Lento recorrido por los aledaños de la estación de ferrocarril de Barracas. B. Aires. Buscando lugar para instalar mi imaginario almacén de tangos La Ferroviaria. Quiero evitar la Boca y los lugares machacados por el turismo tanguero actual. Necesito un lugar que hace ochenta y cinco años fuese oscuro, con un farol en la esquina de la calle. Raíles de tren oxidados, tapias de chapa ondulada sobre las que asoman madreselvas. Lo encuentro al fin, en buen sitio. Permite rememorar de un vistazo, todavía hoy, la infancia de Max, el protagonista, el barrio y la vecina calle Vieytes y el Riachuelo próximo. Imagino el croar de ranas en la noche, aunque ahora es de día. Para celebrarlo, me voy a comer a El Puentecito, que ya existía entonces. Apenas ha cambiado. Carne, vino mendocino. Aroma del Buenos Aires que intento resucitar en mi imaginación y en la novela. Decido meter también esta vieja casa de comidas en la novela. Un guiño, dos líneas. Más que para los lectores, para mí mismo. Pequeños lujos de autor.
Buenos Aires. A vueltas con el tango años 20 (1928) y el malevaje. Gracias a mis amigos Oscar Conde y Jorge Fernández Díaz, que me avisan de que está en cartel, voy a ver “El conventillo de la Paloma”. Disfruto como un comanche con un arco y un carcaj de flechas. Decisivo, el actor que interpreta a Villacrespo. Siento no recordar el nombre. Sus andares y tono gardelesco, útiles para construir el personaje de mi malevo Juan Rebeque.
Paseo de los Ingleses. Niza. Las palmeras que pintó Matisse. La foto está tomada en un día lluvioso, como el del otoño de 1937, cuando los dos protagonistas se asoman a esta misma ventana del hotel Negresco. En la novela no hay automóviles y un perro mojado corretea lejos por la playa, bajo la lluvia.
El problema en la novela, a veces, es recrear un mundo desaparecido, o en vías de. No copiarlo o imitarlo, pues, eso linda con el pastiche, sino conocerlo lo suficiente para lograr, después, que el lector se mueva por él con naturalidad. Sin que se te vaya la mano. Sin estridencias, gritos ni brochazos fuertes. Jugar con lo que sabes que el lector sabe o imagina. Procurar que se sienta, al adentrarse en el mundo que le ofreces, como quien entra serenamente en una casa bien amueblada y se siente a gusto sin necesidad de estudiar la decoración o averiguar el nombre de los autores de los cuadros. Sabe que son buenos, y basta. Por eso, a veces, en la novela como en la vida, es preferible una buena litografía a un mal óleo.
Utilidad de viejos contactos. Me llevan a nuevos amigos. Dos tipos formidables. «Necesito abrir una caja fuerte», les digo. «¿De qué modelo y año?», es la tranquila respuesta. Eso me depara un día estupendo, trabajando con diferentes modelos. Panzer, Hafner, Lips, York, Conforti. «¿Con violencia?», preguntan. «Sin», respondo. Me decido por una Fichet de saltos de 1903, con tres contadores. «Más fácil de ganzuar», me dicen. Afinamos tacto, me miman y orientan pacientes. Tardo muchísimo, pero al fin lo hago. Por Dios, abro mi primera caja fuerte. Uno de mis personajes se beneficiará de lo que acabo de aprender. Hay días en que me encanta escribir novelas.
Escenarios. Llevó tiempo determinarlos. Cuidadosa selección. Al fin, Buenos Aires (Argentina) 1928. Niza (Francia), 1937. Sorrento (Italia), 1966. Tango, espionaje, delincuencia, ajedrez. Hoteles de lujo y lugares sórdidos. Un viejo canalla y la mujer que pudo cambiar su vida. O que en cierto modo la cambió. El desafío era (es, sigue siendo) combinar esos asuntos y algunos más, en menos de 500 folios. Sin prisas. Dos personajes principales, recordándose, y una época sentenciada. Y en eso ando.
Básicamente es una historia de amor. Peligrosa y turbia, creo. Un hombre y una mujer se encuentran tres (breves) veces en su vida. Una aventura que empieza en 1928, sigue en 1937 y termina en 1966. O eso creo. Salvo que se me cruce algo que lo complique más. Cosa que, a estas alturas, me parece improbable. Supongo que se sostendrá esa estructura de trama hasta el final. Compleja, porque no es trama lineal. Hay saltos atrás y adelante en la accíón. Eso hace necesaria una carpintería cauta. Unos 250 folios escritos hasta ahora. Buen ritmo. No me quejo.
Seguirán en los próximos meses, sin método ni periodicidad fija, algunas de mis notas breves sobre el trabajo en curso. Se trata de una novela no histórica, empezada el 7 de enero de 2011 (aunque su origen sea muy anterior), que poco a poco parece encaminarse a su recorrido final.