Archivo de julio, 2012

La Hamburg-Südamerikanische

Cartel publicitario de la naviera propietaria del Cap Polonio anunciando los viajes al Río de la Plata. El de la imagen es otro buque de la compañía: el Cap Trafalgar.

El Cap Polonio

“En noviembre de 1928, a causa de una apuesta con Maurice Ravel, Armando de Troeye viajó a Buenos Aires para componer un tango. A los cuarenta y tres años, el autor de los Nocturnos y Pasodoble para don Quijote se encontraba en la cima de su carrera, y todas las revistas ilustradas españolas publicaron su fotografía en el puerto de Cádiz, acodado junto a su bella esposa en la borda del transatlántico Cap Polonio, de la Hamburg-Südamerikanische…”

Ésta es una fotografía nocturna, tomada en esa época y en el puerto de Montevideo (me la envían unos amigos uruguayos, que no han logrado establecer la procedencia), del Cap Polonio: el transatlántico de bandera alemana a bordo del cual viajan a Buenos Aires el compositor Armando de Troeye y su mujer, Mecha Inzunza. El joven Max Costa, que en esa época tiene 25 años, trabaja en el barco como bailarín mundano —acompañante de señoras y jovencitas para bailes de moda incluidos en la diversión a bordo— del salón de primera clase; y allí es donde los tres se conocerán. En 1928, este buque tenía capacidad para 356 pasajeros de primera clase, 250 de segunda y 949 de tercera. Empezó a hacer la línea del Río de la Plata seis años antes, y era de los más lujosos de la compañía. El músico argentino Francisco Lomuto, cuya orquesta tocó durante cierto tiempo a bordo de este transatlántico, compuso un tango llamado precisamente Cap Polonio.

Ventajas (y peligros) del detalle

La necesidad de ambientar la historia en tres épocas distintas (1928, 1937, 1966) plantea exigencias complicadas. Los personajes deben actuar acordes con cada situación de su vida, condicionados por lo que visten, lo que escuchan, la música que oyen o que bailan en los diversos momentos. Una marca de dentífrico o gomina, un perfume de mujer caro en los años 20 —My Sin, Arpege— o barato —Au Matin, Quelques Fleurs—, o una manera de anudarse la corbata en vísperas de la Segunda Guerra Mundial —nudo Windsor, por ejemplo—, pueden tener su importancia en situaciones determinadas. Costumbres, modas, detalles innumerables influyen en las actitudes y conversaciones. Condicionan hasta la forma de ver el mundo, o son consecuencias de ésta. No es lo mismo, por ejemplo, besar a una mujer cuando llevas puesto un cuello de camisa blando, de botones, que cuando llevas uno duro, almidonado, con puntas de pajarita. O cruzar las piernas, sentado, cuidando la raya del pantalón, cuando aún no se han inventado las telas inarrugables. Por eso, una vez metido en ese jardín, debes conocer bien cuantos detalles puedas; no sólo para no cometer errores o incurrir en anacronismos —siempre hay algún lector que sabe de eso y detectará el fallo si te columpias—, y ni siquiera para contar todo lo que has llegado a aprender, sino para ver el mundo como lo ven los personajes de los que te ocupas. Para sentirte como ellos y mirar con sus ojos. Por eso, esta parte del trabajo de documentación ha sido larga y prolija. Divertida al principio, agotadora al final, cuando comprendes que has reunido tanto material que no podrás utilizarlo nunca íntegramente, ni debes hacerlo —tal es la peor tentación del novelista documentado en exceso—, y observas desolado las pilas de cuadernos de notas que has acumulado durante casi dos años. Los libros, catálogos comerciales, diarios y revistas de época leídos y consultados son muchos —sin contar las películas vistas—, aunque la base más productiva hayan sido las colecciones íntegras encuadernadas de las revistas Blanco y Negro, La Esfera y Nuevo Mundo —herencia familiar que ahora ha resultado utilísima— para los años 20, 30 y 60. En cuanto a moda femenina, Vanity Fair, Vogue y la edición francesa de  Marie Claire resultan muy apropiadas para “vestir” el año 1937. Para 1966, aparte los Blanco y Negro de esa época, saqueo sin complejos toda clase de revistas contemporáneas, desde la española El hogar y la Moda —treinta números en muy buen estado, adquiridos en los libreros de viejo de la cuesta Moyano de Madrid— hasta una veintena de ejemplares de las revistas italianas Epoca, Gente y Oggi, abundantes en material gráfico e informaciones interesantes sobre la moda de ese tiempo, la Italia de la Dolce Vita y años posteriores.

El bar del Negresco

Niza. Preparando una escena y un diálogo en el bar del hotel Negresco, con anotaciones que incluyen un croquis del lugar. No siempre es prudente confiarlo todo a la memoria. Llegado el momento de teclear estaré lejos de aquí, y entonces puede ser útil algún detalle que no advertí o habré olvidado (lámparas con apliques de bronce en las paredes forradas de madera, taburetes en barra americana, asientos forrados de terciopelo, balaustrada de madera del piso superior donde hay mesas, tapiz junto a la entrada: El Tiempo encadenado por el Amor). Mis pasos, como los de los personajes, quedan silenciados por las alfombras. Quizá éste sea buen lugar para mencionar algún cóctel (o cocktail, tengo que decidir de qué forma lo escribo, porque estamos en 1937) de moda aquel otoño: Bronx, Riviera, Sherry-flip. Mientras converso con el barman, acodado en la barra, al otro lado de la puerta giratoria y ventanas puedo ver la calle y la Promenade. Imagino allí, estacionado, un potente Packard charolado de rojo con el chófer (el mecánico) apoyado en el capó, aguardando.