Escrito por Burnel. Foro Icorso. 4-12-13
Si no te gusta el grafiti, no te importe.
El grafiti sólo es el envoltorio. Es como cuando esperas un regalo y el
envoltorio es de Er Gome con sus triangulitos dorados y viene con esos
lazos cruzados imposibles, como garantizando su calidad.
Sería lo mismo que se llamara Sniper y fuera jugador de batallas on
line del Call of Duty ghosts. El mejor jugador. El que empezó con un
nivel 80, esa fiel infantería que explota bombas, o evitan que salga un
vuelo, o se cargue de un tirón a diez enemigos moracos, y avanzan poco a
poco de nivel, bombarderos sin piedad enganchados a su pantalla de
ordenador, con el micrófono en la oreja –consolador a veces para las
madres- hablando un inglés de mascar chicles y tú preguntas, sigilosa:
-¿Pero nene, con quién juegas?
– Ahí, con un chaval de Silver City
– ¿Siver qué?
– Calla mamá, que me matan
Cierras la puerta y te dices, -no entiendo nada-.
Pues eso es El Francotirador Paciente. Territorio Reverte. Territorio
Reverte puro y duro. El de siempre. El de La Tabla de Flandes, El club
Dumas o El Maestro de Esgrima. El de Teresa Mendoza y La Reina del Sur.
Incluso, quizá, el de El Pintor de Batallas.
Códigos y reglas para la banda del aerosol. Pero nada nuevo para los
viejos del lugar. Lex Varela no inventó nada que ya no hubiera inventado
Lucas Corso.
Comprendo que tira para atrás un Reverte maduro, que después de ese
tangazo inolvidable, te venga con sprays, tags y grafos en muros
imposibles. Empiezas el libro y de repente, aparece Mauricio Bosque y te
dices, ¿pero a quién me recuerda este hombre? Es Mauricio, claro, pero
podría ser Boris Balkan. Y de pronto, Paco Montegrifo, representante de
la casa de subastas Claymore. Uff, respiras hondo y te dices: “estoy en
casa”. Incluso cuando llegas a Pachón y piensas aquí está Casimiro
Feijoo o Rogelio Tizón. Tranquilidad.
Es como la garantía a seguir leyendo. Y entonces, empieza el ritmo. La
trepidante y vertiginosa lectura que no te deja parar hasta llegar al
final. Un libro como los de antes, rápidos, cortos, plaf-plaf-plaf. No
hay una parte más profunda, ni más farragosa, ni de más difícil
comprensión. Al contrario, empieza una carrera donde te pones tus
deportivas air max, tu sudadera oscura de felpa y corres por sus páginas
como si un foco de luz alumbrara a tu espalda a lo largo de un túnel
de metro, dispuesto a meterte entre rejas.
“Chicos duros, con pocas esperanzas, que emitían en su
propia longitud de onda. Carcoma despiadada del mundo viejo, cabeza de
playa de una Europa mestiza, bronca diferente. Sin vuelta atrás”.
Ésos, pienso, son los destinatarios de este libro. Y de esta idea de
grafiti y arte urbano. Los mismos códigos, las mismas reglas, la misma
fiel infantería, la misma honestidad, las certezas, en definitiva, las
virtudes de revertilandia. Gente lúcida pero que no saben lo que aún
son, porque hablamos de la Segunda Generación de Lectores Revertianos.
Por eso pienso que el grafiti es el envoltorio. Daba igual, el andamiaje
es el mismo, pero había que hacérselo atractivo a ese nuevo lector
joven, que se pasa horas delante del Call of Duty – o lo que sea- que
no le mola la esgrima ni el tráfico de libros de viejo.
Atractivo para ellos. Y para nosotros. Quizá por su frescura. Por esas
noches de mochila a la espalda, palpitaciones en las sienes, felpas con
capucha e incursiones en Entrevías. Esa nueva adrenalina nos ha venido
bien a todos, a APR que, a buen seguro, se lo habrá pasado de lujo en el
trabajo de campo, a nosotros, los viejos del lugar, que no ha hecho ver
un poco de luz en este territorio hostil del que empezamos a estar
hartos por los años que llevamos en ellos.
Es como una vuelta a Sinaloa, a Teresita Mendoza y a “Sonó el teléfono y
supo que la iban a matar”. Ya nos dimos cuenta en ETdlGV que íbamos,
inevitablemente, camino del héroe nostálgico y esto ha sido como un para
y corre. “En realidad la melancolía no siempre es un lamento”.
Sin embargo, no hay gallego ni un tanguero que te enamore. Hay una sutil
y fina línea de amor, de un amor dulce y a la vez doloroso, que te va
dejando a mijititas, poquito a poco, comprendes al héroe cansado que es
Lex Varela pero ¿y Lita?. ¿Qué fue de Lita y sus dulces silencios?.
“Aquella mirada rojiza traslucía una extraña felicidad absorta,
ensimismada, que yo conocía bien: la había visto en sus ojos cuando nos
mirábamos muy de cerca, piel con piel, recobrando el aliento en mitad de
un abrazo íntimo. En cuanto a la sonrisa, ésta era inconfundible, muy
propia de Lita: abstraída, ingenua, casi inocente. Como la de un niño
que mirase atrás en mitad de un juego complicado o difícil, quizá
peligroso, en busca de la aprobación de los adultos que observan.
Esperando un elogio o una caricia”.
Vas sospechando, tirando de una finísima hebra de hilo hasta que te das
de bruces con la historia. Inesperada. Repentina. Insospechada. Y
entonces, comprendes que los códigos son los mismos, que podrían
fundirse en Diego, Adela, Teresa, Manuel, Menchu, Felipe… en realidad,
son todos y es solo uno. Lo que no me queda claro es si ahora,
quisiéramos para sí que, llegado el caso que vomiten sobre nuestro sucio
corazón, alguien nos quisiera con la misma frialdad y la misma lealtad
que demuestra Lex, que es, en realidad, la Francotiradora Paciente.
“Y yo sentí ese reproche de soledad verde, instintiva, más intenso
inolvidable que un grito desgarrado, una imprecación o un insulto, fijo
en mi espalda incluso cuando me alejé de allí”.