, un artista de más de cuarenta años, a quién sigue una legión de jóvenes que se arriesgan no sólo a caer presos, sino a perder la vida por el sitio elegido para su intervención en algún muro, azotea, tren, metro o estatua emblemática de cualquier ciudad. Las calaveras de Posada están presentes como elemento de transgresión.

En su recorrido por España, Portugal e Italia, Lex Varela no va sola. Biscarrués, un poderoso hombre de negocios, busca también a Sniper, lo culpa de la muerte de su hijo que se desplomó de un alto edificio donde ponía su marca y quiere venganza. Dos personas la siguen. Varela las enfrenta, incluso acepta una invitación del millonario a cenar pero no está de acuerdo con denunciar al artista. Ella quiere fotografiar su obra para publicarla en un gran libro de arte y que Sniper lo apruebe y acepte exponer en famosas ciudades. Todos los grafiteros que conoce en el trayecto le advierten que es una locura, que el grafitero mayor no se rendirá ante la idea de comercializar sus creaciones, pero Lex es terca, y si eso es así quiere que se lo diga el mismo Sniper, que piensa que “El arte sólo sirve cuando tiene que ver con la vida”; y además afirma: “Si soy un artista y estoy en la calle, cualquier cosa que haga o incite a hacer será arte. El arte no es un producto, sino una actividad. Un paseo por la calle es más excitante que cualquier obra maestra”. Como se nota, hay una rebeldía desbocada pero tiene sentido. Los grafiteros también se llaman escritores y sus mensajes tienen el candor de la vida junto al sentido estético de una intervención que enriquece una pared o un costado del metro. La voz de los aerosoles es fuerte: “Somos pocos pero somos locos”, escriben los cholos mexicanos; “El que pecho abarca, loco aprieta”, los paraguayos.

Lex Varela es lesbiana. Su relación con el mundo del grafiti se enriqueció cuando investigaba para hacer su tesis de grado y conoció a una dulce chica que le gustaba la adrenalina de pintar la cortina de una tienda con la policía pisándole los talones. Una noche no alcanzó a escapar. En este recorrido la recuerda de vez en cuando y entiende que: “La excitación intelectual, la tensión física, el desafío a tu propia seguridad, el miedo dominado por la voluntad, el control de sensaciones y emociones, la inmensa euforia de moverse en la noche, en el peligro, transgrediendo cuanto de ordenado el mundo establecía, o pretendía establecer.” Es la esencia de este arte transgresivo y de las personas que lo crean; queda claro que: “Si es legal, no es grafiti.”

Arturo es un escritor fascinado por el placer de narrar, sabe lo que significan horas y horas de trabajo y conoce el sabor de la incertidumbre; por eso trata todos los temas. Es un autor que sólo se compromete consigo mismo y con sus lectores, entre los que están aquellos que les gusta que les cuenten historias. Y si la historia implica investigación policiaca, el buen rato está garantizado, como en ‘El francotirador paciente’.


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