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El Palace de Buenos Aires

Al fin consigo una imagen nítida del Palace, tal como era en el otoño de 1928. Hasta ahora sólo había conseguido algunas fotos interiores del edificio actual, y una fotocopia de un cuaderno mal impreso que compré en un librero de viejo. Ésta es la cubierta de un folleto publicitario de la época, conseguida gracias a Marisa Mora Blanco, buena amiga y lectora fiel. Ahora sé que aspecto tiene, visto desde afuera, el hotel donde se alojan el músico Armando de Troeye y su mujer cuando llegan a Buenos Aires. El Palace será escenario de sucesos inquietantes, entre otras cosas. Y en eso estoy. En contarlos.

Buscando hotel en Buenos Aires

Necesito un hotel en Buenos Aires, 1928, para situar la escena en la que Max espera a los De Troeye. Un hotel bueno. Caro. Descarto varias posibilidades hasta dar con el adecuado: El Palace hotel, que estaba frente al actual Puerto Madero, en la esquina de 25 de Mayo y Cangallo. La ventaja de ese hotel es que está bien situado para la escena siguiente, en la que Max y De Troeye suben caminando por la calle Corrientes (detalle importante que anoto: la calle estaba en obras por aquella época) hasta Florida. Eso me permite hacer una descripción breve del ambiente callejero del B. Aires de entonces (mateos, tranvías, tiendas, gente, guardias con uniforme oscuro bajo la sombra de los toldos), como fondo suave de la conversación. Al fin consigo mi botín: una descripción del interior del hotel, en un vetusto cuaderno sobre Buenos Aires que encuentro en una librería de viejo cerca de la Recoleta. Hay una detallada descripción del vestíbulo y los salones de la planta baja del Palace. A la izquierda la conserjería; a la derecha, recepción. Escalera con  baranda de bronce y dos ascensores. Perfecto. Lo subrayo todo, feliz, mientras me tomo un vaso de leche y unas medias lunas en La Biela, que es mi café favorito de esa parte  de la ciudad. Después doy un paseo tranquilo hasta el lugar. El hotel Palace ya no existe. En su lugar sólo hay un deteriorado edificio con entrada por el 217 de 25 de Mayo, con sus arcos de recova en la esquina de las actuales Cangallo y Alem. Pero es suficiente. Me apoyo en la pared del otro lado de la calle, tomo algunas notas e imagino. De pronto me asalta una duda y, angustiado, releo el cuaderno. Menos mal. El hotel se cerró entre 1930 y 1932. En la fecha que necesito, todavía estaba en servicio. Mientras espera a los De Troeye, Max podrá fumarse un cigarrillo turco (Abdul Pashá es su marca favorita en esos años) en el vestíbulo. Misión cumplida.

Y al fin, escribes

Y al fin, escribes, por ejemplo: “El tango lento y llorón quedaba a muchas cuadras. En la noche de Barracas la gente era bronca, irónica, gustosa de cortes y quebradas. De arrimarse la hembra al macho, de meter pierna y chulería”. Y piensas. Vale. Eso lo dejo.

El andamio y la casa

Fundamental otra visita a Barracas. Buenos Aires. Me lleva Oscar Conde a ver a la hija del entrañable don Enrique Puccia, el mejor cronista del barrio. Graciela Puccia. Amabilísima. Me regala libros de su padre, fundamentales para establecer ambiente en la infancia de Max.  Subrayo y anoto detalles que son oro puro. Cafés torrados el Águila, ginebra La Llave,la Francoargentina de Seguros. Pitidos de la fábrica cercana regulando la vida de quienes en sus hogares humildes no tenían dinero para pagarse un reloj. Árboles que había en el barrio en 1928: casuarina, eucaliptos, sauces, higueras, parrales, macetas de ruda, cedrón y menta. Seguramente ni lo mencionaré en el texto, pero para mover a los personajes es necesario saber que eso estaba ahí. Es parte del andamio que retiras una vez acabada la casa.

Colonizar el paisaje

Pilas de libros, cuadernos, folletos, notas. Para la parte argentina de la novela. Desde “El almacén” de Olivari a la historia del tango, el diccionario lunfardo  de José Gobello, las seis películas de Gardel o un deuvedé de Juan Carlos Copes bailando tango y milonga con su hija.  Borges, aquí, sólo una nota a pie de página. Hay que leerlo todo, incluso para teclear un cuarto de folio. Patear el mapa del presente con la información del pasado. Sólo de esa forma colonizas el presente o lo real con tu imaginación y tu memoria. Pueblas el paisaje con tu mundo propio. Es un milagro asombroso que todavía hoy me sorprende. Te sitúas ante un escenario para la novela, y las viejas fotos, las lecturas, permiten borrar todo aquello que es superfluo para tu trabajo o no necesitas. Como si no estuviera ahí. Entonces, al fin, logras el milagro de ver sólo lo que necesitas ver.

Pequeños lujos de autor

Lento recorrido por los aledaños de la estación de ferrocarril de Barracas. B. Aires. Buscando lugar para instalar mi imaginario almacén de tangos La Ferroviaria. Quiero evitar la Boca y los lugares machacados por el turismo tanguero actual. Necesito un lugar que hace ochenta y cinco años fuese oscuro, con un farol en la esquina de la calle. Raíles de tren oxidados, tapias de chapa ondulada sobre las que asoman madreselvas.  Lo encuentro al fin, en buen sitio. Permite rememorar de un vistazo, todavía hoy, la infancia de Max, el protagonista, el barrio y la vecina calle Vieytes y el Riachuelo próximo. Imagino el croar de ranas en la noche, aunque ahora es de día. Para celebrarlo, me voy a comer a El Puentecito, que ya existía entonces. Apenas ha cambiado. Carne, vino mendocino. Aroma del Buenos Aires que intento resucitar en mi imaginación y en la novela. Decido meter también esta vieja casa de comidas en la novela. Un guiño, dos líneas.  Más que para los lectores, para mí mismo. Pequeños lujos de autor.

Construyendo personajes

Buenos Aires. A  vueltas con el tango años 20 (1928) y el malevaje. Gracias a mis amigos Oscar Conde y Jorge Fernández Díaz, que me avisan de que está en cartel, voy a ver “El conventillo de la Paloma”. Disfruto como un comanche con un arco y un carcaj de flechas. Decisivo, el actor que interpreta a Villacrespo. Siento no recordar el nombre. Sus andares y tono gardelesco, útiles para construir el personaje de mi malevo Juan Rebeque.

Escenarios

Escenarios. Llevó tiempo determinarlos. Cuidadosa selección. Al fin, Buenos Aires (Argentina) 1928. Niza (Francia), 1937. Sorrento (Italia), 1966. Tango, espionaje, delincuencia, ajedrez. Hoteles de lujo y lugares sórdidos. Un viejo canalla y la mujer que pudo cambiar su vida. O que en cierto modo la cambió. El desafío era (es, sigue siendo) combinar esos asuntos y algunos más, en menos de 500 folios. Sin prisas. Dos personajes principales, recordándose, y una época sentenciada. Y en eso ando.