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El bar Fauno

Varias situaciones de El tango de la Guardia Vieja transcurren en Sorrento. Es decisiva una de las primeras, cuando Max vigila de lejos, desde la mesa de un bar, a la mujer a la que cree haber reconocido por la calle, treinta años después de su último encuentro en Niza. El bar Fauno y su terraza parecen adecuados para situar la escena; así que procuro sentarme exactamente a la mesa que habría ocupado Max y mirar desde allí la terraza, la plaza Tasso y la entrada cercana del hotel. Ensordece el ruido de automóviles y motos, que en la imaginación sustituyo por Fiats sesentones, Vespas y Lambrettas. En la habitación del Vittoria, para ambientarme el día, acabo de ver los deuvedés de Il Sorpasso y Sapore di mare, así que me siento en buena forma. La imaginación funciona bien engrasada, sin mucho esfuerzo. Encargo a un camarero un Cinzano rojo con aceitunas —imagino uno de aquellos antiguos ceniceros metálicos triangulares sobre la mesa— y luego pido que me combinen un Negroni, para ambientarme. Es lo que habría bebido el personaje. Ya sólo faltaría escuchar como música de fondo Una rotonda sul mare, por ejemplo. O algo más agitado: un twist de Rita Pavone. La sensación es muy agradable, como siempre que localizo exteriores y sale bien la cosa. O parece que sale. Puede funcionar, me digo. Pero mientras tomo notas, surge el problema. La duda frecuente y maldita. El Fauno, ¿estaba ya abierto en 1966? ¿Se llamaba así, o de otra manera? ¿Tenía la misma terraza que ahora? Proceloso misterio. Los dos camareros con los que converso me dicen que el bar lleva abierto mucho tiempo, desde los años setenta por lo menos, pero no conocen la fecha exacta de apertura. Y el encargado, que sabe, dicen, no está. En cualquier caso decido correr el riesgo, pues la localización de la terraza es perfecta. Ya tendré ocasión, más adelante, de confirmar fechas. Y así es. Semanas después, trasteando en Internet, consigo establecer el asunto. En 1966, el Fauno ya estaba abierto y se llamaba de ese modo. Consigo también fotografías de entonces en blanco y negro. La terraza era más pequeña que la actual, con menos gente sentada afuera; pero ese detalle no altera mucho las cosas. O no las altera nada. Así que, decidido. Aquella mañana de septiembre u octubre de 1966, Max Costa estuvo sentado en la terraza del bar Fauno. Sin advertir el lío en que se estaba metiendo.

Un restaurante en la playa

Uno de los lugares que Max frecuenta en Sorrento, en 1966, es la trattoria Stefano: el pequeño restaurante de su amigo Lambertucci, donde cada tarde éste juega al ajedrez con su antiguo oficial durante la guerra, el capitano Tedesco. Decidí situar ese restaurante imaginario en la Marina Grande, junto a la playa; aproximadamente donde se encuentra la trattoria Emilia, o junto a ella. Novelas aparte, este lugar siempre tuvo para mí un encanto particular. Pocos metros más allá está la casa que Vittorio de Sica (interpretando de manera extraordinaria al inolvidable maresciallo de carabineros Antonio Carotenuto), alquilaba a la voluptuosa pescadera donna Sofía (Sophía Loren) en la película “Pane, amore e…”.

El hotel, desde la terraza

El edificio del hotel desde la terraza donde Max desayuna. Arriba están su habitación, la del ajedrecista Keller y la de algún otro personaje. Desde arriba, vistas espléndidas sobre la bahía de Nápoles, con Vesubio al fondo.

Sorrento desde la ventana de Max

Éste es el paisaje que en otoño de 1966 ve el protagonista desde la ventana de su habitación del hotel Vittoria, donde se juega el match de ajedrez entre el ruso Sokolov y el chileno Keller.

En busca de un ruso

Sorrento, 1966. El protagonista no ha tenido mucha suerte en los últimos tiempos. Pero el azar le permite jugarle otra mano al Destino. Ajedrez. Espías. Historias del pasado que vuelven y desafían al viejo truhán. Para ajedrez, necesito modelo de ruso. Jugador. Época soviética. Pensaba en él flaco y huesudo, con nariz rapaz. Pero se me cruzan otras imágenes. Creo que me apoyaré físicamente en el gran maestro ruso Shirov, al que conocí en el Magistral de León. Me cayó bien. Mucho. Un oso grande, rubio, de aspecto bonachón. Pelo cortado a cepillo como un erizo, ojos tiernos y líquidos. Casi apenados. Mejor ése, me parece. Sí.

Escenarios

Escenarios. Llevó tiempo determinarlos. Cuidadosa selección. Al fin, Buenos Aires (Argentina) 1928. Niza (Francia), 1937. Sorrento (Italia), 1966. Tango, espionaje, delincuencia, ajedrez. Hoteles de lujo y lugares sórdidos. Un viejo canalla y la mujer que pudo cambiar su vida. O que en cierto modo la cambió. El desafío era (es, sigue siendo) combinar esos asuntos y algunos más, en menos de 500 folios. Sin prisas. Dos personajes principales, recordándose, y una época sentenciada. Y en eso ando.