El bar del Negresco

Niza. Preparando una escena y un diálogo en el bar del hotel Negresco, con anotaciones que incluyen un croquis del lugar. No siempre es prudente confiarlo todo a la memoria. Llegado el momento de teclear estaré lejos de aquí, y entonces puede ser útil algún detalle que no advertí o habré olvidado (lámparas con apliques de bronce en las paredes forradas de madera, taburetes en barra americana, asientos forrados de terciopelo, balaustrada de madera del piso superior donde hay mesas, tapiz junto a la entrada: El Tiempo encadenado por el Amor). Mis pasos, como los de los personajes, quedan silenciados por las alfombras. Quizá éste sea buen lugar para mencionar algún cóctel (o cocktail, tengo que decidir de qué forma lo escribo, porque estamos en 1937) de moda aquel otoño: Bronx, Riviera, Sherry-flip. Mientras converso con el barman, acodado en la barra, al otro lado de la puerta giratoria y ventanas puedo ver la calle y la Promenade. Imagino allí, estacionado, un potente Packard charolado de rojo con el chófer (el mecánico) apoyado en el capó, aguardando.


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