Archivo de febrero, 2014

El contador de historias

Entrevista con Silvana Boschi – Revista Ñ (Diario Clarín de Buenos Aires) 31/01/2014

Contar historias en las que pasan cosas. Haber sido durante 21 años
reportero de guerra. Escribir ocho horas por día. Meterse entre los
personajes reales que después van a ser los personajes de sus novelas.
Salir a navegar. Leer. Buscar nuevas historias. Esas son las cosas que
dice que ha hecho Arturo Pérez-Reverte para convertirse en quien es: un
escritor español que lleva escritas unas 30 obras, nueve de las cuales
fueron llevadas al cine, y que ha sido traducido a 41 idiomas.

Nacido en Cartagena (España) en 1951, Pérez-Reverte comenzó a escribir
libros a los 38 años, y su nueva profesión convivió con la de periodista
algún tiempo, hasta que el éxito de ‘La tabla de Flandes’ y cierta
decepción con su carrera lo llevaron a volcarse totalmente a la
escritura. Miembro de la Real Academia Española, es autor –entre otras–
de ‘Las aventuras del capitán Alatriste’, ‘El maestro de esgrima’, ‘La
piel del tambor’, ‘La carta esférica’, ‘La Reina del Sur’ (sobre la que
se hizo una telenovela), ‘El pintor de batallas’, ‘El tango de la
Guardia Vieja’ y ‘El francotirador paciente’, editada recientemente por
Alfaguara.

Esta última novela es una historia ágil y callejera, que revela el
submundo de los pintores de grafitis, esos “lobos nocturnos, cazadores
clandestinos de muros y superficies”, obsesionados por dejar su nombre o
una frase estampada en una pared de Madrid, Lisboa, Verona o Nápoles.
Sobre esta última obra y sobre otros temas, como los héroes cansados y
escépticos o la potencia de las series de TV como estructuras
narrativas, Pérez-Reverte dialogó telefónicamente con ‘Ñ’ desde Madrid.

–Usted dijo que ‘El francotirador paciente’ se inspiró en razones personales. ¿Puede contar cuáles fueron?

–Bueno, estaba en Verona viendo el balcón de Julieta y se me ocurrió una
parte de la trama que luego, viajando en tren a Roma, desarrollé viendo
grafitis en las estaciones. Pero en realidad una novela siempre es un
punto de estallido de un mundo que uno lleva consigo. Uno va acumulando
cosas, recuerdos, lecturas, ideas, vivencias, y un día hay algo, una
frase, una palabra, una música, una persona, una sensación, que dispara y
aglutina ese mundo que uno lleva consigo. Y eso ocurrió esta vez.

–Cuando se habla de los grafiteros y de la obsesión por dejar su firma,
también se podría pensar en los periodistas o escritores. ¿El grafitero
es alguien que quiere ser leído de prepo?

–Ellos se llaman a sí mismos escritores, lo cual no es nada casual. Hay
muchos tipos de grafitis, y es muy complejo ese mundo. Va desde lo que
es la mera firma, el «tag», como lo llaman ellos, hasta la obra
pictórica más compleja, que se mete en el terreno del arte urbano. Pero
el grafitero puro y duro es aquel que se limita a poner su nombre, su
firma, desarrollada de una forma más o menos compleja pero su firma. Es
una forma de afirmarse. Yo he hablado con muchos de ellos, y la mayor
parte me dice que no pretende ser artista ni mucho menos: “Yo sólo
quiero firmar, poner mi nombre, afirmarme”. Uno de ellos, que no lee
libros, me dijo “escribo y existo”, es una visión casi filosófica de la
vida intuitiva: escriben para ser. Gente a menudo sin fama, sin nombre,
sin trabajo, sin otras perspectivas, poniendo su nombre, ganándose el
respeto de los que como ellos escriben en paredes, multiplicando su
firma en trenes, en metros. En ese sentido, hay una conexión con lo que
es el escritor, que también pretende afirmar en cierta forma su
personalidad. O esa firma en primera página que todos perseguimos cuando
éramos jóvenes, y que el día que la conseguíamos era un gran éxito,
claro.

–¿Vincula de alguna forma la actividad de estos jóvenes grafiteros con
la imposibilidad de llegar a ser alguien por medio del esfuerzo? ¿Tiene
que ver con una percepción pesimista de la sociedad o no tiene nada que
ver?

–Insisto en que el grafiti es muy complejo y en el curso del trabajo de
investigación para esta novela he encontrado muchos tipos de grafiteros
diferentes. Desde el vándalo que va a hacer daño, por el placer de
destruir o de marcar, hasta el tipo tímido que poniendo su nombre
realiza sueños de proyección, o el que quiere ser artista y empieza por
ahí. Hay un montón de motivaciones diferentes, es imposible manejar un
modelo común. Pero el que más me interesa es aquel que a través de su
actividad grafitera grita de alguna manera, afirma de alguna manera y
combate de alguna manera. He encontrado un tipo de grafitero que hace
una especie de guerrilla urbana, hecha de adrenalina, de transgresión,
de provocación, de lealtad entre compañeros, un grupo marginal con
códigos y reglas internas. Y ahí es donde me he movido, es lo que más me
ha interesado. Porque eso entra en el tema que trato en mi novela, esa
ética, esa estética asumida como épica. Eso es justamente lo que me
fascinó del grafiti, y he movido mi novela por ese sector específico.

–Usted habla de guerrilla urbana, pero parecería que toda esa
organización de los grafiteros, -salir de noche, correr si llega la
policía, vestirse de negro-, es una puesta en escena bastante
clandestina para un hecho que, de ser descubierto, provocaría sólo una
multa.

–Por eso seduce mucho a los jóvenes, entre otras cosas. El grafitero
suele empezar muy joven y lo deja pronto, entre los 15 y los 20 años,
que es el momento de más actividad, y es por eso precisamente. Yo cuando
he estado con ellos, -en España, en Portugal y en Italia, intentando
reunir material para contar ese mundo-, he descubierto con asombro cosas
casi militares. Me ha recordado, -en inocuo, en no tan peligroso, por
supuesto, pero sí en cuanto a las maneras-, escenas de mi vida como
reportero, cuando uno estaba en territorio enemigo, «territorio
comanche», como yo digo. Toda esa parafernalia que es casi militar,
adrenalina, tensión, peligro, crea un mundo que a los jóvenes, que no
tienen otras cosas ni otras emociones ni otras adrenalinas, los seduce
bastante.

–Una actividad algo más emocionante que subir un mensaje a Twitter.

–Sí, uno de ellos me dijo: “Hay imbéciles que se tiran de un barranco o
con una cuerda, o se tiran con unas alas por un desfiladero. Pues yo
hago esto: yo pinto trenes de noche y me juego mi libertad y mi dinero, o
el dinero que no tengo”. Es es una motivación tan buena como
cualquiera.

–En ‘La tabla de Flandes’ y ‘El pintor de batallas’ aparece la discusión sobre qué es arte. ¿Retomó ahora ese tema?

–A mí el asunto del arte me interesa desde hace mucho tiempo. De hecho,
mi segunda novela, ‘La tabla de Flandes’, hablaba de esto, así como ‘El
pintor de batallas’ y algunos otros trabajos míos. El tema del arte
moderno y antiguo me interesa bastante. Y siempre he sentido mucha
curiosidad, como espectador, mirando tanto el arte clásico como el arte
urbano, como el arte callejero, como aquel punto en el cual el grafiti
linda con el arte callejero. Bueno, pues ahí hay varias preguntas que
esta novela me permitía plantear. Quiero dejar en claro que yo no
apruebo el grafiti, me parece vandalismo, y no estoy de acuerdo con él.
Lo que pasa es que me fascina el mundo que hay abajo y ahí es donde he
movido mis personajes. Dicho lo cual, debo decirle que hay algunas cosas
que comprendo que no están desprovistas de sentido, cuando uno de ellos
me decía: “Un político puede llenar las calles con carteles con su
cara, una marca comercial puede llenar las calles con carteles de coches
o de sujetadores de mujeres, y yo no puedo poner mi nombre. ¿Por qué un
político es legal y yo soy ilegal?”. Bueno, no es una guerra que
pretenda ganar, no es un combate por una victoria social, es una manera
de desahogar, de volcar, de gritar, sin ningún objetivo concreto, porque
el grafitero no quiere cambiar el mundo, quiere gritar “yo soy, yo
estoy, yo existo”. Entonces, eso ofrece posibilidades muy interesantes
para analizar lo que es el arte moderno, tan capturado, tan domesticado,
tan secuestrado por marchantes sin escrúpulos, por galeristas esnobs y
por artistas mediocres amparados por el sistema. Encontrarse con ellos,
entonces, con la actividad dura, violenta del grafitero en la calle,
crea unos contrastes muy interesantes que quería explotar con esta
novela.

-‘El francotirador paciente’ le llevó menos tiempo que otras obras. ¿Es porque ya conocía los escenarios?

-Sí, hay novelas más complejas. Por ejemplo, ‘La Reina del Sur’, una
novela sobre narcotráfico. Pasé dos años con narcotraficantes en México,
en la frontera, en el sur, en el estrecho de Gibraltar, en Marruecos.
Requería un trabajo de documentación previa muy complejo. Pero esta
novela urbana, actual, corta, casi policíaca, tenía unas características
que me permitieron resolverla con más rapidez. Me puse con ella y fue
saliendo, fue saliendo… Y vi que la terminaba antes de lo previsto.

–Usted dijo que todas las obras de arte cuentan historias. ¿Un cuadro
hiperabstracto también o hay obras cargadas de significado y otras que
no?

–Bueno, hay un arte moderno absolutamente ficticio. En el arte moderno
hay cosas muy buenas, evidentemente, pero el sistema tiene sacralizadas
una serie de mediocridades a las que hace multimillonarias. Y le pongo
un ejemplo concreto, el caso de Damien Hirst. Incluso entre los
grafiteros, a artistas como Banksy lo consideran estafadores de
categoría, desprecian profundamente a ese tipo de artista. Entonces,
frente a todo eso, digamos que la actividad del grafitero que no
persigue éxitos, ni exponer, ni galerías, que se conforma con salir a la
calle, hacer su tapia y volver a su casa con los amigos a tomar unas
cervezas, tiene unos aspectos casi románticos, digamos, dentro del
vandalismo general, que lo hacen singularmente atractivo. Entonces,
claro, uno debe aprobar la vaca muerta de Damien Hirst pero debe
criticar a un chico que hace una pared maravillosamente bien hecha en la
cual está volcando un montón de cosas que si uno mira las ve; no sé qué
decirle. Por eso, para esta novela me planteaba una serie de preguntas
que no intento responder sino plantear, porque al fin y al cabo yo sólo
soy un novelista, cuento historias, no soy un artista, ni un sociólogo,
mando una serie de preguntas e interrogantes.

–¿Cómo fue su decisión de abandonar la carrera de periodista?

–Fue después de la guerra de los Balcanes. Justo ahora han hecho 20 años
que dejé de ser reportero. Fui reportero durante 21 años, trabajé en
países en guerra, habitualmente, incluida la guerra de las Malvinas.
Después de los Balcanes, mis novelas ya funcionaban bien, me daban
libertad, me hacían económicamente independiente, y podía navegar con mi
propio barco, que es lo que realmente me gusta. Así que decidí hace 20
años dejar el periodismo y dedicarme nada más que a escribir.

–¿Cómo funcionaba su creatividad cuando era escritor y periodista? ¿Hubo
efectivamente un salto de calidad o productividad cuando se dedicó sólo
a escribir, o la doble tarea funcionaba como un motor interesante?

–Bueno, yo era reportero de guerra, yo no estaba en una redacción
habitualmente. Yo me iba a una guerra, estaba meses, volvía, estaba
meses en Madrid, y volvía a otra guerra. Es decir, que entre guerra y
guerra escribía. No tenía el contacto directo, diario, con la redacción,
lo cual me permitía esa especie de esquizofrenia de dos vidas
diferentes que fui compaginando sin ningún problema hasta que, bueno, un
día decidí que ya no iba a hacerlo más. De todas formas, yo soy un
escritor tardío -empecé a escribir con 38 años-, así que digamos que mi
vida como escritor y periodista al mismo tiempo no fue demasiado larga.
De todas formas, en mis novelas lo que hago es contar bajo el punto de
vista, contar con la mirada –al fin y al cabo un escritor no es más que
una mirada– con la mirada que me dejó mi vida como reportero. Mi sello,
mis personajes, mis conflictos en todas mis novelas se nutren de la vida
que durante esos 21 años llevé como reportero, lo que viví, lo que
tengo en la memoria, mi álbum de fotos personales. Esta novela, ‘El
francotirador paciente’, es en cierta forma una novela de guerra.

–Usted habló también de su decepción por la demanda de los medios, en la
última guerra que cubrió, de difundir fotografías sensacionalistas,
como si se tratara de un espectáculo.

–Sí, de hecho, hay dos libros que marcan eso. Uno es ‘Territorio
comanche’, que es autobiográfico, es el libro con el cual me despido en
el año 93 del periodismo, y ‘El pintor de batallas’, escrito diez años
después, en el cual hago una especie de recorrido por la guerra a través
del arte, o del arte a través de la guerra. Quizá sea mi libro más
complejo, más amargo y más triste. Y ahí están también los motivos por
los que dejé el periodismo. Yo era un reportero, un cazador de imágenes,
un mercenario altamente cualificado, vivía bien, pero todo eso, por una
parte, me iba causando una serie de estragos personales y, por otra
parte, me iba causando una serie de decepciones sociales. Y a raíz de la
guerra del Golfo, me refiero a la primera guerra del Golfo, y a la
manipulación a la cual asistí, viví, sufrí y protagonicé en primera
persona, como todos mis compañeros, y después a raíz de la guerra de
Yugoslavia, fueron tres años en los cuales murieron 52 compañeros,
algunos de los cuales eran amigos míos, y eso no valía absolutamente
para nada. Occidente seguía mirando la televisión, el fútbol, y haciendo
zapping entre el fútbol y los programas del corazón y del sexo, y los
Balcanes eran un tema secundario. A raíz de todo eso comprendí que el
oficio que había hecho no valía para nada, que ya tenía edad para hacer
cosas mías, y navegar, y ser independiente, y que ningún espectador
merecía que a mí me mataran en Sarajevo, y decidí que no me interesaba
la profesión, que había perdido para mí toda razón de ser, que la
aventura ya la había vivido y que la misión humanitaria o ética de un
periodista no tenia ningún sentido en el mundo absurdo y puerco en el
cual vivía. Así que, dije: «Dejo todo eso y me dedico a navegar y a
escribir».

–¿Hubo algún detonante, alguna situación especial que aceleró la decisión?

–Yo desde el año 73 hasta el 94 viví todas las guerras, prácticamente
todas las que hubo en ese período. Digamos que fue la acumulación, la
transformación de esos años de vida, hasta que decidí que ya no era el
chico que salía al mundo con una mochila, sino que era un veterano con
cicatrices y mirada cansada, y que ya no creía en lo que estaba
haciendo, y que contando novelas a lo mejor podía rentabilizar de alguna
forma personal lo que esa vida me había dejado. Pero yo soy un escritor
accidental, yo nunca quise ser novelista. Yo era lector, nací en una
casa con una biblioteca grande, viajé a mi primera guerra con la mochila
llena de libros, cuando vi Beirut o vi Sarajevo había leído bastante
para reconocer ahí Troya, o sea que los libros que leí me sirvieron para
interpretar el mundo en el que vivía. Era un reportero de guerra
ilustrado, por decirlo de alguna forma. Y eso me dio un hilo, me dio un
sustrato, un territorio hacia el cual me pude replegar después.

–Usted habla de héroes cansados, escépticos y marginales. ¿Es ése el tipo de héroe que cree que existe ahora?

–No sé si es el que existe o es el que a mí me interesa. Quizá por la
vida que he llevado, porque yo también me siento cansado, no mucho más
feliz que Héctor o Aquiles. El héroe de corazón puro, el clásico héroe
inocente y bondadoso y bueno, y en el lado del bien luminoso de las
historias clásicas, ya no funciona, ni en la realidad ni en la ficción.
El hombre actual ha perdido su inocencia, su corazón es oscuro, es
Ulises a la vuelta de Troya, con sangre en las uñas, en fin. Es un
hombre que vaga buscando una Itaca que es muy difícil de encontrar,
donde la mujer envejece, es decir, hay un montón de factores… Solamente
lo reconoce su perro, y ese es el héroe que me interesa, quizá porque yo
me siento más cerca de este héroe que del otro. Yo creo que el único
héroe creíble es ese héroe cansado, Y dentro de ese héroe cansado
precisamente está la mujer. En mis novelas, sobre todo en las últimas,
gana importancia cada vez más el personaje femenino como protagonista,
como voz conductora, porque quizás el hombre está muy agotado como guía
narrativa, hay lugares a donde el hombre ya no puede llegar como
protagonista, como punto de vista narrativo. Pero la mujer, que está
haciendo frente a un mundo nuevo, que está enfrentada a desafíos nuevos,
que ahora tiene una mirada nueva y fresca porque ha cambiado su viejo
rol social y ahora hace otro, y se enfrenta a conflictos terribles,
crudísimos y dificilísimos de resolver, la mujer proporciona una mirada,
un recorrido narrativo, para llegar allí donde con el hombre no se
puede llegar.

–¿Qué opinión tiene del auge de las series, de la relación entre las series actuales y los textos narrativos?

–Bueno, yo no veo televisión ni veo informativos, uso la televisión para
ver películas y series, soy realmente un adicto a las series de TV. Mi
tiempo libre, cuando no estoy navegando o escribiendo, estoy leyendo y
viendo series o cine. En ese sentido, debo decir que yo creo que el
talento creativo en este momento se está refugiando más que en la
literatura en las series de TV. Yo creo que las series son, en este
momento, el artefacto narrativo más interesante que existe en la cultura
de la sociedad occidental. Series como ‘House of Cards’, ‘Homeland’,
‘Los Soprano’, ‘Mad Men’ o todas éstas, tienen tal cantidad de talento,
de creatividad, de eficacia narrativa que de alguna forma desplazan el
interés. Si es cierto que la literatura escrita en forma de novela está
en cierta forma sentenciada por el mundo en que vivimos, yo creo que
habrá grandes transformaciones en ese sentido y no para bien. Lo
resumiría diciendo que si yo fuera un joven escritor con ambiciones me
dedicaría a escribir historias para series de televisión más que novelas
para ser publicadas en papel.