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Sorrento desde la ventana de Max

Éste es el paisaje que en otoño de 1966 ve el protagonista desde la ventana de su habitación del hotel Vittoria, donde se juega el match de ajedrez entre el ruso Sokolov y el chileno Keller.

Exprimiendo a Leontxo

Ajedrez. Sigo con eso. Se me plantea un problema técnico grave. Necesito un móvil para que Max se implique en la parte final y más peligrosa de la trama. Y no lo encuentro. Soy un ajedrecista mediocre. Ya con La tabla de Flandes sudé sangre. Llamo al entrañable amigo Leontxo García y lo invito a comer. Tengo un problema, Leontxo. Le digo. Esto y lo otro. Dame un móvil, Un motivo. Qué pasaría si un ajedrecista, campeón del mundo o aspirante, hace tal o cual. El tío piensa un rato y me lo da. Excelente, por cierto. Le hago muchas preguntas y tomo notas. También, de postre, le pido que me ayude a montar una trampa en una partida para descubrir a un posible infiltrado del otro bando. En treinta segundos me da la idea. Luego en casa, me abalanzo sobre los libros de ajedrez y empiezo a buscar situaciones apropiadas. A vestir la partida. En dos días queda todo resuelto. Ya tengo el pretexto, la trama, la trampa.

En busca de un ruso

Sorrento, 1966. El protagonista no ha tenido mucha suerte en los últimos tiempos. Pero el azar le permite jugarle otra mano al Destino. Ajedrez. Espías. Historias del pasado que vuelven y desafían al viejo truhán. Para ajedrez, necesito modelo de ruso. Jugador. Época soviética. Pensaba en él flaco y huesudo, con nariz rapaz. Pero se me cruzan otras imágenes. Creo que me apoyaré físicamente en el gran maestro ruso Shirov, al que conocí en el Magistral de León. Me cayó bien. Mucho. Un oso grande, rubio, de aspecto bonachón. Pelo cortado a cepillo como un erizo, ojos tiernos y líquidos. Casi apenados. Mejor ése, me parece. Sí.

Necesidad de un transatlántico

Todo empieza ahí, entre Lisboa y Buenos Aires. Una apuesta entre dos músicos amigos, un viaje. Tango contra bolero, Maurice Ravel contra Armando de Troeye. Cada cual se compromete a componer uno. El premio para el ganador es una cena en Lhardy. Una esposa (la de Troeye) y un bailarín profesional de tangos son los puntos de partida, a bordo. El primero de los tres encuentros: Música, espionaje, ajedrez. Necesitaba un escenario adecuado. Un transatlántico del año 28. Solvente. Moverme por él como por mi casa. En Paris veo a Michele Polak, vieja amiga, librera anticuaria de viajes y marina (su ayuda fue decisiva para Cabo Trafalgar). Ella me proporciona un libro fundamental, hermoso y muy raro: Arts décoratifs a bord des paquebots français. Una joya. Lo tiene todo: planos, fotografías, cubiertas, pasajeros, ocio, etc. Con él puedo mover a mis personajes (moverme yo mismo) con soltura. También veo varias películas en blanco y negro de la época, relacionadas con transatlánticos de lujo. Lo completo entre otras cosas con tres títulos más, también grandes libros ilustrados. Liners  es uno de ellos. Otro: Transatlantici, l’etá d’oro. Y como gracias a unas páginas de Blanco y Negro del año 1928 compruebo que el Cap Polonio hacía la ruta de Buenos Aires, elijo ese barco. Era alemán, así que me hago con German Ocean Liners of the 20th Century. Lo trufo todo de pegatinas de colores y lleno un cuaderno de notas. Entonces me pongo a escribir.

Escenarios

Escenarios. Llevó tiempo determinarlos. Cuidadosa selección. Al fin, Buenos Aires (Argentina) 1928. Niza (Francia), 1937. Sorrento (Italia), 1966. Tango, espionaje, delincuencia, ajedrez. Hoteles de lujo y lugares sórdidos. Un viejo canalla y la mujer que pudo cambiar su vida. O que en cierto modo la cambió. El desafío era (es, sigue siendo) combinar esos asuntos y algunos más, en menos de 500 folios. Sin prisas. Dos personajes principales, recordándose, y una época sentenciada. Y en eso ando.