Archivo de diciembre, 2012

La mecha de la vida

Blog Vivir en verso. Por Jazz Baker. 28 diciembre 2012

     Puede que esté profundamente equivocado. No sería la primera vez. Ni la última –sólo es cuestión de tiempo–. Siempre he creído que, en el caso de los hombres, incluso las vidas más pintorescas o singulares, como las de los que han escalado el Everest, las de los supervivientes al hundimiento del Titanic, las de los ganadores de la Copa Volpi en la penúltima década, las de los oficinistas de Gran Vía que trabajan de nueve a cinco, todas, incluida la suya, están marcadas por una mujer. Por una mirada que quizás sólo pertenezca ya al pasado. Que desde hace tiempo se convirtió en bagaje y cicatriz mal cauterizada. O en una foto que, año tras año, va perdiendo color escondida en una edición del Quijote de la estantería del salón, y de la que no obstante no nos deshacemos por si nos falla la traicionera memoria. O por una sonrisa que no es necesario inventarse cada mañana, pues por la gracia de Dios, cada noche compartimos con ella almohada. O por una piel de la que nunca supimos de primera mano. Una quimera. Un plan que no se cumplió ni por cinco minutos. Un sueño que se quedó en sueño.
En la vida de Max Costa, esta mujer se llama Mercedes Inzunza. Una señora que desafía al mundo porque no le tiene miedo, porque se sabe ganadora en cualquier combate. Una belleza salvaje a la que no se le dice “no”. Ella ordena. Los demás, gustosos, cumplen. Porque las molestias no surgirían por complacerla, sino por no hacerlo.
Arturo Pérez-Reverte dedica gran parte de “El tango de la Guardia Vieja”, publicado por Alfaguara en las últimas semanas de 2012, a presentarnos a estos dos personajes. Somos testigos mudos de sus sentimientos, de sus dudas, de sus perversiones, de sus sombras, de sus frases acertadas y de silencios que no les comprometan. Tal es la precisión con la que los dibuja que evita desde el primer párrafo que Max y Mecha sean planos, predecibles, olvidables. Muy al contrario. Una pareja de baile que danzará por siempre en el bien iluminado salón del palacio de nuestra memoria.
El libro recoge los tres encuentros entre estos dos personajes que nunca se atrevieron a multiplicarlos por mil. Cada uno de ellos se producirá en ciudades distintas, en circunstancias desiguales, con nuevas heridas. Se intercalan con el paso de las hojas. Y pasamos del calor de la noche de Buenos Aires en 1928 a las cartas comprometedoras de Niza en 1937, para acabar, ya con más de sesenta muescas en la culata, allá por 1966, junto a un tablero de ajedrez en Sorrento.
Para evitar que el lector se pierda, cada nueva entrada nos habla de una habitación de hotel, del hall de un hotel, de un paseo que conserva todavía los charcos originados por la tormenta de anoche, de una cena o de una cuneta que hace al hombre más pequeño, más despreciable. Una labor minuciosa, delicada, pero llevada a cabo con gran acierto. En todo momento sabe el lector de quién se habla, de dónde estamos.                            

                                                       Alrededor de ellos, como los satélites y los planetas, gravitan una serie de actores que en ningún caso pueden ser tildados de secundarios. Un genio compositor de música, quien inicia y provoca todo lo que vendrá después por una apuesta con su amigo Ravel. Un artista con caros caprichos que puede adquirir –con dinero– y asumir –piel adentro–. Espías. Unos con la cara cansada, mal afeitados, hastiados de misiones que no ayudan a construir un mundo mejor. Otros, en cambio, de sonrisa amistosa. Quizás los más peligrosos. También tenemos a un consagrado jugador de ajedrez y a su séquito. Un mundo de caballeros donde todos se clavan el puñal por la espalda. Donde la política también intoxicó con sus tentáculos. Y los amigos. Y la infancia en los arrebales. Y los camareros. Y los recepcionistas. Y los buscavidas. Y los bailarines mundanos. Y los que lo ven todo por encima del hombro. Y las mujeres que gimen por unos billetes. Y las manos indecentes que vacían carteras. Y los metales que matan de miedo.
“El tango de la Guardia Vieja” es una novela redonda, donde uno sospecha que ha sido tan importante el ejercicio de escribir como el de borrar. Aquí no sobra ninguna página, ninguna línea, ninguna palabra. Ni faltan. Aunque es pronto para decirlo, y sólo el tiempo me dará o me quitará la razón, será uno de sus trabajos más recordados. Cómo olvidar a una mujer que sería capaz de detener el mundo si se le antojase. O la frialdad de Max tras ocupar su asiento en el Tren Azul. O el sexo narrado como sexo –sin amor–. O lo que reflejan los espejos, según los momentos: plenitud y arrugas, sueño y consecuencias, hembra en celo y soledad asumida.
Una obra que huele a cine. A clásico. A un viaje en barco en el que no se desea divisar puerto, en el que uno se quiere quedar más tiempo. A amor. O quizás no a amor y sí a química. Porque quizás Max nunca sintió lo primero, pero sí fue víctima de la segunda. Y contra esto no podía luchar. Y creyéndola inalcanzable, más cercana a los dioses griegos que a los hombres con los que tropieza en sus tangos alquilados, si le pidiera la Luna, se la pondría a sus pies.
Un trabajo que aparcó por veinte años. Cómo convertir a Mercedes Inzunza en papel y tinta sin haber vivido casi una vida, sin traspasar los sesenta, sin haber aprendido a mirar. Imposible. Hubiera sido un error. Un crimen perfecto. Por su paciencia, gracias.
Como cierre, una duda. Si la historia se contase de forma lineal, sin saltar de una época a otra, de una ciudad a otra, ¿hablaríamos entonces de una gran novela? ¿Pesa más el montaje que la historia en sí?                            

Nostalgia de lo que jamás sucedió

Neville Magazine. Posted on diciembre 18, 2012 by Nevillescu (por Pablo Batalla Cueto)

La convulsa historia de amor de Max Costa y Mercedes Inzunza dura cuarenta años; sin embargo, unidos, sus tres fugacísimos choques de trenes a lo largo de esos cuatro decenios no sumarían más de un par de semanas. Así son siempre, al menos literariamente hablando, las más hermosas historias de amor: flores de un día, o deslumbrantes cometas que atraviesan el firmamento y refulgen allá arriba apenas unos segundos, antes de que su luz irreal se extinga durante otro par o tres de milenios. Planetas que logran alinearse durante un suspiro cósmico, antes de verse arrastrados en direcciones contrarias por la inercia irresistible de sus propias órbitas. Amaneceres que lo son siendo ya crepúsculos. Respirar, a la vez, la luz y la ceniza.

Historias como la de aquella anciana que seguía durmiéndose cada noche contemplando, melancólica, la fotografía del brigadista checoslovaco que no fue el padre de sus hijos. Rick Blaine e Ilsa Laszlo en París. Francesca Johnson y Robert Kincaid en Madison County. Laura Jesson y Alec Harvey en la estación de Milford. Edenes al alcance de la mano, encerrados tras un muro de realidad, deber y costumbre cuyo cemento quisiera ser embellecido con la mano de pintura de una de esas tristezas elegantes que dan sentido a una vida. Nostalgia de lo que jamás sucedió. «Qué hubiera sido si» o «Qué andarás haciendo ahora», preguntarse para los adentros escrutando un punto indefinido más allá de la ventana, mientras dos o tres churumbeles ruidosos corretean por el salón y, en el sofá, un hombre gordo ve fútbol en la tele o una mujer vulgar cose calceta. El tango de la Guardia Vieja es una de esas historias.

Los escenarios escogidos para acoger las idas y venidas de Max y Mecha contribuyen a que el cañonazo de nostalgia ajena sea dos veces rotundo. Buenos Aires, 1928. Niza, 1937. El mundo en el que Max y Mecha se acometen es un mundo que ya no existe, barrido por el tornado de la segunda guerra mundial. Los propios Max y Mecha han muerto hace ya décadas. Hay un rabioso tempus fugit agazapado en el interior de cada bote salvavidas del transatlántico Cap Polonio, un ubi sunt en cada pitillera de carey, un collige virgo rosas en cada adoquín del Paseo de los Ingleses, un aura aetas en cada ficha del casino de Montecarlo y un paradise lost vibrando en cada nota de cada tango. El decorado es un personaje más en El tango de la Guardia Vieja, tal vez el más importante y con toda seguridad el mejor de todos, por más que los dos principales, fascinantes, complejos, trufados de matices, opongan una competencia feroz.

Hay un tercer escenario: Sorrento, 1966. Allí, las luces de la Europa de Entreguerras ya se han apagado casi por completo y los dos amantes se dan de bruces, sexagenarios ya, por última vez, transcurridos treinta años desde la anterior. El tango de la Guardia Vieja es también una amarga reflexión sobre la vejez y la decadencia humanas.

Aderezando el conjunto, no falta el puñado habitual de filias y fobias perezrevertianas: el ajedrez, el espionaje, el héroe cansado, España como enfermedad incurable («lugar triste, rencoroso y con olor a sacristía, gobernado por estraperlistas y gentuza mediocre, paraíso de la envidia, la barbarie y la vileza»). También hay alguna novedad insólita, como las escenas de sexo no convencional que don Arturo, primerizo en tales zarandajas, solventa con elegancia.

Hasta aquí el apartado de «lo bueno». Lo malo, dar la vuelta a la esquina de la última página, cerrar el libro empapado aún de su magia, levantarse de la cama aquejado de una cierta punzada de orfandad, mirar por la ventana y toparse al otro lado no la cerúlea luminosidad de la bahía de Nápoles, sino una muralla anochecida de horrorosos despropósitos arquitectónicos de quince plantas, cortesía del desarrollismo franquista. Darse cuenta de que la vida es devastadoramente gris fuera del angosto refugio de la buena literatura.

Del héroe cansado al héroe melancólico.

Reseña de Burnel. Foro Icorso. 11-12-12

Terminar el libro y volver a empezarlo. Sentir esa zozobra en el cuerpo  de que el libro te ha hecho pensar, te ha tocado en tus rincones, en tus sentimientos, en tus secretos…

Del héroe cansado al héroe melancólico. De Macarena Bruner (La piel del tambor) a Mecha Inzunza, pasando por la inigualable Teresa Mendoza (La reina del Sur). De Lucas Corso (El club Dumas), joven, audaz, atrevido, a Manuel Coy (La carta esférica), al que a veces te daban ganas de abofetear, por el simple hecho de seguirla como un perro. Ahora estamos ante Max Costa.  A Max hay que quererlo. Hay que enamorarse hasta las cachas y disfrutarlo, aunque sea, una vez en la vida: en esta primera y virgen lectura del libro. “Tan limpio siempre, pese a sus canalladas. Tan sano. Tan leal y recto en sus mentiras y traiciones. Un buen soldado”.

Max es el héroe cansado, indudablemente, pero con la vista puesta en los años, en la melancolía tan profunda que te acompaña a lo largo de toda la lectura.  Max es mundano, quizá asuma el papel que, en otras obras, asume la mujer superviviente. En eso se parece a Teresa Mendoza. Y a Pepe Lobo (El asedio), pero con maneras. Por eso la reiteración de mundano como calificativo al bailarín. Porque Max es un superviviente del mundo y de sus circunstancias. Allá en su Argentina natal, en el episodio crucial el del Hotel Ritz de Barcelona, con apenas dieciséis años, que solo es capaz de recordar desde el cuajo y la tranquilidad de los años. Envuelto en la turbia historia del tango de De Troeye, mezclado con Mecha, cuando es la mujer de su vida aunque ella se niegue a escucharlo. «Ni se te ocurra Max. Si dices que fui el gran amor de tu vida, me levanto y me voy«.

Esa especie de tristeza lánguida, que nos contagia el Jefe: ese pasar del tiempo, a veces tan garcilasiano —“como se viene la vida, como se pasa la muerte, tan callando”—. Ya no contamos pecas sobre la piel de Tánger Soto; ahora nos miramos el dorso de las manos convulsivamente, para ver cuántas manchas de vejez han aparecido en ellas.

El libro está hecho de silencios. Silencios que hemos aprendido a interpretar desde que Adela de Otero (El maestro de esgrima) intentaba su estocada perfecta. Silencios de Teresa Mendoza —para mí, el héroe cansado por excelencia— y la mujer mejor modelada y a la que más se le ha abierto los rincones,  con diferencia,  de todas las mujeres revertianas.  Teresa le ha prestado muchos matices a Max Costa.

También es verdad que Mecha Inzunza, en la primera parte del libro, es superviviente de su propio mundo: es guapa y lista, y tiene dinero. Punto. Muy Lolita Palma, pero sin pegar sello. “Te asombraría lo que tener dinero simplifica las cosas”. Pertenece a una sociedad de la que tampoco quiere salir. Se adapta a lo que hay. Luego, en Sorrento, se hace más humana. Descubre secretos, no tan turbios, que la hacen más mujer. Y sobre todo, sorprende, que es la primera vez que vemos la dependencia de la mujer a su propio útero. Las tramas, tan bien estructuradas que cuando estás en Niza quieres volver a Sorrento, y cuando estás en Sorrento quieres ir de nuevo a Niza: esas estructuras paralelas solo las consigue el maestro. El derroche de detalles. Esas frases lapidarias, cortas, precisas como pequeñas puñaladas en nuestra propia conciencia y en nuestra propia memoria: “la única libertad posible es la indiferencia”.

Soy un viejo como cualquier otro, que ha conocido el amor y el fracaso”. Y a partir de ahí, todos hemos envejecido. Por todos han pasado los veintidós años. Unos los llevamos mejor y otros peor. Todos conocíamos las reglas, las maneras, el tablero de ajedrez, el peón en su casilla, el sable y el caballo, el cazador, la mochila, la fiel infantería… Pero nunca nos imaginábamos que nos darían un revolcón en nuestras propias vidas, a través de la vida, tan distinta probablemente, de Mecha y Max. «Has envejecido, y no hablo del físico. Supongo que les ocurre a todos los que alcanzan alguna clase de certidumbre…»

Y ahora decidme blanda: el remite de la carta con los nombres de Barbaresco y Tignanello, después de haberles cogido cariño de secundarios, me humedecieron los ojos;  pero el collar y el guante son de una intensidad brutal: tan real, tan romántica, tan nostálgica, tan llena de dignidad de quien se sabe sin futuro y solo con pasado y presente, que ahí me dije, suelta trapo.  Y vaya si lo solté.

Esas tres últimas páginas de la novela, son el resumen de una vida. De todas las vidas. Y yo me he quedado colgada de Max. Supongo que ser lector revertiano imprime carácter, como el sacerdocio o la prostitución.

«Es agradable ser feliz, pensó. Y saberlo mientras lo eres«. Y yo me he sentido inmensamente feliz estos últimos veintitantos días. Solo me queda volver  al Buenos Aires de 1928, embarcarme de nuevo y volver a soñar con ese tango sin música en la sala de palmeras del Cap Polonio.

Enamorarse de Mecha

 

Virginia Mendoza – fts-magazine.es – 10/12/2012

Si alguien es capaz de enamorarse de su personaje y de traerlo a la realidad para contagiar al lector de ese amor, Arturo Pérez-Reverte, que lleva tiempo haciéndolo de manera sucinta pero prometedora, ha conseguido, en ‘El tango de la Guardia Vieja’ (Alfaguara, 2012), recrear a la musa definitiva: una mujer con nombre de detonante y personalidad de polvorín que enamorará a lectores y lectoras independientemente de su orientación sexual. Mecha Inzunza es una diosa reciente que, a medida que envejece, pasa de estar a la altura de la Maga de Julio Cortázar a la de la Elisabeth Costello de JM Coetzee.

Lo que sí podemos reprochar al autor en lo que a la creación de personajes respecta, es que, si bien Mecha es una mujer inusual, misteriosa y, en definitiva, un personaje generalmente rico, Max Costa la supera. Si la idea de crear una protagonista de esas que, según Pérez-Reverte, serán la protagonista por antonomasia de la literatura que viene, como él mismo comentó en alguna entrevista, ha caído en la trampa de enriquecer con mayor profusión a quien pretendía ser su sombra, su amante eventual convertido en amor que, triste o acertadamente, según el gusto, la eclipsa.

Pérez-Reverte recrea la vida de un pícaro entrañable, un ladrón de alcoba, y de una mujer bien y mujer fatal convertida en madre incondicional y obsesiva. Sus diálogos brillan en tres momentos y en tres lugares del siglo XX y del mundo (Buenos Aires, Sorrento y Niza). Tres destellos de un amor imposible e improbable, de ese que marca la vida con cuentagotas y deja un poso de los que no se van. Sin seguir un orden lineal y con descripciones visuales, ‘El tango de la Guardia Vieja’ es una de esas novelas cinematográficamente fáciles a las que su autor nos tiene acostumbrados y firme candidata a convertirse en película. O en tango. Se trata, en definitiva, de una metáfora de las relaciones entre hombres y mujeres y de una reflexión sobre cómo han cambiado en los últimos tiempos: el tango o la relación sentimental como ese resorte de la sociedad en el que la mujer es sujeto pasivo que se deja llevar en apariencia, pero que en realidad no suelta las riendas.

El tango de la guardia vieja evoca la nostalgia de casi todos los autores que superan los sesenta, cuyos protagonistas reflexionan sobre la vejez, sobre el tiempo perdido, miran su propia juventud con más pena que envidia, tienen más certezas que dudas y, sobre todo, saben lo que es el amor. La nueva novela de Pérez-Reverte no es ni más ni menos que una historia de amor, impropia de su autor pero narrada con gran tino. Se ha enfrentado a la peligrosa barrera que separa lo cursi de lo vulgar cuando de contar una historia de amor (y sexo, claro) se trata.

Pérez-Reverte sigue demostrando que es un gran contador de historias, aunque la manera de contarlas pueda convertirle en un autor de best-sellers cinematográficamente viables. En ‘El tango de la Guardia Vieja’, apenas hay frases que subrayar, que digan algo por sí mismas sin depender del todo, sin formar parte de una trama que engancha y punto. Algo así pensé hasta casi la mitad del libro, donde los diálogos se tornan gradualmente sublimes. Entonces cambié de idea y cuando cerré el libro, supe que era la mejor novela que he leído de su autor. Un ejemplo de cómo me convenció de esta idea que, tras más de una semana de asimilación, mantengo:

-Vivías en territorio enemigo -añade al fin-. En plena y continua guerra: sólo había que ver tus ojos. En tales situaciones, las mujeres advertimos que los hombres sois mortales y vais de paso, camino de un frente cualquiera. Y nos sentimos dispuestas a enamorarnos de vosotros un poquito más.
-Nunca me gustaron las guerras. Los tipos como yo suelen perderlas.
-Ahora ya da lo mismo -ella asiente con frialdad-. Pero me gusta que no hayas estropeado tu sonrisa de buen muchacho…Esa elegancia que mantienes como el último cuadro en Waterloo. Me recuerdas mucho al hombre que olvidé. Has envejecido, y no hablo del físico. Supongo que les ocurre a todos los que alcanzan alguna clase de certidumbre…¿Tienes muchas certidumbres, Max?
-Pocas. Sólo que los hombres dudan, recuerdan y mueren.
-Debe de ser eso. Es la duda la que mantiene joven a la gente. La certeza es como un virus maligno. Te contagia de vejez.

La mujer que teje

 

El tango de la Guardia Vieja. Reseña por Raquel Jiménez (El blog de Ada) el 8-12-12

 

Si una novela comienza con Conrad, dice mucho de ella. Y si la novela bebe de Fitzgerald y de Faulkner, dice aún más.

La crítica, o la editorial, definió El Asedio(Alfaguara, 2010) como el novelón de Pérez-Reverte. Nada más lejos de la realidad.No estaban al tanto de lo que el autor tenía entre manos. En El tango de la Guardia Vieja encontramos todos los elementos de Reverteland. Y no sólo que sus dos protagonistas, Max y Mecha, tengan dentro de sí mismos todas las características de los personajes revertianos. También miradas y héroes cansados, actitudes y comportamientos ante la vida, la dignidad final, la asunción de las reglas, el iceberg, el Titanic, la biblioteca que arde, el refugio, la trinchera, el libro, la botella de Vranac junto a los amigos, etc.

En El tango de la Guardia Vieja hay una apuesta, dos músicos. Un tango frente a un bolero. Troeye se enfrenta a Ravel por componer la melodía más bella del mundo. Troeye parte con ventaja. Junto a él, la mirada miel de Mecha, su mujer. Un matrimonio culto, refinado, elegante, joven, vistoso y admirado. La élite. Se embarcan hacia Buenos Aires. En el Cap Polonio trabaja Max, el bailarín profesional, el encandilador de mujeres, el rufián encantador, el seductor, el casanova, el embaucador, tramposo, pillo, ladrón, gigoló.

Pronto Max se fija en Mecha. Y saltan las chispas. Y entre una Honeybee y la siguiente ella se deja llevar, parece ser, por el tango de Max. Se dejan ver en la sala de palmeras, bailando, bajo la mirada escrutadora de Armando, que no pierde un momento y al que no le tiembla la voz ni un ápice cuando Mecha le confiesa que se está enamorando del rufián encantador.

Buenos Aires, arrabales, bajos fondos. Un viaje simbólico a lo más oscuro, de la ciudad, de la mente, del alma. Les acompaña una bailarina polaca y ya millones de lectores que, extasiados ante las varias escenas de sexo a varias bandas, asumen la turbiedad que hay en cada mujer.

Pasan los años y sin despedirse en tierra argentina, Mecha y Max vuelven a encontrarse en Niza. Por motivos distintos, ambos se ven enfrascados en una trama de espionaje. Redacción ágil. Conversaciones rápidas. Escenarios en tecnicolor. Vuelven a encontrarse. Y con ellos sigue expectante a su lado, la sombra de Max, su pasado y presente. Y ella, con su sombra, continua trazando en torno a él, ese baile silencioso pero agitado. Geometría y sexo.

Años después en Sorrento, ya sin sombra, Max, el hombre. Vuelve los ojos al pasado tratando de ver en ella el ayer: lo que fue él, ella.O ambos.

¿Qué fueron? ¿Se amaron? ¿Pudieron hacerlo? ¿Cómo se ven en los ojos del otro? ¿Acaso puede uno mirar el pasado con los ojos del presente?

La mujer que teje en torno al hombre una telaraña de rincones turbios, de ámbitos oscuros. Mecha teje en esta novela una telaraña de emociones, al servicio de un escritor inspirado que decide sembrar pequeños granos… en torno al lector, para que este vea crecer entre las líneas de la novela, un mundo burgués, unas pasiones mundanas, un preciosismo descriptivo, unas maneras “muy de antes”, perfumes, cadencias, momentos, música, olores, fotografía, gestos, actitudes,… Y a la manera de Faulkner, la trama se entrelaza, los tiempos se solapan uno tras otro de un modo sutil, coherente, preciso y ordenado. Sin brusquedad. Con elegancia.

Un consejo, guarden sus emociones a buen recaudo antes de leer esta novela. Dice el autor que ha aprendido a reventar cajas fuertes. Guárdenlas a buen recaudo. Se le da bien. Lo de emocionarnos, digo. Lo hace con unas páginas finales ante las que es imposible cualquier tipo de guardia. Pocas últimas páginas han hecho humedecerse los ojos de una servidora. Solo dos. Uno es considerado una leyenda. El otro está camino de serlo.

Pérez-Reverte despide el año del fin del mundo con la novela más crepuscular de entre todas las suyas. El racconto sutil de una decadencia. De la decadencia del héroe. Del hombre.

Tras esto, solo el genio sabe lo que nos aguarda en la próxima.

 

Amor y aventuras, pasiones e intrigas

El tango de la Guardia Vieja
Ángel Basanta – El Cultural (El Mundo) – 07/12/2012

‘El tango de la Guardia Vieja’ es una extraordinaria novela de amor y aventuras, pasiones e intrigas, sentimientos, traiciones y reencuentros que abarcan cuatro décadas del convulso siglo XX representadas en tres tiempos y lugares fascinantes. El primero se sitúa en 1928, cuando el prestigioso músico Armando de Troeye viaja con su mujer a Buenos Aires por una apuesta en la que se comprometió con Ravel a superar su ‘Bolero’ en un tango memorable. En el transatlántico aparece un apuesto bailarín profesional cuya perfección en el tango lo llevará a formar un singular triángulo amoroso con el matrimonio. Desde su baile nocturno de un tango sin otra música que la nacida en sus cabezas, en el salón desierto del barco, la bella, inteligente y turbia Mecha Inzunza y el guapo, elegante y canalla Max Costa quedarán encendidos en una pasión amorosa que no se apagará ni en sus largas separaciones. El segundo encuentro se produce en la Riviera francesa en 1937, espacio cosmopolita entre cuya sociedad galante se han refugiado algunas familias adineradas españolas durante la Guerra Civil. Allí, entre Niza, Montecarlo y Antibes, Max queda envuelto en una intriga de espías italianos y españoles para robar unas cartas del conde Ciano al banquero Ferriol (trasunto apenas disimulado de Juan March), relacionadas con las primeras operaciones militares de la sublevación franquista y comprometedoras para el yerno de Mussolini. Y Mecha tendrá una presencia decisiva en su complicidad con Max. La tercera reunión de los amantes tiene lugar en Sorrento, en 1966, donde se juega un famoso torneo de ajedrez, previo al campeonato mundial, entre el ruso Sokolov, actual campeón, y el joven aspirante, Jorge Keller, hijo de Mecha. Y por allí aparece Max, retirado de sus imposturas en el mundo galante y dispuesto a asumir el reto de intentar volver a ser el que había sido.

Lo contado aquí es un pálido reflejo de la trepidante sucesión de aventuras, sorpresas y lances folletinescos, revelaciones y bien dosificadas escenas melodramáticas agrupadas en tres momentos y espacios, con la trágica historia del siglo XX como escenario teatral donde transcurren los hechos y nacen, se intensifican y entran en declive las pasiones. Todo está cuidado hasta el mínimo detalle en ambos planos. El fuego de la pasión entre los jóvenes amantes en Buenos Aires gravita en los dos momentos futuros. Es admirable la inmersión del narrador omnisciente en sus conocimientos de los orígenes plebeyos del tango auténtico, que ya solo perdura en boliches de arrabales porteños. De allí saldrá el Tango de la Guardia Vieja, motivo recurrente que, con otros como el collar de perlas de Mecha y el guante que ella pone en la chaqueta de Max, da unidad a la composición de la novela en tres tiempos y espacios separados por casi cuarenta años y miles de kilómetros.

Aquella pasión amorosa vivida en la juventud está evocada con melancolía por los amantes, ya sesentones, en 1966 en Sorrento. La narración alternante de ambos episodios intensifica el suspense, con nuevas revelaciones durante las partidas de ajedrez y el contraste entre la plenitud del amor pasado y la melancolía alimentada por el recuerdo ahora. Ambos momentos reciben atención privilegiada en la primera mitad de la novela. Y cuando ya la suspensión e intensidad de lo narrado en los dos tiempos alcanza un desarrollo climático suficiente, mayor en lo sucedido en 1928 y en plena intriga en lo de 1966, entra con atención preferente la guerra de espías en la Riviera francesa en 1937, donde se renueva la pasión amorosa entre los protagonistas.

De modo que, en la segunda mitad, predomina la narración alternante de estos dos últimos episodios, con la melancólica rememoración de la plenitud vivida en 1928 y la reiteración de espionaje y robos en 1937 y 1966, tal vez con alguna inverosímil facilidad en la resolución del perpetrado en Sorrento. En esta nostalgia del tiempo que fue y ya no es reaparece, una vez más, la figura revertiana del héroe cansado, tanto en la belleza marchita de Mecha como en la decadencia de Max. Y al fondo se dibuja el escenario cambiante de una Europa cuyo esplendor y elegancia serán barridos por la II Guerra Mundial. En ambos planos el autor ha desplegado sus mejores cualidades, tanto en la cuidadosa caracterización y evolución física, psicológica y moral de sus personajes, incluidos los secundarios, como en los diálogos, nerviosos y ajustados a cada situación, y en las brillantes descripciones de paisajes.

En suma, una novela de madurez, redonda, en la que se han reunido las mejores cualidades del autor, con una historia narrada sin desfallecimientos, siempre en tensión, con una prosa de suma eficacia narrativa en su riqueza y elegancia. Nadie como su autor domina el arte de contar para todos, seguido y bien, con las estrategias narrativas de siempre.

Pérez-Reverte, enamorado

Xavier Grau – Diario Siglo XXI – 01/12/2012

El macho-alfa de la literatura española —Sergio Vila-Sanjuán dixit— ha caído enamorado a los pies de la protagonista de su última obra, ‘El tango de la Guardia Vieja’. ¡Quién lo iba a decir!. A ese amor revelado ha decidido centrar su próximo trabajo literario cuando todavía su nuevo éxito recorre las librerías, las bibliotecas y las redes sociales.

El escritor cartaginés proyecta su siguiente novela entregada a la esencia femenina, épica y literaria de su heroína definitiva: Mecha Inzunza. No se alarmen. Llegarán nuevos Alatristes, pero tal vez ya no serán lo mismo, a fuerza de compartir querencias con esta heredera de un imperio de aguas minerales que nos pone a todos ante el espejo de la vida, del amor y de la memoria. A su creador el primero, lo cual asoma con más peligro en una historia que la propia editorial Alfaguara encuadra así: «Una pareja de jóvenes apuestos, acuciados por pasiones urgentes como la vida, se mira a los ojos al bailar un tango aún no escrito, en el salón silencioso y desierto de un transatlántico que navega en la noche. Trazando sin saberlo, al moverse abrazados, la rúbrica de un mundo irreal cuyas luces fatigadas empiezan a apagarse para siempre.»

En algún lugar dejó dicho Pérez-Reverte que preparaba su retirada literaria con dos nuevas aventuras de su Alatriste en París y Roma. Pero este recreador de universos perdidos y de personajes de compleja nobleza y reivindicativa gallardía ha sido vencido por el romanticismo: “Eso nunca, por Dios; no soy Corín Tellado”, suelta en el auditorio barcelonés de la Biblioteca Joan Fuster ante más de doscientos atentos seguidores que le escuchan; y otros doscientos más que se han quedado en la calle y que le intuyen. Cuando esto pronuncia, Pérez-Reverte insinúa, con la sonrisa inteligente del periodista que suelta un titular, que pretende ahondar en el universo cerrado, íntimo, seductor y sexual de esta Mecha Inzunza con la que va a poner los cuernos literarios al soldadote Alatriste. Dice el novelista: “Todo ser humano tiene lugares turbios; y una mujer abre puertas que un hombre ni imagina que están abiertas”.

La frase suena a alerta para los lectores de un escritor que aparenta controlar todo su mundo pero que ahora se muestra dominado por sus criaturas. ¿Es la confesión definitiva donde se confunden autor y personajes? ¿Es la rendición del gran guerrero que nunca quiso que le cogieran vivo? De entrada, el nuevo proyecto embrionario pero ya anunciado de Pérez-Reverte indica que lo mejor está por llegar para crear, tal vez, la cruz en femenino de su héroe espadachín.

Así, este Pérez-Reverte más serio y más pausado de lo que parece, menos provocador y bullanguero de lo que se le define y más tímido y padrazo de lo que presume, parece conjeturar ya la réplica reverteriana y troyana a lo del sombrío de Grey –“una porquería que me recuerda a los relatos eróticos del viejo ‘Lui’ que escribía el amigo Manolo que estaba en el paro”.

El amigo Arturo -perdón por las confianzas, patrón- ha caído en sus propias redes y en lugar de amueblar él los lugares fantásticos, finiquitados y elegantes de su última novela, ha sucumbido a los encantos de su rotunda heroína. La mira con ojos de cordero degollado, la siente próxima e inalcanzable a la vez, la desea con el ansia de lo imposible y, además, se siente dueño de los destinos imaginarios de ella. ¿Y eso es lo que le da pavor al escritor de Cartagena? ¿O ha generado esta Mecha un miedo atávico en el hombre Arturo? Vaya preparando, maestro, una ampliación de este blog divertido y guasón desde el que ha contado la construcción de su última novela (http://novelaenconstruccion.com/); porque ‘El tango de la Guardia Vieja’ descubre algo más del hombre que está tras el autor, del periodista oculto tras el novelista, del pirata bueno capaz de arriar definitivamente su bandera negra por el amor de una mujer que trasciende los tiempos.

Esta Mecha Inzunza guapísima, estilosa y geométrica puede hacer esperar a un Alatriste que Pérez-Reverte ha dejado a las puertas de Barcelona en posición de ataque –¡manda huevos decirlo horas después de las elecciones catalanas!-. Y miles de lectores estarán ahí para leerlo y escucharlo de boca de este escritor y marino que se reclama eficaz contando historias. Y lo es. A fe de Dios -y de nuevo pido perdón, patrón-. Sí lo es creando un mundo imaginario y ya pasado que de tan real asusta porque engancha al autor mismo que, pocos días después de la presentación de su obra lamenta: “Mi imaginación se apropió de ese mundo para siempre, y ya nunca podré mirarlo con la inocencia de unos ojos libres”.

‘El tango de la Guardia Vieja’ puede acabar apareciendo entre la obra de Arturo Pérez-Reverte como el giro definitivo de este peculiar novelista que hace de la técnica una de sus grandes bazas. Que destripa sus obsesiones y las socializa entre una legión de seguidores sin dejar de fruncir el ceño. O todos advierten que el patrón juega de farol o éste es un gañán fantástico y divertidísimo que engaña a todos. Sea como fuere, la ambición, la maestría y la pirotecnia detallista de esta novela pueden acabar con el mito Pérez-Reverte: ese escritor ácido y articulista destroyer que sólo escribe de batallitas, espadachines e hijoputas. Y a la vez, esta obra la confirma como lo que él se pretende (¿para esconder su timidez, tal vez?), un autor mayúsculo, valiente y, sobretodo, muy profesional, además de joven. Y léase esta juventud en el universo reverteriano cuando reza que “uno sólo es joven en vísperas de la batalla”. Y Pérez-Reverte, en vísperas de la refriega definitiva contra y con Mecha Inzunza, puede estar a las puertas de entregarnos -antes de dos años- su gran obra definitiva, la que nazca de ‘El Tango de la Guardia Vieja’. ¡Ah! Y para los más agoreros, si no lo consigue, por lo menos habrá planteado batalla y tal vez conseguido atraer sobre sí la mirada definitiva de la mujer universal e inalcanzable que a todos se nos fue. A esas horas, y en cualquier caso, la batalla estará ganada si damos por sentado que la única batalla que se pierde es la que no se libra y que ‘El tango de la Guardia Vieja’ es la antesala de un nuevo Pérez-Reverte.

¡Ay! el amor. Ha escrito este académico atípico que los barcos se pierden en tierra y dentro de poco se descubrirá él mismo confesando que los literatos duros se encuentran, siempre y aunque no quieran, en la mirada ancestral de su Andrómaca particular. ¡Quién lo iba a decir!, don Arturo, en estos tiempos de Zara, Red Bull y Marina d’Or.

Tango y ajedrez

El tango de la Guardia Vieja, de Arturo Pérez-Reverte ( Blog Las bizarrías de Belisa, de Luis Alberto Cao). Sábado, 1 de diciembre de 2012

A todos los que vieren y entendieren. Desocupado lector: ruego a vuesa merced, sin correrme (avergonzarme), aplique vuesa indulgencia a  la libertad que ha tomado, este pobre bachiller,  de escribir, de diferente manera, esta modesta glosa después de holgarse con tan impar y vien compuesta novela. Vale.

En primer lugar, me gustaría, queridos lectores, pediros disculpas por esta pequeña “broma” de carácter filológico con la que he querido encabezar la reseña de “El tango de la Guardia Vieja” última y recién publicada novela del escritor cartagenero Arturo Pérez-Reverte. Y he comenzado de este modo tan atípico y peculiar para, de alguna manera, resaltar y hacer patente el inefable placer, tanto estético como literario, que me ha producido su lectura atenta y minuciosa lectura. Tengo que confesaros que ayer terminé su segunda lectura cuando me sorprendieron las primeras luces del alba, porque tras su primera lectura quedé, y lo digo con toda honestidad, literalmente fascinado e impactado por ésta en apariencia sencilla historia, pero que oculta una densa y compleja arquitectura narrativa. Precisamente uno de cuyos grandes méritos es que hace parecer sencillo lo complejo y meritorio.

Como anunciaba al principio, esta reseña va a ser un tanto atípica respecto a lo habitual, porque voy a empezar con un extenso comentario al respecto y después entraré en la reseña, propiamente dicha, y el análisis más técnico, minucioso y pormenorizado, con el fin de  intentar explicar y aclarar el por qué de mi entusiasmo tras la lectura de “El tango de la Guardia Vieja”. A modo de introducción y para marcar el tono general de esta reseña, tengo que afirmar, sin paliativos, que “El tango de la Guardia Vieja” es una magnífica novela, que roza la maestría y que ha conseguido removerme y emocionarme, a partes iguales. Antes de seguir adelante me gustaría compartir una reflexión. Una de las premisas básicas que debe respetar, en este caso, un crítico literario es centrarse única y exclusivamente en la obra a analizar e intentar no contaminarse con otro tipo de condicionantes. Me explico. Las últimas novelas que he leído de Arturo- Pérez Reverte (El asedio, El puente de los asesinos… esta última, por cierto, ya reseñada hace casi un año en este mismo blog) me han resultado bastante decepcionantes, sin embargo, esa opinión no ha condicionado, en modo alguna, la “mirada limpia” necesaria, imprescindible me atrevería a añadir, para reseñar una novela, que me ha permitido disfrutar y enamorarme de este libro.

En este comentario voy a empezar por el final de libro (no, por favor, no penséis que voy a “destripar” la novela, nada más lejos de mi intención). Al final de la novela el autor nos da el arco temporal que ha durado la creación de la novela: Madrid enero de 1990-Sorrento junio de 2012. No es casualidad que tras este largo proceso creativo, obviamente multitud de veces interrumpido por otros libros, se aprecie esa madurez estilística, tan  depurada, aparentemente tan sencilla pero que oculta un gran trabajo de aquilatación.  Después de tantos años dedicado profesionalmente a la crítica literaria cada día me he ido dando más cuenta de que el arte de la literatura se reduce a dos premisas fundamentales, dos pilares básicos a lo que debe aspirar cualquier obra literaria. La primera y principal es que el fin fundamental de la literatura es “contar una historia” y la segunda, y no menos importante, es que sea creíble. El resto todo son  alharacas y disquisiciones literarias en las que los autores, los críticos y los lectores nos enzarzamos absurdamente.

Pero, ¿qué es lo que hace que una obra literaria, nos conmueva y nos emocione? En mi modesta opinión, y por supuesto puedo estar equivocado, es fundamentalmente por el empleo de la técnica, por supuesto independientemente de la temática de la obra que también es un factor coadyuvante. Pondré un ejemplo. Todo el mundo, probablemente, habrá estado enamorado alguna vez en su vida, y con toda seguridad ese sentimiento habrá sido muy fuerte e intenso. Pues bien, cuando leemos a un poeta que describe el amor, logra conmovernos porque ha conseguido verter en palabras, en conceptos y en imágenes literarias (poéticas en este caso) un sentimiento abstracto y, hasta cierto punto, inefable. Pero eso no quiere decir que ese poeta sienta el amor con mayor intensidad o profundidad que cualquiera de nosotros, de ninguna manera. Lo que sí sabe expresarlo de un modo poético y literario que permite hacernos partícipes, en primera persona, de ese sentimiento, y eso, además de talento, se llama técnica. Pido perdón por esta digresión pero la he creído necesaria para intentar explicar por qué en mis reseñas suelo hacer tanto hincapié en esta faceta. Y, bajo estos presupuestos, sin duda alguna, “El tango de la Guardia Vieja” es un texto  en el que Arturo Pérez-Reverte hace “ostentación” de un admirable dominio técnico porque, como comenté un poco más arriba, es una novela tan bien escrita que, a no ser que nos detengamos en una lectura atenta, reflexiva y analítica, resulta casi imperceptible a la vista, todo ese entramado literario que sustenta y da coherencia a todo el discurso narrativo. Y esas son, precisamente, las grandes novelas, en la que parece imposible vislumbrar todo ese minucioso trabajo técnico y “estructural” que necesariamente conllevan.

Antes de sentarme al ordenador para escribir esta reseña he estado consultando, minuciosamente, los casi veinte folios de notas que me ha sugerido la lectura de la novela. Y ya siento esa impotencia de no poder explayarme, como yo quisiese, en esta reseña para poder desmenuzar y analizar todos esos detalles, de buen hacer, que Arturo Pérez-Reverte nos deja en la novela. Lo que sí intentaré es ser lo más sucinto y sistemático posible, para intentar no perdernos en una novela tan densa y rica en matices, todos ellos dignos de analizarse.

Dicho todo lo cual creo va llegando el momento de entrar en la reseña, propiamente dicha, y en el análisis literario de “El tango de la Guardia Vieja”. Como suele ser habitual, y con el objetivo de situar y contextualizar la novela, sobre todo pensando en los lectores que aún no la han leído, creo que lo que más adecuado y pertinente, sería pergeñar, muy sucintamente, una breve sinopsis argumental del texto. Para lo cual me ha parecido, en su brevedad, transcribir literalmente el resumen que nos ofrece la editorial Alfaguara:

“«Una pareja de jóvenes apuestos, acuciados por pasiones urgentes como la vida, se mira a los ojos al bailar un tango aún no escrito, en el salón silencioso y desierto de un transatlántico que navega en la noche. Trazando sin saberlo, al moverse abrazados, la rúbrica de un mundo irreal cuyas luces fatigadas empiezan a apagarse para siempre.»

Un extraño desafío entre dos músicos, que lleva a uno de ellos a Buenos Aires en 1928; un asunto de espionaje en la Riviera francesa durante la Guerra Civil española; una inquietante partida de ajedrez en el Sorrento de los años sesenta…

 El tango de la Guardia Vieja narra con pulso admirable una turbia y apasionada historia de amor, traiciones e intrigas, que se prolonga durante cuatro décadas a través de un siglo convulso y fascinante, entre la luz crepuscular de una época que se extingue”.

En primer lugar y antes de seguir adelante me gustaría precisar que “El tango de la Guardia Vieja” es una historia de un romanticismo exacerbado, como hacía mucho tiempo que no leía, pero no de un romanticismo edulcorado o almibarado sino, mas bien, de un romanticismo contenido, silente, pero a la vez  profundo y dolorido que, como ya he comentado, en algunos momentos, honestamente, ha conseguido conmoverme profundamente, tanto artística como emocionalmente. Novela envuelta en esa atmósfera decadente y crepuscular que va inundando y envolviendo, lentamente, a los personajes en esa neblina pegajosa de la melancolía que provoca el decurso de la vida y esa mirada retrospectiva al pasado.

Ahora sí vamos a entrar en en el análisis. Desde un punto de vista formal la novela está estructurada en trece capítulos y dentro de cada capítulo se distinguen varios subcapítulos, por así llamarlos, singularizados gracias a los espacios tipográficos. “El tango de la Guardia Vieja” está narrado en varios planos temporales que, a su vez, aparecen entrecruzados entre ellos. Fundamentalmente los planos literarios son los recuerdos remotos de Buenos Aires, de Niza y el momento narrativo presente. Y, precisamente, en la manera de abordar este relato en dichos planos temporales, empezamos a ver la elaborada técnica de Pérez-Reverte. En todo momento el autor sabe mostrarnos en qué plano estamos en cada momento. Fundamentalmente lo consigue por el uso y empleo de los tiempos verbales, veremos su dominio en el uso de los verbos en pretérito o en presente, dependiendo del efecto temporal que busque. Por otra parte hay que resaltar la dificultad para entreverar todos esos planos narrativo-temporales de modo que adquieran una coherencia interna y estructural al fundirlos. Y en ese punto, de nuevo, tengo que reconocer que Pérez-Reverte, ha vuelto a impresionarme, demostrando una maestría incuestionable creando una serie de relatos que, paralelamente, se van complementando y contrapunteando, a su vez, para darnos esa perspectiva de conjunto que nos hará entender y comprender esta historia desde ambos planos. Arturo Pérez-Reverte en esta novela me ha mostrado y convencido, que es uno de los más grandes escritores de la actualidad, porque como decía más arriba cuando hablaba de los dos pilares fundamentales de la literatura nos cuenta una hermosa historia de amor, de soledad y de nostalgia y, por otra parte, consigue hacer que, desde el primer momento, nos la creamos. Aconsejo al lector que cuando lea la novela repare en la maestría con la que el autor encadena los planos temporales y cómo los utiliza para aclarar y matizar el relato principal. Este relato imbricado, técnicamente tan complejo ser aprecia especialmente bien, sobre todo, en la parte final de la novela (y hasta ahí puedo leer…).

Ya desde su propio título Pérez-Reverte, al menos esa es mi opinión, nos propone una novela, claramente, muy sensual, stricto sensu, o sea una novela en la que predominan y son muy importantes las sensaciones que nos llegan por lo sentidos. El propio título, como comentaba, tiene una connotación auditiva y visual. Voy a permitir transcribir un párrafo que creo que es muy ilustrativo de esta “sensualidad” de la novela.

“Ya era completamente de noche cuando pasaron el puente sobre el Paillon. A su izquierda, más allá del jardín, las farolas iluminaban la plaza Masséna. Un tranvía pasó lejos, entre los árboles tupidos y sombríos, apenas visible salvo por los chispazos del trole”.

Voy a detenerme en este fragmento para analizarlo y examinarlo con toda meticulosidad porque creo que nos va a aportar mucha información para comprender esta prosa tan sensorial. Como resulta evidente en este fragmento es “palpable”, permítaseme este adjetivo tan “sensual”, en el que el autor va a contraponer “luces y sombras”. Al principio nos habla de oscuridad, era complemente de noche, y además la palabra noche enfatizada con completamente, para realzar su valor, y lo contrapone, en la misma frase con la luz, las farolas iluminaban la plaza. Pero es que en la siguiente frase de nuevo el autor nos va enfrentar la oscuridad con la luz, árboles tupidos y sombríos, en esta parte la oscuridad aumentada por ese doble uso adjetival y, a continuación, lo vuelve a enfrentar a la luz, por los chispazos del trole. Espero que con este ejemplo, más o menos, haya servido para ilustrar la belleza estética con la que Arturo Pérez-Reverte ha escrito esta novela. Evidentemente no me puedo sustraer a referir y comentar, por ejemplo, la magistral escena del baile del tango de los protagonistas en el barco, con esa adjetivación de movimiento que nos da una visión casi cinematográfica. No voy a transcribirla porque es demasiado larga pero está tan bien escrita que parece que estamos viendo bailar ese tango y escuchando los acordes de la orquesta y el lamento lastimero del bandoneón. Y, en este sentido, me gustaría destacar por último la escena de la partida de ajedrez, un auténtico “master” de técnica literaria como, por otra parte, es toda la novela.

Antes de entrar en el análisis de los personajes, me gustaría añadir que la novela está narrada en tercera persona, pero está tan bien hecha que más bien parece que está narrada por los propios personajes, por la cantidad de información que nos aporta de ellos y por su capacidad de penetración en su psicología. Los protagonistas de la novela son Max Costa (al final de la reseña comentaré algo al respecto del nombre de este personaje) y Mecha Inzunza, cuya historia de amor y desamor será la que vertebre todo el relato. La caracterización, así como el dibujo del personaje de Max Costa, también de Mecha Inzunza, es impecable, porque a lo largo del relato veremos cómo van evolucionando y cómo el paso de los años hará que las arrugas que aparecen en su rostro y las manchas que ya aparecen en el torso de sus manos, hagan aparición también es sus almas. De nuevo, una vez más, llegara ese momento en la vida de todos en que añoraremos las ilusiones perdidas, ese lo que pudo haber sido y no fue y que ya no tiene solución. Max Costa, desde el principio desde su aparición como “bailarín mundano” (bailarín profesional de las salas de baile), en el viaje trasatlántico a Buenos Aires, consigue hacerse con nuestro corazón. Sin embargo Max es un hombre descreído que mira con escepticismo la vida. Creo que transcribiendo algunos fragmentos quedará más claro cómo es Max Costa.

 “La playa absurda donde la resaca de la vida lo arrojó tras el naufragio final”.

“Fue entonces cuando comprobó, con un vistazo casual, que el marido de su pareja estaba sentado junto a la mesa, cruzadas las piernas y un cigarrillo entre los dedos; y que, a pesar de su apariencia indiferente, no dejaba de observarlos con mucha atención. Y al mirar de nuevo a la mujer, encontró reflejos dorados que parecían multiplicarse en silencios de mujer eterna, sin edad. En claves de todo cuanto el hombre ignora”.

“—Cuando veo todas esas camisas negras, pardas, rojas o azules, exigiendo que te afilies a esto o aquello, pienso que antes el mundo era de los ricos y ahora va a ser de los resentidos… Yo no soy ni una cosa ni otra. Ni siquiera logro el resentimiento, aunque me esfuerce. Y te juro que lo hago”.

En este profuso y meticuloso análisis, no es posible que dejemos pasar por alto la importancia tanto del tango como del ajedrez como elementos vertebradores y antitéticos de la trama de “El tango de la Guardia Vieja”. Respecto al tema del tango, reconozco que me ha interesado mucho el tratamiento que de él hace Pérez-Reverte. Y al hilo del tango me gustaría reseñar otro de los personajes importantes de la novela que es Armando De Troeye, el marido de Mecha y que es uno de los más complejos, que es un célebre compositor y que por una apuesta con Ravel, quiere deslumbrarle con composición de un tango que será mucho mejor que su célebre “bolero” y que terminará siendo “El tango de la Guardia Vieja”, que lo “escucharemos” varias veces a lo largo de la novela. Magnífica toda la ambientación de la novela en Buenos Aires y en los locales arrabaleros a donde se dirigen los protagonistas, así como el fino análisis de los porteños.

Pero tengo que reconocer que mucho más aún me ha interesado el uso y el tratamiento del tema del ajedrez. Si no recuerdo mal, Arturo Pérez-Reverte se ha acercado, por lo menos, una vez más al tema del ajedrez dentro de su producción. En concreto en su novela “La tabla de Flandes” una de sus primeras novelas. Sin duda, tal y como lo describe al autor, el mundo del ajedrez, así como el estudio de la psicología de los ajedrecistas es fascinante. A través de la novela y como comentaba un poco más arriba, con esa magistral descripción de una partida de ajedrez, nos aproxima a ese mundo tan complejo y tan rico de ese deporte-arte llamado ajedrez. El propio autor nos lo define muy bien, utilizando sus palabras: “Esto es ajedrez. El arte de la mentira, del asesinato y de la guerra”. Veremos cómo el temperamento de cada uno marca su manera de entender y de enfrentarse al ajedrez. En este fragmento uno de los personajes nos explica cómo es la manera de jugar de Jorge Keller, el hijo de Mecha Inzunza.

“—Sigue siendo su estilo: arriesgado, brillante, finales de infarto… Juega como si fuera inmune al miedo, con pavorosa indiferencia. A veces parece mover de manera incorrecta, con descuidos, pero sus adversarios pierden la cabeza por lo complicado de las posiciones… Su ambición es proclamarse campeón mundial; y el duelo de Sorrento se considera una competición preparatoria antes de la que se celebra dentro de cinco meses, en Dublín. Una puesta a punto.”

No puedo evitar sentirme entristecido cuando contemplo en mi cuaderno las decenas de notas y apuntes que no van a poder ver la luz. Y eso es buena señal, como siempre digo. Quiere decir que la novela analizada es magnífica. Me encantaría, con el tiempo poder publicar, y no digo que no lo haga, un ensayo para poder analizar sin restricciones de espacio estas grandes novelas que desbordan las pretensiones de una reseña literaria.

Un poco más arriba comenté que me gustaría apuntar algo relativo al nombre del protagonista Max Costa. En uno de los fragmentos de la novela Pérez-Reverte nos dice lo siguiente: “Asiente Max, cortés, mientras moja otra vez los labios en su bebida. No necesita forzar la memoria para recordar a hombres felices cuyas mujeres, en otro tiempo, los engañaron con él”. Al leer “Max cortés”, me hizo mucha gracia porque no sé si Pérez-Reverte, que es un hombre muy inteligente y socarrón, quiso hacer una mención al actor porno español Max Cortés (Badalona, 1971)…

En esta novela es muy importante, también, el uso significado simbólico de los objetos y de las cosas. A lo largo de toda la novela aparece (y desaparece) un collar de perlas  que es uno de los puntos clave de la novela. De hecho ese valioso collar de perlas, prácticamente, asume la condición de otro personaje más de la novela. Otro de esos objetos es un guante. No quiero decir mucho más para no reventar la novela, pero ruego al lector que tenga muy presente ese guante en todo el desarrollo de la novela y su efecto dramático tan pleno al final del libro. En este caso tanto el collar como el guante, son más que dos objetos o dos símbolos, dos elementos claves en el discurso narrativo que sirven para unificar y dar coherencia al texto.

Como bien sabéis todos los lectores habituales de este blog, para mí es muy importante que las novelas estén bien “rematadas” que tenga un buen final. En el caso de “El tango de la Guardia Vieja” el final es maravilloso, hermoso, pleno en un delicado y bellísimo final en “pianissimo” que, tras cerrar el libro, nos deja ese dulce sabor de haber estado paladeando una obra maestra.

Ya poco más me queda por añadir, sólo recomendaros encarecidamente la lectura de “El tango de la Guardia Vieja” un libro con sabor a buena literatura y que ha conseguido convencerme a mí, que reconozco nunca me he reconocido como un admirador de Arturo Pérez-Reverte, de que ha escrito una novela magistral que, honestamente, creo que roza la obra maestra.

Dicho todo lo cual y teniendo en cuenta todo lo expuesto más arriba e intentando ser lo más fiel posible a mi conciencia y a modo de entender el arte de la literatura, creo que la puntuación que más justicia haría a “El tango de la Guardia Vieja” del escritor cartagenero Arturo Pérez-Reverte sería de un 9,00/10